Estaba corriendo por el bosque, con la tierra húmeda debajo de mis pies descalzos. Corría sin rumbo alguno. Los latidos de mi corazón desbocado me recordaban que seguía viva a pesar de todo lo que había tenido que soportar y que por fin era libre. A pesar de que el gélido viento soplaba fuerte y quemaba mi piel, el vestido de mangas largas no me permitía sentir la frialdad. Una sonrisa yacía dibujada en mis labios y me permití unos segundos para cerrar los ojos y respirar el aire puro de mi libertad, pero entonces caí; mis pies tropezaron y mi rostro azotó contra el suelo.
El golpe me aturdió por un momento y cuando intenté levantarme, un par de zapatos estaban frente a mí, sentí por un momento cómo mis pulmones dejaban de recibir oxígeno, hasta que alcé la vista temerosa de encontrarme con el demonio que me tenía prisionera y el cual quería que le vendiera mi alma, sin embargo, toda aquella angustia se desvaneció casi al instante; siendo reemplazada por esa esperanza que se mantenía conmigo desde el día uno en que caí en las garras del lobo.
Él se agachó frente a mí y me regaló una de las más sinceras sonrisas.
Se trataba de mi querido hermano Eren.
Me tendió sus manos y me ayudó a levantarme, como tantas veces había hecho en el pasado. Lo observé perpleja, hacía tanto que no lo veía. Llevaba un traje blanco y su rostro seguía intacto, como la última vez que lo vi en casa. No pude contenerme y me lancé a sus brazos, mientras las lágrimas se desbordaban por mis mejillas. Lo extrañaba demasiado, su rostro, sus abrazos, sus sonrisas cargadas de cariño y cuidados; su aroma. Él fue el único que se enfrentó a mi padre aquel día, el único que no lo apoyó.
—¡Hermano! —sollocé en sus brazos—. Ayúdame, por favor —le supliqué. Entretanto, él me abrazaba y acariciaba mi cabello.
—Shh, todo estará bien, hermanita —me animó—. Lo lograrás, ya verás. Nunca has estado sola, siempre he estado contigo.
—¿Cómo? —me aparté para poder observar su rostro con la confusión plasmada en el mío—. Llévame contigo, ahora —dije al mismo tiempo en que volteaba a ver a través de la neblina detrás de mí—. Si no lo haces, él va a encontrarme otra vez. Vámonos ahora —le susurré con miedo de que el demonio nos escuchara.
Intenté tomar su mano, pero él me soltó y dio un paso atrás.
Mi ceño se frunció, cuando después negó con su cabeza.
—Ahora no —dijo y sentí que mi corazón volvía a ser mutilado una vez más.
—Eren… por favor, hermano. Ayúdame, te lo suplico.
Pero su silueta fue difuminándose entre la neblina que rápidamente comenzó a alcanzarnos.
—¡Eren! —grité, esa vez sin miedo, a que el demonio me escuchara. Ya no me importaba—. ¡Hermano! —Lo hice hasta que la voz se me desgarró y sentí cómo me quemaba la garganta.
Y en un parpadeo, el suelo debajo de mí se abrió y caí a la inmensidad del vacío, mientras gritaba y veía la luz ser tragada por la oscuridad.
Un espasmo violento sacudió mi cuerpo sobre el colchón y caí nuevamente en la realidad. Seguía atada a esa maldita cama, una manta cubría mi cuerpo desnudo y él no estaba por ningún lado. Volteé a ver hacia la ventana, pero ya no había luz, todo estaba oscuro, excepto por la tenue luz que provenía de la noche. Dejé caer mi cabeza sobre la almohada, una vez más derrotada. Todo había sido un maldito sueño, no había escapado, mi hermano no estaba aquí y el demonio seguía consumiendo mi alma sin piedad alguna. Eren se equivocaba, no lo iba a lograr, jamás saldría de aquí.
No pude contenerme más y me eché a llorar. Grité, llena de rabia e ira. Ya no lo soportaba más.
Los recuerdos de su cuerpo sobre el mío me llenaron de impotencia, sus manos ultrajándome como si yo no poseyera voluntad me rompieron; la humillación de su abuso me destrozó. No quería que siguiera saliéndose con la suya, no quería que volviera a tocarme con sus asquerosas manos. No quería que él siguiera respirando el mismo aire que yo.
Volví a gritar, pero esa vez no solo de ira, sino también de dolor cuando intenté sentarme sobre el colchón. Todo mi cuerpo dolía como si aquella caída al abismo de mi sueño hubiera sido real. Hice la sabana a un lado para encontrarme con los rastros de sangre que seguían en mi entrepierna. Apreté los ojos, al mismo tiempo que volvía a llorar con fuerza y en silencio al verme así. Nunca imaginé que pasaría por esto, no de esa forma, ni siquiera cuando vivía en la mansión con Mehmet.
En medio del llanto intenté deshacerme del grillete en mi pie, tiré de la cadena con las pocas fuerzas que me quedaban, mientras el llanto permanecía haciéndome compañía. Pero no estaba logrando nada más que lastimarme, porque aquellas cadenas no cederían ante mí. Me cubrí el rostro con ambas manos, entretanto seguía llorando.
De repente mis llantos cesaron, la habitación volvió a quedar en silencio, aunque mis gimoteos eran lo único que quedaba como signo de mi angustiante dolor. Ese pensamiento oscuro volvió a mí, como aquella vez en el baño. Cerré los ojos y sentí aquel gélido viento chocar contra mi rostro como una bofetada de alivio; mi mente me gritaba que lo hiciera, que solo así sería libre por fin. Él ya no podría seguir consumiéndome y yo no tendría que continuar soportándolo. No volvería a ver a mi familia, pero al menos me reencontraría con ellos en la otra vida y eso me pareció consuelo suficiente.