Corazones Devorados

Capítulo 3

CAPÍTULO 3

-Ella me admira tanto que me obliga a ser un santo-

-Leo-

Desde que era una niña me observaba como su jodido entretenimiento, pero, era tan astuta que no se dejaba vencer fácil, yo era su desafío y al parecer aquello la encendía de tal manera que hasta aprendió a hablar ruso con fluidez solo para machacarme la existencia. Al principio odié su sonrisa de victoria y ese mentón que elevaba desafiante cada vez que daba en el blanco.

Todo lo que aborrecía de esa entrometida se terminaba convirtiendo en mi asqueroso delite, ¿cómo podía ser posible semejante cosa? ¿qué tenía ella que las demás no? A pesar de que le regalaba mis peores caras de asco, mi mal carácter y mi horrible indiferencia, Helena se las ingeniaba para atrapar mi indomable corazón. Era intrépida, vivaz, risueña, en la misma media poseía un orgullo detestable…

Eduardo le exigía en demasía, todo lo que le pedía ella lo hacía, era instruida, su educación delante de las personas era exquisita y sin exageraciones, sabía mezclar los silencios con las miradas, aprendía rápido y en consecuencia su personalidad era atrayente pues su naturalidad y frescura era cautivante para cualquiera.

Usaba su inteligencia con astucia, Helena aceptaba relacionarse con todas las personas que su padre le pedía que debía frecuentar pero jamás dejaba de ser ella, y eso, causaba una distinción en su presencia difícil de dejar pasar.

Vestía elegante solo para ocasiones necesarias, no pregonaba su dinero, ni sus lujos, de hecho era algo que para ella resultaba natural, no necesitaba valerse de la fortuna de sus padres para mostrar ante los demás lo que poseía y aquello era una joya invisible que la adornaba belleciendola aun más.

Muchas veces se encontraba sola, por las tardes debía ir a esas desabridas clases de ballet, deseaba complacer a su padre esforzándose al máximo ,por ende, su maestra la obligaba a quedarse después de horario practicando en solitario, cada tanto iba a esperarla , y mientras lo hacía me quedaba apoyado sobre unos rústicos cimientos de piedras envueltos en maleza que daban a un gran ventanal donde podía verla, o mejor dicho vernos, Helena bailaba de forma delicada, sus piernas se movían con gracia, sus brazos se alzaban sobre el aire con extrema delicadeza, en cada giro me dedicaba una mueca de desagrado, y en otras ocasiones un espectacular sonrisa, de esas que me derribaban y de las mismas que me obligaban a poner mi peor cara de culo, para que no se me notara que me traía jodido, esas sonrisas por los cuales se ganaba de mi parte un perfecto “fuckyou”, en vez de hacerla enojar, estallaba en risa.

La observaba en puntillas elevarse con demasiado encanto, su cuerpo ya no era el de esa niña revoltosa trepa árboles, tragaba con dificultad cada vez que recordaba cuando mi forma de observarla había cambiado con rotundez.

Era tan egoísta que no permití que tuviese su primer beso, practicábamos equitación, y había notado que uno de su amigos estaba enamorado de ella, habían salido, y esa tarde llegaron a casa después de una cita, estaban en el inmenso pórtico, él se encontraba a punto de basarla, hasta que yo aparecí indicándole a la distancia llevándome un dedo sobre mi boca para que no se le ocurriera hacer ni el más mínimo ruido delatándome, para luego con un simple gesto dejarle en claro que iba a liquidarlo si la besaba. Entonces él simplemente se asustó, apartándose de ella segundos antes de besarla.

Sentía a Helena tan mía, que me resultaba imposible pensar que podría estar con alguien más que no fuese yo ¡vaya, mierda de tipo en el que me estaba convirtiendo! Pero mientras ella no lo supiese, sería un maldito santo.

Millones de veces estuvo a punto de pillarme en situaciones complicadas, pero Helena creía todo de mí.

—Leo: ¿Qué es ese olor? —dijo con esa inocencia que se me hacía insólita y no era para menos todos contribuíamos a que su mundo fuese así.

Había salido en mi búsqueda llegando a uno de los apartamentos que tenía uno de mis amigos. Estábamos fumando hierba. Asomé mi cabeza por la puerta cuando los muchachos la vieron por la ventana llegar al hall principal.

—¡Nada, nada!—exclamé tosiendo porque casi me ahogo de solo pensar que ella estaba allí husmeando—¡vete! ¡molesta! —saque mi brazo por la puerta pillándole la nariz.

—¡Bruto! ¡eso duele! —chillo dándome de manotazos, decidí salir hacia el pasillo cerrando la puerta tras de mí, solo ahí la solté tomándola por los hombros.

—Papá va a preocuparse, ya es tarde—me alertó, me había saltado las clases y Helena estaba como una intrusa siguiendo mis pisadas.

—Eso cuenta para ti, no para mí, tonta— .Helena se volteo.

—El hecho de que no lo consideres tu padre no significa que no haya nadie que no se preocupe por ti—¿Porque era tan leal?

—Sé cuidarme solo, así que despreocúpate —toque el botón del ascensor metiéndola dentro, pulsé nuevamente para cerrar las puertas, vestía con el uniforme del colegio, la falda, camisa, saco con el escudo al colegio prestigioso al que íbamos solo eran un adorno bajo su precioso cabello lacio largo que se ondulaba en las puntas y ese rostro hecho para que idiotas como yo cayésemos ante la primer mirada, me liquidaba, desvié mi mirada— .No tardes en regresar a casa —las puertas se cerraron de forma definitiva.

Una vez más dentro fumé soltando el aire encolerizado al verla irse a través de la ventana.




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