Después de lo que Khan me había dicho, fue imposible para mí mantener la cordura y la poca calma que me quedaba. Era imposible para mí creer que mi hermano se había convertido en un asesino.
¿Cómo viviría sabiendo que le debía la libertad al mismo hombre que me debía la mía?
Khan Aksel no solo era el dueño de mi libertad, sino también Eren era su prisionero, y todo parecía ser mi culpa.
Inhalé profundamente para calmar la ansiedad que comenzaba a hacer estragos en mí, al mismo tiempo que negaba con la cabeza pegada a la almohada; esto no era mi culpa, era culpa de nuestro padre. Fue él quien me vendió a Mehmet, fue él quien prefirió el dinero antes que a su hija y seguro fue él quien no le dejó otra opción a Eren.
Sin embargo, cabía la posibilidad de que Khan me estuviera mintiendo, quizá era mentira lo que me había dicho y solo quería asustarme para asegurarse de tenerme entre sus garras.
¿A quién recurriría ahora para salir de aquí?
Reyhan no era mi amiga, nunca lo fue y eso me quedaba más que claro. Su falsa ayuda me demostró que yo sigo siendo su enemiga, aunque nunca le hubiera hecho nada. Su traición me rompió el corazón, pero ni siquiera era aquello lo que más me había dolido; era más el hecho de que me hubiera engañado y yo hubiera creído su mentira como una niña a la que su madre engaña diciendo que le comprara dulces si come se come los vegetales. Ella sabía que Khan estaba vivo, lo supo desde un principio y, aun sabiendo todo lo que él me había hecho y cuánto había luchado para escapar de su familia, me trajo devuelta a la prisión de la que siempre he querido escapar.
Pero no me quedaría de brazos cruzados y me resignaría a esta vida. No solo tenía mi vida en mis manos; estaban en juego la vida de mis hijos y también la de mi hermano. Probablemente, la Amira de hace unos meses se hubiera rendido, se hubiera echado a llorar; hubiera cortado sus venas implorándole a Allah la libertad, aunque fuera debajo de la tierra, pero no soy más ella.
El movimiento en la cama me sacó de mis cavilaciones. Khan se dio vuelta sobre el colchón y estiró su brazo para aprisionar mi cuerpo, porque no le bastaba con tenerme contra mi voluntad a su lado, él también quería sentirme ahí. Giré la cabeza en medio de la oscuridad de la habitación y fijé mis ojos en las sombras de su rostro. A través de la oscuridad pude vislumbrar sus ojos cerrados, los cuales parecían estar llenos de una serenidad que no poseían cuando estaban abiertos. Así dormido, parecía alguien sereno, un hombre normal, joven y atractivo. Si no supiera que tras esos ojos color miel se escondía un monstruo y fuera alguien diferente al Khan que conozco, seguro me enamoraría de su belleza. En ese momento, me cuestioné muchas cosas, entre ellas: ¿qué le había pasado para que fuera el hombre que era? ¿Siempre fue así? Probablemente, nunca tendría las respuestas a esas preguntas y tampoco me quedaría para averiguarlo.
Yo jamás podría perdonarle todo lo que me había hecho.
Volví a cerrar mis ojos para intentar conciliar el sueño, mientras pensaba mil formas en las que escapar de este lugar, pero sobre todo de él. Por más que dijera que haría lo que fuera para librarme de él, matarlo siempre será la última opción, mucho más ahora que seré madre de dos pequeños. No quisiera tener que contarles el día de mañana, que su madre fue una asesina. No deseo que nazcan tras las rejas de una prisión, mientras los separan de mí.
Acarició mi vientre, mientras los ojos se llenan de lágrimas y tengo que apretarlos para dejarlas escapar. Si otra fuera mi circunstancia, yo me hubiera deshecho de ellos, no porque tuvieran la culpa de mis desgracias, sino porque sé que siempre me recordarán a Khan y cómo llegaron a mí; pero en mi circunstancia, no puedo y no lo haría, porque son lo único que me motiva a seguir luchando. Son lo único que tengo y que puedo decir que es mío y algún día ellos comprenderán mi historia.
Tomó una respiración profunda antes de por fin caer en el mundo de los sueños.
Estaba sentada sobre una piedra, con un vestido blanco, mientras acariciaba mi vientre y cantaba una canción.
—Nenni, nenni, nenni... bebek oy —canté, mientras la brisa fresca soplaba en mi rostro y hacía ondear mi cabello.
El suelo estaba repleto de hojas secas, cuyo color variaba entre el amarillo, marrón y gris. Inhalé profundo, llenando mis pulmones de su frescura, y giré la cabeza hacia un lado. A lo lejos vi la silueta de alguien, mi ceño se frunció y entonces detuve mi canto. Intrigada, me puse de pie y las hojas crujieron bajo mis descalzos. A pasos lentos y cautelosos caminé para acercarme. Cuando logré acortar la distancia que me separaba de aquella silueta que se convirtió en una persona, me detuve. Era un hombre y, aunque estaba de espaldas, se me hacía familiar.
Vestía de blanco y, al igual que los míos, sus pies también estaban descalzos, pero él no pisaba hojas. Sus pies estaban sucios, cubiertos de tierra mojada que se había vuelto lodo. Lo escuché gimotear, como lo haría alguien que había estado llorando durante mucho tiempo. Sin miedo alguno, me acerqué a él; mis pies también se ensuciaron con el lodo frío. Mi piel se erizó y el ruedo de mi vestido, que ondeaba al igual que mi cabello por el viento, se manchó. Coloqué una mano sobre el hombro del desconocido y entonces se giró; una ligera sonrisa se asomó en mi rostro al ver que era mi hermano, Eren.
Mi sonrisa se difuminó casi de inmediato, al ver que tenía el rostro empapado en lágrimas, al punto en que las gotas que se acumulaban debajo de su mentón caían al suelo y eran ellas las que mojaban la tierra y la convertían en lodo. Él me miró con los ojos cristalinos y me señaló con su dedo índice, lo que yacía frente a él. Una lápida que llevaba inscritos, los nombres de nuestros padres. Me llevé ambas manos a la boca y volví mis ojos hacia el rostro acongojado de mi hermano.