Corazón mutilado

Capítulo veinticinco

Entonces le hice caso, corrí tan deprisa como pude, olvidándome por completo de la herida que había en mi pie y de lo mucho que me dolía. Corrí hacia la cocina, recordando el patio que daba al bosque. Abrí la puerta con mis dedos torpes, mirando hacia atrás, rogando porque ella viniera detrás de mí, pero no lo hice.

Mi cuerpo chocó con otro y unas manos fuertes me sujetaron por los brazos. Cuando levanté la vista, me encontré con el rostro confundido y perplejo de Tariq Aksel.

—¡Amira?! —balbuceó.

—¡Déjame, no me toques! —me zafé de su agarre y sin importarme nada corrí en dirección al bosque.

Lejos de Reyhan, de Khan, de Tariq, como si los Aksel fueran la peor de las enfermedades. Corrí olvidándome del dolor en mi pie y de mi hermano… ¡Por Dios!

Me detuve y miré hacia atrás, ya no podía ver la casa, solo los árboles y la densa neblina que había.

—No puedo dejar a Eren —murmuré, sosteniéndome con una mano al tronco de un árbol—. Khan va a matarlo, tengo que volver.

Me sostuve el vientre con una mano e inhalé profundamente el aire húmedo de la naturaleza. Hacía mucho frío y mis pies estaban descalzos. Tenía que volver por mi hermano, debía sacarlo de ahí antes de que Khan Aksel terminara con su vida, pero una voz en la profundidad del bosque me sacó de mis cavilaciones.

—¡No te detengas y corre!

Esa era la voz de mi hermano.

—¡Corre, Amira! —Lo escuché gritar—. ¡Corre!

La neblina apenas me dejaba ver hacia dónde corrían mis pies.

El cielo estaba teñido de gris y el viento que golpeaba mi rostro con dureza, se sentía como un pedazo de hielo sobre mi piel, y aunque esta estuviera tibia por mi desesperada huida, podía sentirlo quemarme como si fuera ardiente fuego en carne viva.

Corrí sin detenerme, obedeciendo a las palabras de mi hermano. La adrenalina galopaba en mi cuerpo; si había dolor en mis pies, no era capaz de sentirlo en ese terrorífico momento. Mi respiración era agitada y seca, cada inhalación me resultaba como una dolorosa llaga en la garganta que se expandía hasta mi pecho y se incrustaba en mis costillas. Tenía tanto miedo. Temía que Khan me encontrara y volviera a llevarme entre sus garras, devuelta a su prisión de marfil y no volver a tener la oportunidad de escapar lejos de ahí. Tenía miedo de que le hiciera daño a mi único hermano, incluso temía por la vida de Reyhan y de Tariq.

—¡Dios mío! —exclamé en medio de la agitación, al recordar que Tariq estaba ahí.

¿Acaso Reyhan también le había contado todo como a mi hermano y por eso estaba ahí?

Ya no podía seguir corriendo más. Posé una mano debajo de mi abultado vientre, porque me pesaba demasiado. Me detuve un momento para recobrar algo del aliento que me estaba faltando. Recargué mi espalda contra un viejo y enorme árbol. Tragué saliva con dificultad, al mismo tiempo que mis fosas nasales se dilataban, dejando entrar el aire de manera brusca y pesada. Apreté los ojos un momento, el miedo que sentía me carcomía como si de larvas sobre carne podrida se tratara.

—¡Eren! —tragué saliva—. ¡Ya no puedo más, hermano! —grité, pensando que él me escucharía y vendría hacia mí.

—¡Entonces no sigas corriendo, mi amor! —En cuanto escuché su voz retumbar en la densidad del boque y la neblina, volví a correr.

No era mi hermano, era Khan.

—¡No puedes escapar de mí, Amira! —gritó el monstruo de mi vida.

Mis pies ya no eran capaces de resistir un trote más. Las costillas me dolían al solo inhalar y mis pies querían detenerse, pero si lo hacía él me atraparía y no habría vuelta atrás. Pensé en mi bebé, en mí siendo libre, y eso de alguna manera me entregó las fuerzas para continuar mi huida. Mi hijo merecía crecer lejos de ese monstruo y merecía a una madre libre de su padre.

—¡Cariño! —Su voz resonó, como el fuerte alarido de un lobo hambriento—. ¡No lo hagas tan difícil! —exclamó—. ¡Regresa y te perdonaré esta imprudencia! ¡Lo prometo!

No, no me lo perdonaría. Era un monstruo, una horrible y asquerosa bestia. Si volvía a sus garras, me mataría a golpes, me violaría como lo había estado haciendo; me torturaría con la muerte de mi hermano.

No se lo permitiría, no más. Dios tenía que ayudarme.

—Sácalo de mi vida, Allah, me lo debes. —Supliqué al son de mis dolorosas pisadas.

—¡Amira! —escuché un susurro y me detuve. Eren estaba a un lado escondido en un árbol.

Su ropa estaba llena de sangre y su rostro estaba magullado.

—¡Eren! —exclamé horrorizada.

Intenté acercarme a él, pero me detuvo.

—Tienes que seguir corriendo, no te detengas, no lo hagas.

—Pero estás herido, no puedo dejarte así —vi la sangre escurrirse entre los dedos de sus manos que sostenían un costado de su cuerpo.

—Olvídate de mí —tragó saliva y me sonrió—. Quiero que corras y no mires atrás. No dejaré que él te alcance.

Negué con la cabeza y los ojos nublados por las lágrimas. Miré hacia atrás y no vi rastro alguno de Khan. No podía dejar a mi hermano aquí.




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