—Mehmet.
—¿Madre? —respondió él sin levantar la vista de su plato.
El tono de su voz era imponente y autoritario, sin embargo, no cruzaba el límite de perder el respeto por la mujer que lo había traído a este mundo.
—¿Qué hiciste? —Mantuve mi cabeza gacha, así como lo hacían Khan y Tarık. Pero mis ojos miraban de vez en cuando de soslayo a la madre Zherka.
Ella miraba a su hijo mayor con una seriedad que asustaba a cualquiera y ya podía entender de donde provenía el carácter del señor Mehmet.
—¿De qué me hablas? —Él claramente no comprendía las palabras de su madre y confundido levantó sus ojos en dirección a ella.
—De qué más podría hablar, sino de tu prima Reyhan. Anoche lloraba desconsolada porque dice que la echaste de la casa. ¿Es eso cierto?
—Sí, lo hice. —contestó tajante y sin preocupación alguna, mientras mantenía la vista fija en su madre.
Volví a agachar la mía discretamente.
—Mehmet… —La voz de la señora Zherka sonó a reproche.
Entonces él soltó el cuchillo y tenedor de sus manos, para que cayeran sonoramente a su plato, como una señal de que no le estaba gustando que su madre le hiciera tal reproche. El ruido hizo que me sobresaltara con miedo sobre mi asiento y me encogiera más de lo que ya estaba.
Que Mehmet echara a Reyhan había sido mi culpa y no quería que la señora Zherka también me culpara por la decisión que su hijo había tomado. La entendía, estaba en su derecho de reprocharle el trato que había tenido con Reyhan, ella era como su hija también.
—Estoy fastidiado con su falta de respeto. Es el colmo que insulte y golpee a mi esposa como si tuviera algún derecho. Ella se lo buscó. Se lo advertí.
—Es tu prima, sabes que no tiene a nadie más que a nosotros. No puedes tirarla a la calle como si fuera un desconocido.
Llevé mis ojos hacia el señor Mehmet que se encontraba sentado a mi lado. Dejó que de su boca saliera un resoplido, mientras observaba a su madre sentada en la cabecera de la mesa. Era evidente que no quería seguir con el tema.
—Yeter, anne, yeter[1]. —agregó poniéndole punto final a esa conversación.
—No te molestes con ella, oğlum[2]. Es una chica joven y tonta, hablaré con ella y haré que se disculpe con tu esposa —me miró sin un ápice de gracia y eso me hizo sentir incómoda, ella me culpaba de lo que había pasado, aunque no lo dijera—. Pero por favor, perdona a Reyhan. La pobre está muy arrepentida y no quiere irse de aquí.
—¿Y dónde está ahora? —preguntó—. ¿Por qué no se ha presentado delante de Amira y se ha arrodillado a pedirle disculpas? ¿Por qué tiene que ir a contarte todo para que intercedas por ella?
Mis ojos se abrieron con evidente sorpresa, ¿arrodillarse frente a mí? Ella no me agradaba y estaba más que claro que yo tampoco le agradaba a ella. Pero de ninguna manera permitiría que se humillara de esa forma. Si el señor Mehmet la obligaba a pedirme disculpas de esa manera, ella me odiaría aún más y aunque su odio no era mi mayor preocupación en esta casa, no deseaba que su conflicto contra mí fuera aún más grande.
—No es necesario… —hablé por primera vez.
—Amira… —La mano del señor Mehmet buscó la mía y la abrazó con delicadeza.
Me quedé inmóvil ante su tacto, aunque muy dentro de mí las ganas de salir huyendo eran enormes.
—Reyhan es una consentida, soy consciente de que te ha tratado horrible todo este tiempo y tú has sido paciente con ella —continuó hablando—. Lo menos que mereces es que ella se arrodille frente a ti y te pida perdón.
—Yo estoy completamente de acuerdo. —La voz de Tarık se unió a la conversación.
—Yo también creo lo mismo que mis hermanos, cuñada —dijo Khan.
—Bueno, entonces Reyhan se puede quedar, ¿no es así? —La voz de la madre Zherka volvió a resonar.
—Sí, madre, pero ya sabes cuál es la condición para eso.
Su madre sonrió enormemente, mientras le agradecía a su hijo mayor el haber perdonado a Reyhan y haber permitido que siguiera viviendo en esta casa.
—Sería bueno que tú le dieras la noticia —dijo la mujer.
El señor Mehmet quitó su mano de la mía, miró a su madre con las cejas elevadas y volvió a tomar el servicio en sus manos para continuar con su comida.
—No. —negó tajante—. Si quieres, díselo tú, madre. Ahora mismo no quiero ver su rostro frente a mí, porque cuando la veo todo lo que quiero es estrangularla.
—¡Por Alá, Mehmet! —su madre se había horrorizado con sus palabras y yo también—. Está bien, hijo. Yo lo haré, pero no vuelvas a decir esas horribles palabras —aceptó con su ceño fruncido.
Nadie dijo nada más, todos se concentraron en acabar la comida que se encontraba en sus platos. Yo tampoco pronuncié palabra alguna u objeté acerca de que Reyhan se disculpara conmigo. No obstante, el señor Mehmet y sus hermanos tenían razón. Yo no era un trapo al que Reyhan podía pisotear cuando se le diera la gana.
Estaba bien que para ella yo era una intrusa en este lugar, porque desde que llegué aquí, no he pertenecido y lo sé mucho mejor que ella. Sin embargo, eso no le daba el poder de golpearme como si fuera mi padre, cuando incluso él había perdido ese derecho sobre mí.