Corazón mutilado

Capítulo tres

—¡Levántate!

Me desperté de un salto al escuchar aquel grito y abrí los ojos de inmediato, Reyhan estaba de pie a un lado de la cama con sus brazos cruzados por debajo de su pecho. Me estrujé los ojos con una mano, para aclarar mi visión y ver su imagen con más nitidez.

—¿Vas a levantarte o tendré que tirarte del cabello para que lo hagas? —Me amenazó.

No me moví, solo me quedé contemplando con el rostro fruncido. Observé hacia la ventana y me percaté de que era de noche. Entonces la escuché resoplar con hastío y antes de que volviera mi vista hacia ella, me tomó por el brazo que tenía vendado, me apretó con fuerza y me tiró hasta que logró ponerme de pie con malicia.

—Me lastimas —Me quejé al sentir la quemazón que me provocó su agarre.

—¿Me importa? —preguntó al soltarme—. Claro que no —se autocontestó segundos más tardes.

Se giró sobre sus zapatos de tacones y caminó hacia el armario, donde buscó entre los percheros hasta que dio con el vestido azul que Mehmet había comprado para mí. Lo sacó y luego caminó devuelta hacia mí, para lanzármelo sobre el rostro.

—Báñate y vístete —ordenó—. Buscaré mi maquillaje y regresaré para terminar con esto lo antes posible —Me miró de pies a cabeza—. Dudo mucho que te puedas ver decente —Sus palabras eran despectivas y humillantes.

La observé caminar hacia la puerta de la habitación y desaparecer de mi vista, solté una exhalación de cansancio, porque no entendía por qué me odiaba tanto cuando he dejado claro lo que siento hacia el señor Mehmet. Me dirigí al baño con el vestido en mano, quería tirarlo a la basura y no obedecer ninguna de sus órdenes, pero, aunque hiciera eso, no me libraría de esta tortura. Dejé el vestido encima del inodoro y miré la puerta que no tenía picaporte, volví a suspirar.

Me deshice de la ropa y la dejé a un lado en el suelo, abrí el agua de la ducha y metí mi mano bajo la lluvia que caía sobre el suelo, cuando estuvo tibia, decidí meterme bajo ella. La venda en mi brazo se mojó y el agua tibia hizo que me doliera un poco. Ahora que podía pensar con más claridad, el arrepentimiento llegó a mí, haber intentado hacer lo que hice no era una opción justa, no lo merecía. Quitarme la vida por estar en este infierno, no valía la pena, mucho menos hacerlo por un hombre que me tenía secuestrada.

Debía encontrar otra salida que no fuera ese camino.

Pisé la alfombra con el cuerpo empapado y caminé hacia el mueble en donde se encontraban las toallas, tomé una para envolver mi cuerpo y otra para envolver mi cabello. Quité el exceso de agua de mi piel y una vez hecho eso volví a la habitación con el vestido en mano. Lo dejé a un lado de las otras cosas que estaban sobre la cama y miré hacia la puerta de la entrada que yacía entrecerrada. No podía cambiarme aquí con tranquilidad, así que recogí las cosas de la cama para volver al baño.

Una vez que tuve puesta la ropa interior, deslicé el vestido hacia arriba y metí los brazos por las mangas largas; intenté doblar mis brazos hacia atrás para subir el zíper, pero el dolor y la incomodidad me lo impidieron.

Peiné mi cabello húmedo, mientras pasaba el secador de pelo, no fue mucho lo que hice, ya que las hebras onduladas de mis cabellos negros no tenían mucho arreglo. Vi a Reyhan asomarse a través del espejo nuevo que había en el baño. Ella me odiaba tanto que, aunque no me lo dijera con palabras, sus ojos podían decírmelo con solo mirarme.

—Toma, maquíllate, solo tienes diez minutos —dijo mirándome a través del espejo y extendiéndome un pequeño estuche dorado.

Pasé saliva por mi garganta y me di la vuelta para observarla.

—No sé maquillarme —Le dije y ella arqueó una de sus cejas.

—Y tampoco peinarte —se burló—, pero ese no es mi problema —esperó a que tomara el estuche de sus manos y me acerqué para tomarlo.

—¿Podrías ayudarme con el cierre? —Le pregunté y resopló con cansancio, pero no se negó—. No entiendo por qué me odias tanto, Reyhan —hablé, entretanto ella subía el zíper.

—Como podrías, eres muy tonta para hacerlo, ¿verdad?

—No te he hecho nada.

—Lo has hecho todo, Amira —volteé a verla y estaba observándome de brazos cruzados.

Luego, sin decir nada más, la perdí de vista.

Claro que no era tonta, comprendía en parte por qué ella estaba resentida conmigo, pero no entendía por qué me culpaba a mí de algo que yo no estaba haciendo a propósito y que mucho menos deseaba. Ella quería al señor Mehmet para ella y a mí no me importaba para nada que eso fuera así, pero si de verdad lo quería para ella, ¿por qué no me ayudaba a salir de aquí? Sería beneficioso para ella y a mí me haría libre.

Terminé de acomodarme el cabello lo mejor que pude, colocándolo por delante de mis hombros y me miré una vez más en el espejo. No me maquillé, porque en verdad no sabía hacerlo. Pero no me importaba hacerlo, me daba lo mismo verme como una mujer elegante, si era infeliz. Mis hombros se levantaron cuando respiré profundo y detrás de mí volvió a aparecer Reyhan, ella sí lucía como una mujer elegante, rica y hermosa.

Arqueó una de sus cejas y se cruzó de brazos con una sonrisa burlona en los labios.

—¿Qué estás esperando? —Me cuestionó y esa era la señal de que era hora de bajar—. ¿Aún no te pones los zapatos? ¿Y el maquillaje?




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