Corazón mutilado

Capítulo ocho

La casa estaba silenciosa y nadie había venido hasta a mí a hacer preguntas o algún reclamo. Pero no me iba a hacer ilusiones con que eso no pasara, porque pasaría tarde o temprano. Khan me había visto en el balcón y estaba segura de que creía que yo la había empujado, lo sabía por la forma en que me miró. El pomo de la puerta de habitación emitió un ruido, como si alguien lo estuviera girando desde afuera y observé temerosa. Me preparé mentalmente para quien fuera quien entrara por ella, quizá era la madre Zherka quien venía a gritarme “asesina” o quizá Khan.

Pero cuando finalmente la puerta se abrió, pude percatarme de que no se trataba de ninguno de los dos y un suspiro de alivio escapó de mi boca al ver que se trataba de una de las mujeres que trabajaban en esta casa.

—Señora, soy Bahar —dijo en un tono de voz suave y tranquilizador—. Traigo su cena.

Al escucharla decir aquello miré de manera casi automática en dirección al balcón, la noche estaba ahí y ni siquiera me había dado cuenta por qué me había quedado dormida. No pude evitar que el recuerdo y las imágenes de Reyhan cayendo volvieran a mí. Llevé mi vista devuelta a la mujer que yacía de pie frente a la cama.

—Gracias, Bahar —le sonreí—. Pero no tengo hambre, puedes llevártelo, por favor.

—Pero señora… si el señor Mehmet se entera de que no ha comido nada, se molestara con nosotras.

Me quedé mirándola, tenía razón, por mi culpa ella y las demás podrían recibir una reprenda que no merecían; pero no era capaz ahora mismo de preocuparme por comer, con todo lo que había pasado. La angustia no me permitiría disfrutar esa comida y entonces terminaría enfermándome. Necesitaba saber que Reyhan estaba bien.

—¿No hay nadie en casa? —pregunté y ella negó con su cabeza.

—Todos se fueron al hospital con la señorita Reyhan. Imagino que el señor Mehmet también debe de estar allá con ellos.

—Entonces no tienes por qué preocuparte —le regalé una sonrisa desganada—. Nadie le dirá a Mehmet que no comí.

—Aun así, señora… él preguntara y la señora Fatma me preguntara por qué no quiso comer —Fatma era el ama de llaves de esta casa y la mujer que más años llevaba trabajando aquí.

Suspiré.

—Está bien, lo menos que quiero ser es un dolor de cabeza —tomé la bandeja de sus manos—. Gracias… —volví a agradecerle.

—¿Necesita que le traiga algo más?

—¿Podrías traerme algo para el dolor de cabeza? —ella asintió.

Bahar me regaló una última sonrisa y desapareció detrás de la puerta al cerrarla. Contemplé la bandeja con comida, pero nada de lo que estaba en ella se me antojaba y no porque no me gustara, sino porque el apetito lo había perdido a causa de la preocupación. Dejé la bandeja sobre la pequeña mesa que decoraba la habitación cerca del balcón y salí a este a esperar a que ellos llegaran con alguna noticia.

Me abracé a mí misma del viento frío que hacía esa noche y entonces no pasó mucho tiempo, cuando un auto cruzó las enormes puertas que eran custodiadas por los guardias de Mehmet. El auto se estacionó y cuando uno de los hombres abrió la puerta desde afuera, Khan salió del vehículo. Alzó su vista hacia mí y me miró fijo por un par de segundos que me parecieron una eternidad.

Las manos me temblaron y pasé saliva con dificultad. Seguí sus pasos hacia la entrada principal de la casa, donde lo perdí de vista. Era el único al que le podía preguntar que había pasado con Reyhan y si estaba bien. Así que me armé de valentía y me preparé para salir de la habitación en su búsqueda, pero cuando iba a abrir la puerta, esta ya había sido abierta por él.

Me quedé petrificada observándolo.

—¿Cómo está Reyhan? —me apresuré a preguntarle en cuanto salí de mi conmoción.

—Estará bien —contestó al mismo tiempo en que cerraba la puerta detrás de él.

—Yo no la empujé —dije mientras él me miraba a los ojos.

—Pero no es lo que ella dijo.

—Ella se lanzó por el balcón.

—Amira —dio unos cuantos pasos hacia mí y sujetó mis brazos con delicadeza, sin apartar la mirada de mi rostro—. Ven conmigo.

Mi ceño se frunció al escucharlo decir aquella frase.

—¿Ir contigo? —repetí—. ¿A dónde?

—Te ayudaré a salir de aquí, además, sé que no quieres estar en esta casa —asegura.

—No —niego, apartándome de él—. Eso es imposible, ya he tratado de escapar de aquí y no he podido.

—Pero ahora no lo harás sola, yo voy a ayudarte.

Me quedé estática por un par de segundos, sin dejar de contemplar el rostro de Khan. Tratando de comprender por qué razón quería ayudarme a escapar de aquí, porque de repente venía hasta a mí a proponerme tal cosa, cuando no eran muchas las palabras que habíamos cruzado desde que llegó a esta casa.

—¿Por qué? —interrogué y él volvió a acercarse.

—Porque cuando Reyhan se levante de esa cama de hospital, hará lo imposible por poner a Mehmet en tu contra y te denunciará a la policía.

—¡Pero yo no le hice nada!

—Lo sé, pero mi madre cree que tú la empujaste, Tarık también lo cree y Mehmet… —guardó silencio, mientras desviaba la mirada hacia otro lado.




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