Corazón mutilado

Capítulo nueve

Estaba de pie, con el borde de la cortina entre mis dedos, mirando a través de la ventana de aquella cabaña que se había convertido en mi salvación. Contemplando como los rayos de sol se colaban entre las copas de los árboles hasta llegar a pegar en mi rostro, el cual alcé para cerrar los ojos y dejar que su tibieza me calentara el rostro. Solté la cortina al tiempo en que dejaba escapar un suspiro y me ajusté el abrigo que Khan me había puesto la noche anterior; me abracé a mí misma, mientras me sobaba los brazos para tratar de aplacar el frío que ya estaba empezando a hacer, no sabía si se debía al cambio de estación que se aproximaba o si se trataba del simple miedo que sentía por haber logrado escapar de Mehmet.

O si era la soledad.

Desde que los hermanos de Mehmet llegaron a su casa, no hubo un momento en donde pasara por mi mente la idea de que alguien como Khan fuera quien se atreviera a sacarme de esa casa, aunque sí había soñado que Tarık lo hacía. Khan no era el más amistoso conmigo, desde su llegada no eran muchas las interacciones que teníamos, solo unas cuantas oraciones, miradas y actos que me parecían extraños. No éramos para nada cercarnos, y sumado a eso, no creí que él me ayudaría en nada cuando era uno de los hermanos Aksel más apegado a Reyhan y eso implicaba que ella seguramente no le hablaba maravillas de mí. Ellos eran como uña y carne; en cambio, yo, solo era una desconocida para él.

Pero la vida terminó sorprendiéndome una vez más, como aquella vez que Mehmet Aksel llegó a mi casa e intercambió aquel maletín con mi padre.

Me aparté de la ventana para caminar y tomar asiento en el sofá que adornaba la pequeña sala que colindaba con la cocina. Mis ojos se desviaron hacia la puerta de entrada al escuchar cómo los engranajes de la cerradura emitían el sonido de cuando está siendo abierta, segundos después, tras el chirrido de la puerta al ser empujada, Khan apareció con una sonrisa en el rostro y una bolsa de plástico blanca entre sus dedos.

Rápidamente, volví a ponerme de pie con las manos por delante y avergonzada, sin saber con exactitud por qué razón. Cerró la puerta detrás de él y luego guardó la solitaria llave en el bolsillo de su chaqueta de mezclilla.

—Buenos días —me saludó—, ¿cómo amaneciste?

—Muy bien, gracias —respondí con algo de vergüenza en la voz—. ¿Y tú?

—Yo bien y mejor ahora que te veo —sonrió—. Te traje algunas cosas para que puedas desayunar —alzó la bolsa delante de él—, más tarde iré a conseguirte el almuerzo y la cena.

—No tienes por qué molestarte…

—Claro que sí, no puedo dejarte morir de hambre aquí, ¿o sí? —me interrumpió.

—Es que no he tenido espacio para pensar en la comida —expresé dándole la espalda y agachando la mirada hacia mis manos—, lo que me preocupa es tu hermano —dije volteando a verlo—. ¿Qué ha dicho Mehmet?

Vi los hombros de Khan elevarse y caer tras exhalar el aire que había tomado. Se tomó el tiempo de dejar la bolsa con la comida sobre la pequeña mesa con cuatro sillas que había cerca de la cocina, dejándome expectante ante la temerosa respuesta que temía podía darme. Luego se estrujó el rostro y dirigió nuevamente sus ojos hacia el mío que, aunque no pudiera verlo, sabía que tenía una expresión de terror.

—Está devastado —respondió—. Agarró a los guardias a golpes cuando llegó esa noche a la casa y no te encontró.

Me llevé las manos hacia la boca y luego bajé una hacia mi pecho.

—Va a encontrarme… —susurré temerosa.

—No —negó casi de inmediato, mientras se acercaba a mí y me tomaba por los hombros.

—Lo hará —dije como si tuviera la seguridad.

Mis ojos se desviaron hacia un lado y se fijaron sobre la puerta por donde Khan había entrado, mi cerebro me mostró la imagen de Mehmet enfurecido entrando por ahí y se veía tan real que no pude evitar temblar.

—Aunque te está buscando, no tiene cómo encontrarte —me contradijo y volví a mirarlo. Me arrastró hacia el sofá en donde los dos tomamos asiento—. Las cámaras no registraron nada y eso fue lo que más lo enfureció.

—Tengo que irme de aquí, Khan, no puedo quedarme —le supliqué.

Sus manos tomaron las mías con suavidad, entregándome su apoyo y tratando de reconfortarme.

—Confía en mí, Amira —sus dedos se apoyaron debajo de mi barbilla e hicieron que lo mirara directo a los ojos—. Mehmet no va a encontrarte aquí…—dijo—. Sé que te dije que te llevaría a otra parte, pero ahora no podemos arriesgarnos a salir a la carretera. Él ha dado parte a las autoridades y ha puesto a todos sus hombres a buscarte.

—¿Y tú no tienes miedo? —cuestioné con los ojos llenos de sorpresa.

—¿De qué? —su ceño se frunció.

—De que sus hombres te hayan seguido hasta aquí —dije, mirándolo más asustada que al principio y con los ojos puestos sobre la puerta.

—Nadie me siguió —agregó con seguridad—, además, he dejado el auto a una distancia prudente por cualquier cosa —me explicó y cuando observé nuevamente su rostro, había una sonrisa en este.

Entonces entendí la razón del porqué no lo vi llegar o escuché el ruido del motor.

—No sé… —dije sin poder dejar de sentirme asustada—. Sigo pensando que no debería quedarme aquí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.