Por más que trataba de conciliar el sueño, acurrucada en la cama, mis pensamientos no me permitían hacerlo. Mi cabeza daba vueltas y las voces dentro de ella no me dejaban en paz. Con cuidado, me levanté de la cama y vi el ramo de margaritas deshecho aún en el suelo, lo miré con recelo y me puse de pie. Caminé con cuidado, porque no podía apoyar del todo el pie derecho, donde el vidrio se me había incrustado, pero la venda que Khan me había puesto me ayudaba bastante a no sentir el dolor.
Estaba sola, aburrida y encerrada en estas cuatro paredes, con la mente llena de pensamientos que no podía controlar por más que lo intentara. Necesitaba hacer algo más para apartarlos, aunque fuera por un momento. Así que cerré los ojos al mismo tiempo que tomaba una respiración profunda, caminé hacia el armario que había en la habitación y empecé a revisarlo. Estaba repleto de ropa, tanto de mujer como de hombre, y asumí que aquello había sido obra de Reyhan. Rebusqué entre la ropa hasta que encontré un pantalón de licra blanco y un suéter de lana color marrón. Los tomé en mis manos junto a una parka blanca. Había tomado la decisión de fingir que no estaba secuestrada en esta casa.
Dejé la ropa sobre la cama y me dirigí al baño para tomar una ducha. Contemplé el cuarto, limpio y ordenado como todo lo que había en esta casa; no faltaba nada que pudiera dar señales de que, hacía poco que estaba habitada, al contrario. Me deshice de la ropa de pijama y observé mi reflejo en el espejo. Observé mi piel pálida, mi vientre abultado y lo mucho que había cambiado físicamente. Mi rostro ya no era el de aquella niña de trece años. Tenía ojeras que marcaban mis ojos llenos de tristeza, el cabello estaba más largo, casi me llegaba a la cintura; ya no estaba tan ondulando como en ese entonces. Era increíble cómo hasta aquel insignificante detalle lo había perdido.
Metí mi cuerpo bajo el chorro de agua tibia de la ducha y disfruté del agua mientras caía por mi cabeza. Cerré los ojos y levanté el rostro hacia la lluvia falsa, y los pensamientos que no se detenían lo hicieron. Aunque fuera por ese momento, fingiría ser una mujer joven, embarazada, que tomaba una ducha en su casa. Actuaría como si todo estuviera bien, como si mi hijo, ni yo fuésemos víctima de Khan Aksel.
Me vestí primero con la ropa interior y después me vestí con la ropa que había dejado sobre la cama. Me eché una mirada en el espejo a mi nuevo semblante y al atuendo, mientras sonreía para mí misma. Quien me viera nunca pensaría que era una joven secuestrada. Encendí el secador de cabello que encontré entre los cajones de la cómoda y empecé a secar mi cabello húmedo. Por lo largo que lo tenía, sabía que me tardaría mucho, pero no había prisa alguna.
Cerré los ojos mientras tarareaba una melodía cualquiera y me concentraba en el sonido del aparato que lanzaba aire caliente.
—¡Maldita sea, no te dije que te largaras! —escuché entre mi tarareo y el ruido.
Mi ceño se frunció y abrí los ojos de golpe.
—¡No te quiero ver aquí, lárgate! —volví a escuchar, entonces presioné el botón y el secador se apagó.
Caminé hacia la puerta de la habitación y la abrí con cuidado de no hacer ruido.
—Estás buscando que lo mate a él y te mate a ti también, Reyhan —Esa era la voz de Khan y sonaba furioso.
—¿Cuánto tiempo piensas sostener esta locura? —preguntó ella y él no le respondió.
Seguí avanzando por el pasillo hasta llegar al final de la pared, donde me oculté, mientras los espiaba a ambos. Él estaba frente a la chimenea, con la cabeza baja, mientras sostenía en sus manos un atizador con el que removía la leña en el fuego. Reyhan estaba detrás de él, con los brazos cruzados por debajo de sus pechos, esperando por una respuesta que él no estaba dispuesto a darle.
—Yo se lo conté todo —soltó tras el silencio al tiempo que suspiraba y dejaba caer sus brazos a los costados de su cuerpo.
¿A quién le había contado todo?
El atizador dejó de mover la leña y Khan levantó la cabeza, pero no volteó a verla, se quedó inmóvil. Entretanto, el fuego calentaba el hierro, tiñendo la punta del metal de un rojo vibrante.
—Él está ahí afuera y quiere llevarse a su hermana. Si tú no accedes, él llamará a la policía, Khan.
Un vuelco abrazó mi corazón y una sonrisa inevitable se abrió paso en mi rostro. Me llevé ambas manos a la boca para ahogar la carcajada de felicidad que no pude contener. Mi hermano estaba aquí y había venido por mí.
—Tú no aprendes, ¿verdad? —finalmente habló—. El cerebro que tienes en esa cabeza es un maldito adorno, ¿no es así, querida primita?
Volví a asomar mi cabeza para observarlos.
—Lo hago por tu bien —dijo ella y él soltó una carcajada al tiempo que se giraba hacia ella con el atizador caliente en las manos.
—Por mi bien dices… —murmuró.
—Para que no vayas a la cárcel —le aclaró ella—. Eren me dijo lo que hiciste por él y está dispuesto a no hacer nada en tu contra si tú le das a su hermana.
—Tú y él son unos mal agradecidos —masculló—. Quité a Amira de tu camino para que por fin lograras enredar a Mehmet y, en vez de estar allá intentando hacer que la olvide y se case contigo, ¡estás aquí intentando joderme la vida! —gritó esas últimas palabras mientras caminaba hacia ella.
—No estoy intentando joderte la vida, ¡por Dios! —ella retrocedió—. Quiero salvarte, eres mi familia.
—Salvarme, dices —se rio—. Deberías de preocuparte de salvarte a ti misma, Reyhan —volvió a darle la espalda y poner el atizador nuevamente en el fuego—. Sal y dile a Eren Gürman que le mentiste, que su hermana es feliz conmigo…
—No… —susurré, mientras mis ojos se posaban sobre Reyhan.
—Llévatelo de mi casa o esto terminará mal, Reyhan y será tu culpa.
—Khan, por favor… escúchame —ella le suplicó al tiempo que se acercaba a él—. Déjala ir con su hermano. Amira es una buena persona. Si tú la liberas, te prometo que la convenceré para que te perdone y te deje ser el padre de su hijo y…