Corazón mutilado

Capítulo once

Khan clavó sus garras en mi piel otra vez y me arrastró consigo devuelta a aquella tortuosa celda en la que se había convertido la cabaña. Cada que me hacía dar intensificaba el dolor que sentía en mi pierna, aunque aquel dolor era mínimo al saber que estaría atrapada en ese lugar sin saber hasta cuándo. No tenía la mínima idea de cuanto podría seguir soportando, sin embargo, algo dentro de mí me incitaba a no rendirme.

Al cruzar aquella puerta con él detrás de mí y al verlo cerrar el cerrojo, mi cuerpo quiso desvanecerse cuando comprendí que no se abriría más para mí y que mi destino había sido sellado por aquella llave que giro tres veces.

—Hay que limpiarte —dijo, al mismo tiempo que me arrastraba al baño.

—Puedo hacerlo sola… —me cortó de inmediato.

—Lo haré yo, estás hecho un desastre.

Y otra vez sus garras sobre mi piel me arrastraron hacia el baño, me empujó debajo del agua, que ni siquiera espero a que se calentara y ahogué un suspiro, tratando de ignorar el dolor que invadió mi cuerpo en segundos. Varias lágrimas cayeron de mis ojos, al sentir sus manos acariciar cada parte de mi cuerpo, ni siquiera se molestó en preguntar si deseaba que me tocara, solo lo hizo como si fuera mi dueño.

Estaba atrapada en el infierno.

Mi cuerpo estaba limpio, mi cabello húmedo olía a jabón, pero, ¿de qué me servía? El lodo ya no seguía manchando mi cuerpo, sin embargo, por dentro aún seguía tan sucia como si permaneciera sobre lodo bajo la lluvia. La mancha que había dejado su aliento caliente sobre mi piel permanecería conmigo como el rasguño de aquella rama sobre mi pierna. El toque violento de sus dedos, presionando mi carne, será una cicatriz permanente como la que dejaría la rama.

—Te quedarás aquí —sentenció, mientras sostenía en sus manos un grillete junto a una cadena y una esposa.

Los dejó sobre la cama y los contemplé horrorizada, negué con la cabeza sin poder creer que haría lo que mi mente estaba pensando. Ni siquiera cuando intenté escapar de Mehmet todas aquellas veces, él se atrevió a atarme como si fuera un animal, nunca llegó a contemplar tan aterradora idea, pero debía recordar que Khan Aksel, no era su hermano.

—No puedes hacerme esto —murmuré sin despegar mis ojos de los objetos con los que pensaba privarme por completo de mi libertad.

—No te estoy haciendo nada malo, mi amor —agregó en un tono disfrazado de dulzura—. Es por tu bien y el mío. Además, si no hubieras intentado escapar en medio de la lluvia, jamás hubiera pensado en esto.

Quité la mirada de los objetos y la fijé sobre su rostro, el cual veía borroso a causa de las lágrimas que se acumularon con rapidez en ellos.

—¡Claro que ya lo tenías pensando! —Me atreví a gritarle—. Si no fuera así, ¿de dónde sacarías eso? —hice referencia a los objetos en la cama.

Sí, era una joven con demasiada ignorancia en este mundo, pero no era una idiota. Tenía inocencia, pero eso no le daba el derecho a burlarse de mí como lo hacía. Era mucho más joven que él y no conocía tanto el mundo, pero no era una tonta. Lo poco que quedaba de mi inocencia, me la había arrebatado esta noche y él lo sabía, su empeño en tratarme como una pobre chica ignorante solo demostraba que era una burla para él.

—Es tu culpa, Amira, lo sabes —el tono de su voz perdió aquella dulzura disfrazada—. Así que asume las consecuencias.

Retrocedí unos cuantos pasos en cuanto él se acercó con la intención de acortar la poca distancia que nos separaba. Intenté correr hacia la puerta, aun así, sus brazos me atraparon con fuerza, evitando que huyera.

—Tranquila, mi amor —trató de calmarme como si fuera un animal salvaje al que trataba de domar a su antojo—. Te prometo que no será por mucho tiempo, si te portas bien te las quitaré. Luego nos iremos lejos de aquí —entonces se atrevió a besar mi frente y sentí ese malestar nauseabundo subir por mi garganta.

Me repugnaba su presencia, su voz y el solo roce de su piel con la mía.

—Mira nada más —sus dedos rozaron mi labio partido por la bofetada que me había propiciado—. Debes pensar que soy un malvado, pero no es así, tú me obligaste. No vuelvas a hacerme perder los estribos.

Aparté mi cara lejos de sus dedos y no traté de luchar más contra él. Estaba enfermo, era más que evidente y no se puede luchar contra una mente enferma, así que lo más inteligente que podía hacer era evitar a toda costa, como decía él, de hacerle perder los estribos. Debía de ser mucho más inteligente de lo que él era y usar a mi favor su distorsionado significado del amor; ese que decía sentir hacía a mí.

—No lo haré más, lo prometo —susurré y él sonrió.

—Buena chica, así me gusta. Ves que todo es más sencillo cuando nos comunicamos. —Cerré los ojos y tomé una respiración profunda para controlar las ganas de llorar y escupir su cara.

No iba a dejar que él me destruyera aún más de lo que ya lo había hecho.

Me guio hasta la cama donde me dejo caer sobre el colchón con una amabilidad confusa, se comportaba como si en verdad fuera un caballero. Me pidió que extendiera mis manos y apreté los dientes cuando tomó las esposas negras, las cuales tenían la pequeña llave incrustada en ellas, les quitó el seguro para después encajarlas en mis muñecas; mis ojos se apretaron al segundo en que escuché el clic cerrarse. Ahora sí era una prisionera de verdad.




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