Corazón mutilado

Capítulo dos

Estaba con la bata blanca de baño amarrada a la cintura, mi cabello húmedo mojaba mi espalda, traspasando la gruesa tela. Contemplé con dolor en mis ojos, el vestido azul que el señor Mehmet había comprado para este día, y de solo recordar lo que significaba, el aire abandonó mi cuerpo. No me interesaba llevar esto a cabo, solo había una cosa que me interesaba en este mundo y eso era escapar, no importaba cómo.

Tomé una respiración profunda al mismo tiempo que cerraba mis ojos, mi pecho se infló llenándose de valentía y cuando volví mi vista clara, me giré sobre mis pies para caminar hacia la puerta de la habitación. Giré el seguro para bloquear la entrada de quien sea que intentara pasar y apoyé unos segundos la frente sobre la puerta blanca.

No quería hacer lo que mi mente me gritaba desesperada, pero no me quedaba otra opción. Estaba agotada de esta agonía en la que me había abandonado mi familia.

—Affet beni, Allah[1] —susurré para mí misma, mientras cerraba los ojos unos segundos, pensando en el gran pecado que significaba.

Me encaminé hacia el baño con una intención clara en mi cabeza.

Busqué entre los cajones del baño algo que sirviera para lo que necesitaba, pero no lo encontré. Seguí buscando con desesperación dentro de ellos, revolviendo todo sin importar el desorden en el camino. Me dirigí hacia el otro lado del cuarto de baño y hurgué entre los otros cajones, pero no había nada. Me llevé las manos a los lados de la cabeza, sin saber cómo lo haría. Entonces vi el espejo pegado a la pared y no lo dudé, caminé hasta el hasta acercarme, no obstante antes de hacer lo que creía, corrí a la puerta del baño y la aseguré.

Las manos me temblaban, pero no me preocupaba demasiado. Vi el desodorante ambiental, descansar encima del inodoro y me apresuré a tomarlo entre mis manos, sujetándolo con fuerza.

—Esto tiene que funcionar —Me dije a mí misma, entretanto acariciaba el frasco duro en mis manos.

Me acerqué al espejo a pasos lentos y me quedé frente a él, pasé saliva por mi garganta, observando mi reflejo temeroso y cambiado. Ya no lucía como aquella niña ilusionada del pasado, me veía como una joven mujer desesperanzada y ojerosa a la que la vida no le había sonreído demasiado.

Me di valentía y alcé con una de mis manos el frasco, apuntando en dirección al espejo lujoso del baño. Lo golpeé con miedo, una y dos veces, pero apenas el vidrio se picó, el ruido que ocasionaba el golpe iba a avisar que algo no andaba bien, pero no me importó. Volví a golpearlo por tercera vez, pero solo una grieta apareció, eso me enfureció y lloré por la frustración, así que tomé con ambas manos el frasco y golpeé con toda la fuerza que me fue posible. El vidrio se rompió en pedazos y retrocedí un paso hacia atrás cuando parte de los vidrios cayeron sobre el lavamanos y el suelo.

Escuché a mi mente decir: «ahí está tu salvación, Amira», como si ella fuera capaz de hablarme fuerte y claro. De un momento a otro pareció que ya no tenía control de mi cuerpo, mis ojos se empañaron a causa del líquido que se acumuló en ellos. Caminé con mis pies descalzos hacia el lavamanos, sin preocupación alguna de que los pequeños vidrios rotos se incrustaran en la frágil piel de estos.

«Ya no sufrirás más, Amira. Por fin serás libre» Ese susurro pareció tan reconfortante y sanador. Agarré un pedazo de vidrio entre mis dedos y lo levanté a la altura de mi rostro, lo observé deforme y le sonreí como si de verdad fuera mi salvador. Arrugué la manga de la bata hasta la altura de mi codo y cuando un par de lágrimas cayeron de mis ojos, pegué el puntiagudo pedazo de vidrio a mi blanquecina piel.

—¡Amira! —Escuché su grave voz apagada y lejana, mientras los golpes incesantes hacían retumbar la puerta de la habitación—. ¡Amira! —Volvió a gritar y se le escuchó desesperado, como si de verdad estuviera preocupado.

Una sonrisa de labios cerrados se dibujó en mi rostro, esto se iba a acabar por fin. Enterré la punta sobre mi piel, ejerciendo la fuerza necesaria como para que esté entrara y abriera, mi rostro se arrugó ante el dolor, pero no se comparaba con el que había en mi corazón. La voz de Mehmet ahora se escuchaba más cercana, al igual que los golpes.

—¡Amira, abre la puerta! —demandó, pero estaba sorda ante su petición.

Dibujé una larga línea roja hasta donde terminaba mi antebrazo y comenzaba mi mano, el dolor era intenso y la sangre comenzó a brotar como si no hubiera un mañana.

—Kapıyı aç![2] —Él siguió golpeando.

Me giré sobre mis pies y bajé la mirada hacia el suelo que era blanco, pero ahora se había teñido de un rojo oscuro. Me sentí mareada, intenté hacer lo mismo en mi otro brazo, pero el dolor me lo impidió. El pedazo de vidrio con el que me había lacerado la piel, cayó a mis pies. La sangre de mi brazo corrió por mis manos, escurriéndose entre mis finos dedos. Estaba goteando con prisa de las yemas. Mi vista se tornó borrosa y antes de caer al suelo, vi cómo la puerta fue abierta bruscamente.

Los ojos sorprendidos de Mehmet me observaron horrorizados y lo último que alcancé a ver de manera completamente borrosa, fue su silueta sobre mí.

 

 🌷

 

Mi visión era desenfocada y la claridad de la habitación hacía que me dolieran los ojos.




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