La madre Zherka había ordenado que mis cosas fueran transferidas hacia la habitación que le pertenecía a Mehmet. Ya no tenía una habitación para mí sola, donde pudiera encerrarme a llorar mi trágica vida, ahora era la esposa de Mehmet y como tal debía compartir habitación con él. Le tenía tanto miedo a eso, porque ahora tenía un peso mayor sobre mi infeliz vida; consumar un matrimonio que acepté, cuando pude haberme negado.
—Ya quiero ver a esos pequeños corretear por esta casa —habló la madre Zherka mientras tomaba de su vaso de té.
—Madre —intervino Tarık—, ¿no crees que es muy pronto para que los agobies con eso?
La madre Zherka lo miró con las cejas elevadas.
—No, no lo es —contestó y luego volteó a mirar a Mehmet que yacía a mi lado—. Tu hermano ya tiene treinta y cinco, no me parece apresurado que piense en tener hijos.
Agaché la cabeza, nadie hablaba de sí, yo quería tener hijos o no, nadie me preguntaba qué opinaba al respecto, ellos, sobre todo la madre Zherka, simplemente hablaban de lo que tenía que pasar de ahora en adelante. Tenía apenas veinte años, no había terminado la escuela, mucho menos ido a la universidad como muchas de mis amigas seguramente sí. No estaba preparada para traer hijos a este mundo.
—En todo caso eso deben hablarlo Amira y Mehmet en privado, ellos son los que decidirán si quieren tener hijos o no —habló Khan.
—Tú ni siquiera menciones nada, eres el siguiente que debe casarse y darme nietos.
—Bueno, basta —agregó Mehmet, dejando su vaso de té vacío sobre la mesa—. Suficiente de charla, mi esposa y yo nos retiraremos a dormir.
Escucharlo decir aquellas palabras me puso nerviosa.
Empujó la silla hacia atrás y luego se levantó de ella.
—¿Vamos? —preguntó y levanté la mirada para observarlo tan imponente a un lado de mí. Su mano estaba mostrándome su palma, en una invitación para tomarla.
Lo hice sin queja alguna.
—İyi geceler[1] —dijo en cuanto sus dedos aprisionaron los míos.
Mehmet caminó de la mano conmigo en dirección hacia las escaleras, lo hizo sin decir nada. Lo miré de reojo mientras subíamos los escalones, era la primera vez que lo veía tan callado.
Nos desplazamos por el otro extremo del pasillo y al llegar al final de este, soltó mi mano y giró el pomo de la puerta, haciéndose a un lado para permitirme entrar.
Su habitación era tan enorme como en la que me quedaba, tenía decoraciones en color dorado que combinaban de manera deslumbrante con el color blanco de las paredes, el suelo, las sábanas y alfombras; todo era blanco y dorado. La habitación tenía dos grandes ventanales a cada costado, que dejaban ver lo espléndida de la noche, pero solo la del lado derecho tenía un balcón.
—¿Te gusta? —Lo escuché preguntarme, mientras observaba todo lo que estaba a mi alrededor—. La verdad es que espero que te guste y te sientas cómoda aquí.
Me quedé en completo silencio, pues no tenía ganas de hablar y menos de responder sus preguntas, porque de alguna forma él ya conocía mis respuestas. Nada de eso me gustaba, aunque me pareciera hermoso y aunque el blanco fuera favorito. Jamás podría sentirme cómoda en un lugar donde no había pedido estar.
—Solo terminemos con esto tan rápido como sea posible —hablé, al mismo tiempo que me sobaba un brazo con la palma de mi mano. Mi vista estaba puesta en el suelo y mis ojos percibieron sus zapatos elegantes detenerse a escasos centímetros de mí.
—¿A qué te refieres? —interrogó.
—A consumar este matrimonio no deseado —dije, aun con la cabeza baja.
—Mírame, Amira —pidió con voz serena—, te lo ruego. —Las yemas de sus dedos se posicionaron con sutileza debajo de mi mentón, empujando el mismo hacia arriba para que mis ojos pudieran observarlo frente a mí—. No te obligaré a hacer tal cosa. No soy un violador. —Su ceño se encontraba fruncido y el mío poco a poco imitó aquel gesto.
—Pero es lo que debe pasar. Ya estamos casados y si no… —Me interrumpió.
—Lo haremos cuando tú quieras, no porque tengas que cumplir algo —Una ligera sonrisa llena de compresión figuró en su rostro varonil.
Sus dedos dejaron de tocar mi mentón y retrocedió unos cuantos pasos para después darme la espalda. Se deshizo de su saco de vestir y lo lanzó en una esquina de la cama. Comenzó a desabotonar las mangas de su camisa y a aflojar la corbata de esta.
—Me daré un baño en otra habitación, puedes hacer lo mismo —anunció—. Trataré de demorar lo más que pueda.
Minutos después de que salió del baño que se encontraba en la habitación con algunas cosas en mano, salió de la misma, cerrando la puerta detrás de sí. Suspiré extrañada y aliviada por tener espacio. Pero todo me parecía tan confuso y extraño; ¿dónde estaba el monstruo que he visto durante todos estos años? ¿Acaso yo me lo había imaginado?
Mehmet era comprensivo y paciente conmigo, no le importaban mis desaires o mi molestia hacia él, siempre decía palabras dulces y serenas que, en vez de alegrarme o hacerme sentir algo diferente a la repulsión, solo lograban enojarme.
Aproveché el tiempo que él me había dado para prepararme.