No sabía que estaba pasando conmigo, pero mis ojos no podían despegarse de la figura de Tarık, era un joven apuesto, elegante y con una mirada tan fuerte e imponente que, me atraía como si fuera un imán. Él a su vez también me observaba. Mehmet puso una de sus enormes manos sobre mi rodilla y la apretó con una fuerza que me hizo mirarlo con una mueca de sorpresa en el rostro, él también miraba a su hermano sin pestañear, mientras los demás en la mesa conversaban. No podía reclamarle que me estaba lastimando o que no me tocara, por respeto a su madre; una mujer a la que no le gustaban los desaires y no iba a ser yo la que arruinara la cena.
—¿Entonces la boda es mañana, querido? —La señora Zherka nos miró a ambos y yo observé a Mehmet con ojos horrorizados.
Estaba casi segura de que ella podía sentir la tensión que había entre sus dos hijos.
—Así es, madre. Está decidido —respondió Mehmet—. Amira y yo nos casaremos mañana.
—Me da la impresión de que la novia no está de acuerdo —agregó Tarık en un tono burlesco. Mehmet apretó aún más mi rodilla y no pude evitar quejarme.
—Tarık —La señora Zherka pronunció su nombre como si fuera una advertencia y luego se dirigió a mí—. Querida, ¿estás bien? —asentí de manera casi automática.
—Si ustedes me lo permiten, me gustaría retirarme a mi habitación —hablé.
—¿Segura que estás bien? —insistió ella y yo volví a asentir con la cabeza.
—Quédate —Mehmet me susurró.
—Déjala que se vaya a su habitación —habló Reyhan a mi favor—. Es evidente que no está cómoda.
La observé sorprendida porque por primera vez se ponía de mi parte en algo, Mehmet la miró con rabia, pero en cuanto su madre lo contempló, su semblante colérico desapareció y en su lugar apareció la serenidad.
Su madre siempre sabía cómo tranquilizarlo.
—Puedes retirarte, querida —dijo la señora—. Se te nota algo cansada, será mejor que descanses para lo que se viene mañana —Me sonrió.
Le devolví la sonrisa llena de falsedad, porque para nada estaba contenta con lo que estaba pasando y con lo que pasaría.
—Muchas gracias, madre Zherka —Le agradecí—. Que tengan un resto de velada agradable —añadí mientras miraba a cada uno de los presentes.
Empujé con cuidado la silla y me levanté tan rápido como me lo permitió el cuerpo. Todas las miradas estaban puestas sobre mí y eso me llenó de incomodidad. Subí las escaleras con una extraña sensación recorriéndome, era algo que no sabía cómo expresar, muchos menos explicar cómo me hacía sentir.
Cuando empujé la puerta de aquel inmenso lugar y me hallé en su soledad, recordé a mi familia. Todas las noches de cenas en silencio en nuestra humilde casa, vinieron a mí, azotándome como ráfagas de viento helado. Mis ojos se llenaron de esa melancolía y tan pronto como batí mis pestañas, mis mejillas se hallaron humedecidas. Extrañaba tanto aquella vida, sobre todo extrañaba a mi madre y a mi hermano. Todos estos años me he preguntado qué sería de ellos.
Intenté cerrar la puerta lo más que pude, pero era imposible sin el picaporte en su lugar. Caminé resignada hacia la cama, mientras limpiaba los restos de lágrimas de mis ojos. Tomé asiento en el borde del colchón y quité los tacones que adornaban mis pies, para después dejarlos perfectamente acomodados a un lado.
Gateé hacía el centro de la cama y halé las sabanas para meterme debajo de ellas. No tenía ganas de ponerme un pijama, muchos de quitar el maquillaje que llevaba, solo quería recostarme, cerrar los ojos para hacer de cuentas que la vida que estaba viviendo no era la mía.
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Estaba sentada frente al espejo que Reyhan tenía en su habitación, acariciando la tela del vestido de seda blanco; mi cabello había sido trenzado por ella. Mis ojos estaban maquillados de negro y mis labios brillaban como el sol que había esa mañana. Ella yacía detrás de mí, mirándome a través del espejo; su semblante era igual de triste que el mío. Las dos estábamos sufriendo.
Más que un día feliz y una boda, esto parecía el entierro de alguien; el mío.
—Lo siento mucho, Reyhan —pronuncié tan bajo que pensé que ella no escucharía, pero lo hizo.
Exhaló antes de abrir sus labios y pronunciar en un tono amargo.
—¿Qué es lo que sientes, Amira? —Me cuestionó.
—Esto —pasé saliva con cierta dificultad—. Tú piensas que aparecí en la vida de Mehmet para molestarte y… —levantó una de sus manos, mientras mis ojos no dejaban de observarla a través del espejo.
—Me esfuerzo mucho por odiarte, lo intento todos los días —dijo—, pero la verdad es que sé más que nadie, que no pediste esto y no estás aquí porque quieres. Sin embargo, no podemos hacer nada contra eso.
Mi corazón sintió un vuelco enorme, mi pecho se infló de una extraña emoción y me puse de pie frente a ella.
—Si la hay, Reyhan —dije, para después tomarme el atrevimiento de tomar sus manos entre las mías—. Ayúdame a escapar. No dejes que esta boda pase, ayúdame —Le imploré mientras la miraba directamente a los ojos.
Se quedó petrificada por un instante, miró nuestras manos y luego se apartó. La sonrisa que había en mi rostro desapareció y ella negó una y otra vez con su cabeza.