Corazones Devorados

Capítulo 5

CAPÍTLO 5

-De rodillas-

-Leo-

Éramos demasiado unidos, Helena poseía una personalidad simple, disfrutaba de las pequeñas cosas, los lugares extravagantes no la obnubilaban, ni los títulos, ni nadie ni nada lograban hacer doblar su personalidad suave y brillante, su carácter iba más allá de cualquier posición, solo deseaba ser feliz y con ello no le interesaba si para eso debía comportarse como un simple mortal aun cuando no lo era.

Estuve un año completo observando en silencio como ella en secreto se escabullía de la universidad para ayudar en un orfelinato cuidando de niños pequeños.

—¡Señora Potts, hemos llegado! —apareció rodeada de diez niños pequeños, llevaba un sweater liviano, de jeans y zapatillas el cabello se lo había recogido con una sencilla coleta, algún que otro mechón sobresalían haciéndola ver mucho más hermosa, entraron por la cocina, no había notado mi presencia ,el tumulto de niños , las risas, los gritos, producían un bullicio que me resultó extraño.

—Helena, ¡gracias por traer más ayuda! Realmente necesitábamos de un joven fuerte que pudiese ayudarnos con los que haceres más duros, ha cortado mucha leña —la señora Potts rio satisfecha limpiando sus manos sobre un rústico delantal que llevaba anudado en la cintura.

—¿Cómo? —cuestionó Helena sin comprender terminando por ingresar a la amplia cocina.

—Niños, síganme para lavar sus manos, luego iremos al patio trasero a almorzar—.La señora Potts se llevó a todos y el silencio se hizo repentino.

Descubriéndome le sonreí guiñándole un ojo, esperando que aquello aplaque su sorpresa. Caminó hacia mí con premura sin salir de su desconcierto—.Leo, ¿cómo lo supiste? —meneó su cabeza confundida—quiero decir, ¿qué haces aquí, tú, fregando ollas? —me cuestionó observando como de forma firme refregaba con una esponja metálica inmensas ollas.

—Ya no llegarás a casa con los dedos lastimados por estas esponjas —,le aclaré jovial fregando con firmeza esas pesadas ollas—de ahora en más lo haré por ti, además, a pesar de nunca haberlo hecho he descubierto que se me da bien refregar ollas y cortar leña, o por lo menos las mujeres que viven aquí me lo han hecho creer.

Ella sonrió con una felicidad que desee haber capturado con una fotografía, nunca la había visto sonreír de esa manera.

En el patio el sol temblaba todo a su alrededor los niños comían en una inmensa mesa bajo árboles frutales, y flores, una chimenea al aire libre se usaba para cocinar pan, Helena llevaba una jarra algo vieja con agua para colocar flores que ella misma había encontrado en su recorrido con los niños, la colocó en el centro de la mesa. Se le daba muy bien estar con niños, los abrazaba , consentía, y para mi mal, los niños le correspondían su amor de igual manera. Helena, con esos niños ocupaba ese rol de madre que ella jamás tuvo.

En ese lugar, solo en ese rústico y sencillo lugar ella se mostraba tal cual era, entonces comprendí porqué se había vuelto diligente yendo sin faltar, allí no tenía que simular una sonrisa, salían solas, allí no debía conservar posturas evitando a toda costa demostrar algún sentimiento que no sea el adecuado, allí no tenía miradas colmadas de prejuicios, era observada por ojos brillantes y juguetones. Allí, Helena era feliz.

Todo eso sería así mientras fuese un secreto ya que de lo contrario su padre jamás permitiría que su hija hiciese quehaceres como lo haría una empleada de servidumbre, esas mismas que nos atendían las veinticuatro horas al día.

Pensé que la equitación jamás le gustaría ya que había sido un mandato de Eduardo, pero por lo visto era algo que le fascinaba, a mí también, menos a Max que vivía molesto por que lo aquejaba una alergia fatal estando con los caballos, Eduardo, lo enviaba igual aunque estuviese muriendo.

Nuestros caballos Venus y Cosmos, eran de un belleza fabulosa, cuando Helena montaba a Venus y se erguía su abrumadora seguridad resurgía, y las miradas de todos iban hacia ella. La mía no era la excepción. Salíamos a cabalgar durante las tardes, y muchas veces yo era su vencedor en carreas improvisadas.

Su padre confiaba en mí más de lo que habría deseado, pero era lo que me merecía después de todo era yo quien se había ganado su confianza. Él era mi mentor, mi pilar, y sí; lo consideraba como a un padre, jamás admitiría tal cosa quizás porque sentía que traicionaba el recuerdo de mis propios padres.

Por lo tanto siempre era yo quien iba por ella cuando comenzó a salir las primeras veces, nos turnábamos con Max, la mayoría de las veces Max terminaba yéndose y olvidándose de ella, pero, yo no, ahí estaba deseando ir por ella.

Cuando llegaba jamás mis intenciones eran buenas, al contrario, si la veía con algún tipo solo con aprovecharme de mi mal carácter podía espantar hasta mi propia sombra si así fuese necesario, claro está, mostrándome libre de cualquier culpa.

A esas alturas ya era dueño de una cuantiosa herencia, estudiaba finanzas en la universidad, y cada tanto me pasaba horas en el estudio de Eduardo, era bueno en clases, eso no era noticia para nadie, quizás la vida me llevo a saber arreglármelas solo, ya tenía a dos empelados desde hacía años, y ahora una herencia que esperaba indómita por mí y para ello debía prepárame. Eduardo, no era es solo un hombre de negocios exitoso, sino que su influencia en el mundo corporativo era significativa. La familia Eduardo y su empresa, Grupo Valenko, era uno de los conglomerados más importante del país, con un vastas empresas de fábricas constructoras. Durante años, Eduardo ha había trabajado arduamente para consolidar su fortuna y mantenerla en manos de la familia, asegurando que sus hijos, Max y Helena, continúen con el legado empresarial y fortalezcan las relaciones con otras familias poderosas.




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