Corazón mutilado

Capítulo dieciocho

No podía creer el tiempo que había transcurrido desde aquel momento en que intenté escapar de Khan. Era la primera vez en mucho tiempo que podía cerrar los ojos con el corazón rebosante de tranquilidad y respirar el aire puro del mar.

Cuando desperté en aquel hospital, quise gritar para que todos escucharan mi voz, sin importar el miedo que invadía mi corazón ante la idea de que Khan estuviera ahí esperando por mí y que todo lo que había intentado hubiese sido en vano; pero no fue así. Era Reyhan quien estaba ahí, con sus ojos cerrados, sentada en una silla con una manta sobre sí misma.

En ese momento, por más que lo quisiera evitar, quise saber qué había pasado y cómo había llegado hasta allí, porque el último recuerdo que tenía en mi mente era yo apuñalando a Khan y luchando contra él para escapar de su prisión. Luego, caí en sus brazos y sonreí, porque al fin me libraría de él.

Entonces, Reyhan despertó y me contó todo. Dijo que había sido él quien me había salvado la vida; una ironía, porque también me la había destruido. Yo seguía respirando gracias a él. Le rogué que llamara a la policía, que contara todo y que me dejara alzar mi voz para, al fin, librarme de Khan, pero ella se limitó a contemplarme con el rostro serio y una enorme tristeza en sus ojos, una tristeza que antes no había logrado ver. Entonces me lo dijo: Khan había muerto y yo no tenía por qué preocuparme.

Pero mi mente se negó a creerlo. Me eché a llorar mientras mi corazón golpeaba ferozmente contra mi pecho. No me importaba en lo absoluto que la policía viniera por mí, que me llamaran asesina, porque había sido la responsable de la muerte de una persona. Yo solo quería asegurarme de que, en verdad, no volvería a verlo para poder respirar sin sentir que el aire no cabía en mi pecho.

Lo sabía: debía sentirme culpable y triste por haber cometido tal pecado. Pero Dios era mi testigo. Traté de no convertirme en una asesina. Alá sabía cuánto intenté convencer a Khan con palabras para que me dejara ir; aun así, él nunca pudo comprender por las buenas y terminó orillándome a la muerte junto a él. Sin embargo, la vida decidió darme un tercer respiro.

Seis meses transcurrieron desde entonces, y yo todavía no terminaba de comprender cómo había sido posible mi libertad.

Reyhan me había ayudado como lo había prometido.

Cuando dijo que debía volver a la cabaña mientras ella arreglaba todo para llevarme lejos de Estambul, me negué. La sola idea de estar otra vez en ese lugar era tortuosa. Sabía que los recuerdos no me dejarían en paz y que vería a Khan, aunque no estuviera ahí.

Pero Reyhan me convenció. Me dijo que, por fin, podría reunirme con mi familia en Trebisonda, dejando atrás para siempre a los Aksel.

—Tienes que volver a la cabaña hasta que te encuentre un lugar donde quedarte en Trebisonda. Sé muy bien lo que sientes al saber que tienes que volver al sitio donde has sido torturada, pero tienes que hacerlo por tus hijos. Piensa que no será para siempre.

Cuando me enteré de que llevaba no solo un bebé en mi vientre, sino dos, me negué a cargarlos dentro de mí. Eran los hijos de Khan Aksel, niños, producto de sus abusos. Pero luego pensé que, si volvería con mi familia, era posible que mi padre no me permitiera regresar, y entonces no tendría a nadie más que a ellos en este mundo.

Y si Alá había permitido que los llevara en mi vientre, era porque serían el motor para continuar con mi vida, para sanar y borrar todo el daño que le habían causado a mi corazón.

Gracias a Reyhan, a Alá y a mí misma, podía volver a respirar y memorizar el olor del mar.

Por fin volvería a ver a mi madre, a Eren y al hombre que había sido el primero en mutilar mi corazón. Porque sí, estaba feliz, incluso porque lo vería a él.

—¿Estás bien? —La voz de Reyhan me sacó de mis cavilaciones, y abrí los ojos para volver a contemplar el vasto mar frente a mí.

—Estoy feliz, Reyhan —dije, al tiempo que respiraba para sentir el aire salado, colarse por mis fosas nasales hasta llenar mis pulmones—. No puedo creer que, en verdad, estoy aquí —acaricié mi abultado vientre.

—Es hora de que vayamos a tu casa —habló tras el silencio, y me giré para contemplarla con una enorme sonrisa en los labios.

—Reyhan, vayamos a casa de mis padres —me acerqué a ella y la tomé de las manos—. No puedo esperar hasta mañana para verlos.

—Amira, el viaje ha sido largo, debemos descansar. Mañana será un nuevo día y podrás verlos. Piensa en los bebés.

Me entristecí al escuchar sus palabras, pero tenía razón.

Veníamos llegando a Trebisonda después de un viaje de más de trece horas por carretera, en el que, de vez en cuando, parábamos para descansar y comer algo. No solo yo estaba agotada por llevar dos vidas dentro de mí; Reyhan también lo estaba, porque era ella quien conducía y tenía todo el derecho y la razón de pedirme posponer la visita a mi familia.

Tenía que guardar paciencia y contener la ansiedad que me generaba volver a ver a mi madre y a Eren después de tanto tiempo. Aunque me muriera de ganas de ver cómo habían cambiado sus rostros con el pasar de los años y qué habían hecho después de que Mehmet Aksel me sacó de casa siendo una niña.

—Está bien, descansemos —dejé escapar un suspiro, resignándome ante su petición—, pero mañana temprano quiero ir a verlos.




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