Corazón mutilado

Capítulo dieciséis

Se tumbó a mi lado, exhalando como un animal cansado.

Traté con todas mis fuerzas de quitármelo de encima, pero era que evidente que poseía mucha más fuerza de la que yo tenía.

No le importaron mis súplicas, mi llanto y mis negaciones, él solo pensaba en castigarme; en violarme como tanto ha hecho desde que me trajo a este lugar. En obtener lo que, según él, merecía que yo le diera.

Giré mi cabeza lentamente y lo contemplé con mis ojos empapados por las lágrimas, recostado con el rostro hacia el techo; tenía los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el abdomen. Deseaba tanto poder tener el valor y la libertad de poder lanzarme contra él, estrangularlo con mis propias manos. Asesinarlo y librar a este mundo de su repugnante presencia.

Lo odiaba tanto que todo lo que le deseaba, era la muerte.

—Nos iremos —lo escuché decir sin abrir sus ojos.

Mi ceño se frunció ante aquellas palabras, aunque no debía de sorprenderme. Ahora que sabía que Reyhan estuvo aquí, quiere llevarme a otro lugar donde nadie más pueda encontrarme.

Abrió los ojos y giró su cabeza para mirarme, luego se incorporó. Se levantó los pantalones y volvió a poner todo en su lugar, como si no hubiera acabado de abusar de mí.

—¿Cuándo? —Me atreví a cuestionar.

Mi corazón estaba hecho cenizas, ya no había ninguna esperanza para mí. Reyhan era la única que había descubierto que estaba aquí y ahora nadie más lo sabría; ella ya no vendría por mí, como me lo había prometido.

Solo me quedaba hacer una cosa para terminar con esta tortura en la que se había convertido mi vida desde hace siete años. Solo yo podía terminar con esta agonía.

—No lo sé aún —contestó—. Debo pensar muy bien antes de actuar.

Aproveché el momento en que se acuclilló y llevé mi mano hacia la almohada, tomé a la pequeña navaja y la escondí dentro de la manga del pijama, mientras él me quitaba el grillete de la pierna.

—Quiero que te duches, luego cenaremos —ordenó.

Era el momento.

Había llegado la hora de deshacerme de él para siempre, tenía que intentarlo. Ahora se trataba de escapar o morir, sin importar que me convirtiera en una asesina o si moría en el intento.

Mi pie quedó libre y el corazón empezó a retumbarme con violencia. De pronto sentí un calor abrazador invadir cada centímetro de mi cuerpo y cuando me levanté, las piernas me temblaban; no sabía si era por el dolor o por la presión en mi pecho.

Pensar en matar a alguien era sencillo, pero tratar de hacerlo era lo complicado. Si mataba a Khan, me libraría de él, pero jamás podría borrar de mis recuerdos el remordimiento de haberlo hecho.

Khan volvió a agacharse para subirme el pantalón, pero antes de acomodarlo en mi cintura, depositó un cálido beso en la altura de mi vientre. Cerré los ojos y me abracé a mí misma, para disimular el nerviosismo que me causaba este momento.

No hubo noche o día en que no pensara en esto y, ahora que había llegado el tiempo de hacerlo, el miedo volvía a hacer de las suyas y me azotaba con violencia. Las dudas se plantaban como fuertes raíces de un árbol en mi cerebro.

¿Y si fallaba?

¿Y si no lograba escapar?

¿Qué me pasaría?

Sacudí de manera imperceptible mi cabeza, para despejar todas aquellas preguntas que me causaban náuseas y pasé con dificultad la saliva que se sentía como lija en mi garganta.

Tenía que ser valiente, tenía que poder lograrlo.

—No te tardes. —Lo escuché decir, cuando por fin di un paso hacia la puerta de la habitación—. Te esperaré en la cocina.

El sonido ronco de su voz se sintió como un latigazo sobre mi espalda y me trajo devuelta a la realidad.

Mis pies me condujeron hacia el baño, cada paso que daba era lento y temeroso, mientras sentía su mirada como agujas sobre mi espalda. Era una carga que me mantenía en alerta. Mi pequeña amiga oxidada, escondida dentro de la manga, me rozaba la piel, recordándome que estaba a punto de convertirme en una asesina; pero todo era por mi libertad.

Cerré la puerta del baño detrás de mí y cuando iba a poner el seguro a la puerta, su voz volvió a resonar.

—No la trabes.

Mi mano se alejó de la manija.

Caminé hacia el espejo y contemplé mi reflejo cansado y demacrado por este encierro. Las ojeras que hundían mis ojos y me hacían parecer más muerta que viva, yacían ahí como un recordatorio de todas las noches que había pasado en vela, llorando y clamándole a Dios por mi libertad o mi muerte. Me llevé la mano hacia el rostro y rocé con las yemas de mis dedos, los moretones en mi rostro y la herida que había en mi labio, a causa del golpe que me había dado.

Me vi la marca en mi pálida muñeca y recordé la vez en que intenté quitarme la vida para liberarme de Mehmet Aksel. Pero las marcas que tenía ahora, no se comparaban con ellas. Mehmet era un ángel comparado con Khan; a pesar de que jamás intentó obligarme a nada, nunca dejé de verlo como un monstruo. Pero Khan no era solo un monstruo, él también era un demonio.

Había pasado siete años bajo el control de Mehmet Aksel, prisionera en su mansión de marfil y no iba a permitirle a Khan, que me tuviera prisionera en esta cueva de oscuridad.




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