Corazones Congelados

Capítulo 1

Esto es una mierda.

Se dijo Tatiana cuando entraron a lo que sería su nueva casa. Era mucho más grande que la anterior, pero eso no cambiaba el hecho de que su convivencia no sería la mejor. Su padre, Fisher, estaba en la cocina con su madrastra Melonny, revisando los últimos detalles. Mientras tanto, su hermana menor, Maya, pasaba por su lado, empujandola con el hombro, sin darle importancia y subía corriendo las escaleras, seguramente para conseguir la habitación más grande.

Tatiana dejó su maleta junto a las otras cerca de la puerta y subió las escaleras sin expectativas. Había vivido diecisiete años con su padre y su hermana, que la odiaban sin razón aparente, lo que le había enseñado a no esperar demasiado.

Ni siquiera quería mudarse.

Antes vivían en California, San Francisco, con pocos amigos y una pareja de patinaje en hielo perfecta. Le había costado mucho conseguir esa pareja cuando Maya dio el anuncio que la Academia Lutz en Warwood la había seleccionado para jugar hockey femenino. Papá también solicitó ser entrenador al ver la vacante. Tatiana tuvo que presentar su solicitud para tener un lugar donde entrenar. Así que ahí estaba, en una nueva casa, en un nuevo pueblo, rodeada de nuevas personas, sin compañero, sin entrenador, sin reputación, sin competencias, solo por culpa de su dichosa hermana.

Miró dentro de una habitación. Su hermana estaba sentada en la cama jugueteando con su teléfono. Efectivamente, había tomado la habitación más grande y la que tenía baño. Maya la saludó con malicia mientras se levantaba y le cerraba la puerta en la cara. Siempre había sido así; nunca se habían llevado bien. No sabía si era porque no tenían la misma madre, Maya era hija de Melonny, o porque les interesaban diferentes deportes, a pesar de tener algo en común: el patinaje sobre hielo.

Abrió la puerta de la habitación contigua. Era notablemente más pequeña y no tenía baño. Genial, tendría que usar el del pasillo.

Se sentó en la cama pegada a la pared, observando la mesita de noche a su lado. Frente a ella, a la izquierda y cerca de la ventana, estaba el armario, lo suficientemente grande como para colgar sus medallas. Papá había dicho que ya habían colocado los clavos en las paredes para colgarlas, junto con repisas para los trofeos. Aunque no tenía tantas como Maya, tenía una buena cantidad de medallas, aproximadamente unas veinte, y diez relucientes trofeos que esperaban ser sacados de las cajas que los trabajadores de la mudanza habían traído.

❄️⛸️

Después de una semana de finalizar la organización de la mudanza, pudieron volver a empezar con la rutina a la que estaban acostumbrados. Sin embargo, ahora no estaban en San Francisco; se encontraban en Warwood, un lugar desconocido para Tatiana. A pesar de eso, se despertó a las cinco de la mañana con toda la actitud y comenzó a prepararse. Se vistió con su ropa de entrenamiento y preparó su bolsa con los patines, colocándolos en la sala. A las seis ya estaba preparándose su batido de proteína junto con su desayuno. Cuando fue a sentarse en la isla de la cocina, Maya, al ser un poco más alta, le arrebató su desayuno.

—¡Hey! Haz tu mierda tú. –Maya la ignoró mientras mordía el sándwich y fruncía el ceño al tragar.

—Sabes que odio el queso—comentó Maya.

Su cabello negro y lacio estaba recogido en una coleta perfecta, y sus ojos color miel la miraban desafiante. En cambio, el cabello de Tatiana era rizado, sus ojos verdes como aceitunas y su tez más bronceada que la de Maya.

—Pues no era tu desayuno— respondió Tatiana.

—¡Tatiana, deja de pelear! Son las seis y media, y aún no has desayunado—replicó su padre, ya vestido con su ropa deportiva de entrenador de hockey.

Tatiana intentó defenderse pero se callo. Siempre era lo mismo: su padre parecía adorar a Maya y odiarla a ella.

—Si, Tatiana, nos vamos a retrasar por tu culpa— sentenció Maya. Tatiana sintió ganas de estrangular a su hermana, quien parecía complacida quitando el queso del sándwich y bebiéndose su batido.

Claramente, no le dio tiempo de hacerse otro batido, así que tuvo que comer el segundo sándwich mientras caminaba. Su padre no desayunaba; solo tomaba café y llenaba el resto en un termo para beberlo durante la mañana. Tomó su termo que casi lo olvidaba en la isla de la cocina, se colgó el bolso y salió corriendo al escuchar la bocina de la camioneta de su padre. No vio a Melonny esa mañana, probablemente se había quedado cociendo hasta tarde.

Como era costumbre, tuvo que dejar su bolso sobre sus pies. El casco, el palo y el bolso de Maya ocupaban todo el espacio detrás o así pasaba si Maya se lo propone. Maya iba sentada en el asiento del copiloto, con una rodilla encima del asiento, mientras tecleaba en su teléfono.

Escuchó a su padre hablar de estrategias de hockey que no comprendía mientras revisaba su teléfono. Cero mensajes. ¿Sus amigas de San Francisco ya la habían olvidado? Con un suspiro, guardó el teléfono en el bolso y miró la estructura gigante que se erguía a medida que entraban al estacionamiento. Parecía un estadio, pero todo era de vidrio, y las palabras “Academia Lutz” brillaban con la luz del sol.

Cuando estacionaron, Maya salió y volvió a abrir la puerta trasera para sacar sus cosas. Golpeó el palo contra su cabeza. ¡Auch!

Luego se rió al cerrar la puerta. Tatiana se apresuró a salir del carro antes de que su padre olvidara que tenía otra hija y pusiera el seguro. Una vez le había pasado, y no fue nada divertido estar encerrada seis horas en esa camioneta solo porque su padre no contestaba el teléfono.




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