CAPÍTULO 1
-Y un día alguien devoró mi corazón-
—¡Lev!
Aquella fue la última vez que escuché la voz de mi madre. Movía su mano enérgicamente junto a mi padre.
Me dejaron frente a frente contra una vida que ni siquiera sabía que estaba viviendo hasta esos momentos. La realidad me aplastaba sin saber qué hacer, qué decir, cómo comportarme. No tenía guía alguna.
Mi corazón de forma desesperada, como quien se apresura cuando la casa se quema y las llamas comienzan devorando todo a su paso, arañó cuanto recuerdo poseía, resguardándolo de forma incansable metiéndolo dentro de mí en algún rincón oculto. Allí había un espacio pequeño, tan reducido que temí morir pues eran apenas migajas de lo que el pasado había dejado conmigo sumiéndome en un dolor sofocante.
Desee estar muerto.
La vida fue demasiado caprichosa con alguien como yo. Con diez años, mi padre había dejado que su guardaespaldas Jules Bronk, y un mayordomo japonés, Francis Ikozume cuidaran de mi junto a una fortuna que solo podría usar cuando cumpliese la mayoría de edad, mientras tanto, el mejor amigo de mi padre cuidaría de mí y de mis dos empelados que a escasos diez años ya debía aceptar sin miramientos.
Como me negaba a viajar, mi estado anímico desmejoró, mientras que Francis solo aceptaba mi comportamiento con docilidad, la misma característica que lo había acompañado desde que lo conocía, no pasó con Jules que me reprendía porque desde aquel fatídico día no hablaba en otro idioma que no fuse ruso, y él bramaba enloquecido pues pensaba que le tomaba el pelo, y yo…simplemente intentaba aferrarme al recuerdo de mi madre, hablaba en su idioma por esa nefasta vez que ni siquiera pude esbozar ni un insignificante sonido por ella. La culpa me abrumaba.
Iba a uno de los mejores colegios, y mi situación de vida se había regado por todos lados, y aquello que se decía por la boca de tantos desconocidos se esparcía silenciosamente a través de habladurías. Gracias a mi nueva “condición” mi integración no fue sencilla, muchas veces llegaba golpeado, Jules, intentó intermediar pidiendo que él cuidaría de mí en los horarios donde estuviese solo, la directora se negó aduciendo que mi comportamiento solitario, y mi rotundo cambio de idioma había alejado cualquier posibilidad de ayuda.
Una tarde llegué molido a golpes, mi camisa estaba manchada de sangre, la corbata apenas aun la tenía colgando de mi cuello, el saco había perdido los botones, y mis pantalones estaban rasgados a la altura de las rodillas.
—Mírate, ¡piensas seguir quedándote sin hacer nada! —bramó Jules aquella vez, tomándome por los hombros, limpiando con sus puños lo que quedaba de mi sangre sobre mi rostro— .deja que te ayude, yo voy a lograr que nadie se atreva a golpearte jamás— ,sus manos refregaban mis mejillas una y otra vez, y sin desearlo lloré, hacía mucho que no lloraba, ni siquiera cuando me golpeaban lograba llorar—Estás vivo, Leo, y gracias a que lo estás: ¡conviértete en ese jodido bastardo que todos dicen que eres!, ¡vuélvete aterrador para esos imbéciles!
Y bien, lo hizo tal cual, después de todo mi padre lo había contratado porque era realmente bueno, me educó de tal manera que con once años podía golpear con demasiada facilidad, y vaya, al parecer lo que decía mi madre en el pasado sobre mí cuando se jactaba con mi padre de mis cuantiosas habilidades al aprender ya sea un idioma o bien algo nuevo se me daba con una facilidad abrumadora, y en aquel concepto también entraban las cosas malas.
Hasta que un día me suspendieron, Jules tuvo que ir como mi tutor provisional, ya no toleraban mi comportamiento.
—A pesar de que Leo, se niega a hablar en otro idioma que no sea el materno, y gracias a su compresión políglota, aprende, y sus calificaciones son básicamente excelentes, pero— ,la directora le sonrío a Jules con desagrado—siempre existen los “peros” —retrucó calando la cara de pocos amigos que cargaba Jules.
—Créame, lo noto.
—Cómo le decía, no es tolerable su comportamiento. Es insostenible. Ningún padre desea que esté más aquí, y como verá, una manzana podrida no puede contaminar al resto Sr. Bronk.
—Podemos charlar con él—.Determinó con una tranquilidad pasmosa Jules.
—Los psicólogos; han notado en él demasiada agresividad y eso quiera usted o no reconocerlo, es sinónimo de tristeza. Leo, es un niño muy triste.
Al parecer mi angustia era significativa, los médicos se encargaron de mí y le dieron un ultimátum a Jules tenía que cumplir con el testamento de mis padres, ya no podía retener más tiempo llevaba dos años de algo que ya debía haber pasado en mi vida aunque yo no lo quisiese así, pues, no quería abandonar el único lugar que conocía, si lo dejaba sentía que renunciaba al poco recuerdo que sostenía aun conmigo de mi familia.
Mi padre había dejado por escrito que tanto Jules, como Francis debían estar siempre conmigo, los abogados concretaron un acuerdo y el amigo de mi padre ,Eduardo , había aceptado que me uniese a su familia bajo esas condiciones, después de todo al parecer le debía grandes favores a mi padre y no podía negársele.
Según los médicos estar con una familia me haría bien, más si en ellos había niños de mi edad.
Viajamos hacia la que sería una nueva vida, el clima de Inglaterra era detestable, estábamos en verano, pero el asqueroso día se las había ingeniado para echarme un mal genio que ni siquiera toleraba, pues la suave briza diluía las nubes que parecían jugar con el sol, pues lo cubrían de a momentos, ocultando sus rayos para luego de forma caprichosa descubrirlos de a ratos.
#5567 en Novela romántica
#1189 en Novela contemporánea
jefe y asistente, romanace desamor primer amor, romance oculto
Editado: 21.06.2025