Corazón mutilado

Capítulo veintitrés

Desperté de golpe y me llevé una a la frente perlada en sudor, las gotas resbalaban por mis sienes hasta mi cuello, perdiéndose en mi pecho; ¿en qué momento me había quedado tan profundamente dormida? Me incorporé sobre el colchón, llevándome una mano al pecho, mientras los recuerdos de la imagen de Reyhan desconsolada junto a la ira de Khan, invadían mi cabeza como una película que se reproducía en cámara rápida. Aún podía verlos a ambos de pie dentro de esta habitación frente a mí. La angustia me rebosó el pecho y me sentí débil al permitirme experimentar esa lástima que estaba sintiendo por el hombre que me había destruido la vida y robado no solo la libertad, sino también mi inocencia. Pero es que me era imposible, cuando las imágenes construidas por mi cerebro de ese indefenso niño que era Khan Aksel, venían a mi cabeza como si yo hubiera estado ahí y se trataran de mis propios recuerdos.

Era un pobre niño sin una madre y un padre que lo protegieran; eso era algo que ambos compartíamos.

Deseé que las memorias de las palabras de Reyhan se hubieran tratado simplemente de una pesadilla. Más que nunca, imploraba porque todo lo que ella me había revelado fuera una vil mentira y dejar de sentir esta angustia que parecía consumirme sin control. Quería eliminar las borrosas escenas de su oscura historia. Me pregunté cómo la madre Zherka había sido tan despiadada para marcar de esa forma tan cruel la vida de un niño indefenso. Jamás hubiera imaginado que una atrocidad como esa, hubiera sido ordenada por una mujer como ella, que mostraba amar a sus hijos sobre todas las cosas. Una mujer que se mostraba honorable ante todos.

¿Pero acaso era cierto todo lo que Reyhan me había dicho?

¿Debía de creerle después de las tantas mentiras que había sido capaz de inventar?

La madre Zherka nunca dio señales de odiar a Khan y a su hermano de la manera en que ella me lo había descrito, al menos nunca lo demostró. Ella incluso los llamaba hijos, y ellos, madre. Actuaban como si entre ellos no hubiera pasado nada desagradable, y cada vez que recordaba aquello, la duda me mareaba. No podía negarlo, la incertidumbre estaba sembrada dentro de mí, quizá Reyhan se había inventado aquella historia retorcida para generar lástima en mí y hacer que perdonara a Khan por todo lo que me había hecho, para de esa forma lograr que yo dejara de insistir con escapar de sus garras. Sin embargo, las lágrimas en sus ojos y el dolor que me transmitían sus palabras, no parecían ser una mentira. Todo su cuerpo temblaba cuando parecía recordar los detalles. La reacción de Khan al enterarse de que ella me había contado aquello, tampoco parecía ser un teatro montado, era una reacción genuina.

Yo vi las lágrimas y el dolor en su rostro, fui testigo de la impotencia y el horror en sus ojos; sentí la vergüenza en cada una de sus palabras y en la forma que le pidió a ella que se largara. Tal vez yo era muy tonta o inocente para distinguir qué era cierto y qué era mentira, pero no podía no ser cierto todo lo que ella me había relatado. Si no lo fuera, él no hubiera desaparecido sin darme la cara; se hubiera quedado y me hubiera tratado de convencer para lograr su cometido.

Respiré profundo y llevé mis ojos hacia la puerta de la habitación, por donde lo vi salir antes de quedarme sola. Luego vi el ramo de margaritas blancas en el suelo y en la mesa de noche contemplé la bandeja de comida que parecía haber dejado para mí.

¿En qué momento había regresado?

Me senté al borde de la cama, al tiempo que mis ojos permanecían fijos sobre la bandeja de comida que contenía un plato de Kisir y una taza de té. Mi estómago crujió en ese momento al ver la comida. No sabía con exactitud cuánto tiempo había pasado desde la última, pero sabía que era bastante. Tomé el plato de Kisir y lo comí con tantas ganas, como si no hubiera comido en semanas y no sabía si era por el hambre o porque realmente estaba demasiado bueno. Cuando terminé de devorar la comida, volví a dejar el plato sobre la bandeja, levantándome con cuidado de la cama.

Aunque ya habían pasado semanas desde que dejé el hospital, aun mi cuerpo se sentía débil y adolorido. Caminé hacia el ramo de margaritas que yacía en el suelo, en el mismo lugar en donde había intentado recogerlo, antes de que Khan me dejara sobre la cama. Con cuidado y algo de dificultad, me puse de rodillas para poder tomarlo entre mis manos. Contemplé las flores con melancolía y una extraña sensación dentro de mi pecho. Una ligera sonrisa se dibujó en mis labios cuando los recuerdos de Eren y yo de niños volvieron a mi mente y la imagen de ambos sentados, mientras él hojeaba el libro y me enseñaba sobre las flores.

—¿Ves estas de aquí? —me preguntó, mientras señalaba con el dedo la imagen de la flor con centro redondo y amarillo, con sus pétalos blancos y alargados.

Asentí con la cabeza, entretanto mis ojos estaban concentrados en la imagen.

»Se llaman margaritas y hay cientos de ellas, de diferentes colores, pero estas tienen un significado muy bonito y especial —explicó y levanté mis ojos hacia su rostro.

—¿Y qué significan, hermano? —Eren me acarició el cabello y me sonrió.

—Bueno, las blancas significan inocencia, pureza, nuevos comienzos; amor verdadero, alegría y esperanza. Y si alguien te las regala, puede significar que quiere un nuevo comienzo contigo, o quiere expresarte su amor puro o amistad sincera.

—Las margaritas son mis flores favoritas, entonces —dije con una amplia sonrisa y Eren me empujó hacia sus brazos, al tiempo que depositaba un beso en mi cabeza.




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