Tatiana
Nadie le había avisado a Tatiana que los analgésicos la dejarían tan dormida que ni siquiera escuchó su alarma. O tal vez estaba tan exhausta que echó toda la culpa a los medicamentos.
Lo cierto es que despertó con un susto a las seis y media, cayéndose de la cama al oír los toques fuertes en la puerta. Con los ojos entrecerrados y aún envuelta en las mantas, trató de zafarse de las sábanas enredadas en sus pies mientras luchaba por mantenerse consciente.
Melonny, visiblemente alterada, la miró desde la puerta con la expresión de quien ya no sabe qué hacer. Cuando vio a Tatiana despeinada, con la cara de sueño todavía marcada en su rostro y vestida con el pijama, no tuvo más opción que arrastrarla hacia el baño sin mediar palabra.
—¿Sabes qué hora es? —preguntó Melonny, su voz llena de reproche—. ¿Qué pasa contigo? Si no estás lista en diez minutos, ¡se irán sin ti!
Tatiana, todavía medio adormilada, miró el reloj de su muñeca: seis y veinte. Mierda. En un parpadeo, la adrenalina comenzó a fluir y la mente de Tatiana despertó de golpe. Sin tiempo ni para pensar, se lanzó al baño a lavarse la cara y los dientes con movimientos automáticos, mientras intentaba no mirar el reloj nuevamente. Sabía que no se iba a salvar de la regañina. Corrió nuevamente hacia su habitación, sintiendo el dolor punzante en su rodilla con cada paso, pero ignorándolo completamente. Era más importante salir rápido que sentirse cómoda.
Con una rapidez digna de una maratón, cogió su bolsa deportiva y metió la caja de analgésicos. Los patines de su padre, que siempre llevaba en el coche para entrenamientos, quedaron colgados en su hombro. Miró su reflejo en el espejo: el cabello estaba un desastre, los rizos revueltos por todos lados como si tuvieran vida propia. Estaba tan cansada ayer que ni siquiera se puso el gorro de satín antes de dormir. Agarró una pinza rápida y se ató el pelo de cualquier manera; en el vestuario tendría tiempo para arreglarse un poco más.
Melonny apareció con su termo de agua justo cuando ella estaba a punto de salir. No se dio ni cuenta de cómo había llegado tan rápido hasta la entrada.
—¿Todo bien, hermanita? ¿Te caíste de la cama o qué? —Maya, que estaba sentada en el asiento del copiloto, soltó una risa burlona.
El padre de Tatiana hizo algunas vueltas extrañas por el vecindario, buscando algo que no encontraba. Maya, con su tono inquieto, chillaba a cada rato, y su paciencia se agotaba. Finalmente, a las siete menos diez, llegaron a la academia. Tatiana, mientras intentaba que sus pasos no delataran su cojera, hacía lo posible por no retrasarse. No quería que Maya ni su padre se dieran cuenta de nada.
Cuando llegó a los vestidores, se encontró a John, quien la miró de arriba abajo con una ceja levantada.
—¿Y tú qué te hiciste? —preguntó, claramente desconcertado.
—¿Tan mal me veo? —Tatiana sonrió, aunque aún se veía agotada.
—No, Tati —John se pasó la mano por la nuca, tratando de no incomodarla—. Solo pareces... cansada. Mucho.
—No escuché mi alarma, algo que nunca me pasa —dijo Tatiana, su voz más cansada de lo que esperaba—. Así que tuve que arreglarme en diez minutos. Y no desayuné.
John la miró unos segundos, evaluando la situación, y luego suspiró.
—Voy por un café y algo para el desayuno, mientras tanto, ve a... —se detuvo un momento, buscando una palabra menos cruda..
Tatiana sonrió, negando con la cabeza.
—Lo sé, lo sé. Voy a arreglarme.
—Lo dijiste tú, no yo. —John no perdió el tiempo y salió disparado al ascensor mientras ella se dirigía a su casillero.
Con un suspiro, Tatiana dejó su bolsa en el casillero y sus patines en la banqueta. Mientras sacaba las medias, observó que una de ellas era negra con abejas amarillas, y la otra tenía un diseño de aliens verdes. Miró su conjunto: una falda negra deportiva con un short integrado y un top rosa bebé sin mangas.
Estupendo, pensó, ¿cómo pude hacer esto hoy?
Pero al ver las medias, no pudo evitar soltar un jadeo. Una era negra con abejas amarillas y la otra era de aliens verdes.
¡Mierda! Liam iba a verla así: con medias diferentes y con cara de no haber dormido en años. Por lo menos, la hinchazón de su rodilla ya no era tan visible, y el color rojo que había tenido el día anterior había desaparecido. Se tomó un par de analgésicos más y, después de cinco minutos, una pastilla para la migraña. Estaba preparada para el entrenamiento.
Después de algunos ejercicios de calentamiento, que le dolieron más de lo que esperaba, Tatiana finalmente sintió que podía empezar. Mientras se dirigía al baño para mojarse el cabello y tratar de domar los rizos rebeldes, John llegó con su capuchino y un sándwich de queso con jamón.
Con el efecto del analgésico y la adrenalina, ni siquiera sintió la molestia en la rodilla. La rutina avanzó rápido, centrándose en los giros y las acrobacias que tanto le gustaban. Pero después de unos minutos, cuando Tatiana tomó un breve descanso para recuperar el aliento, se acercó a John, su voz sonando un poco más aguda por los nervios.
—John... —Su voz subió una octava por los nervios.
—¿Pasa algo, Tati? —preguntó, mirándola con el ceño fruncido.
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Editado: 08.02.2025