CAPÍTULO 8
-Escuché que encontraste una nueva vida-
-El pasado-
-Leo-
Mi chofer personal aparcó disminuyendo la velocidad, sin perder tiempo salí del automóvil, acomodé mi sobretodo negro llenándome de una extraña firmeza que de forma incierta estaba necesitando en esos momentos.
¿Por qué el tiempo era tan cruel? ¿Cuándo fue ese momento que perdí el sentido de la distancia y del olvido?
Solo deseaba llegar sin piedad a ese lugar, me enfoqué tanto en trabajar refugiándome de ese pasado que ahora tenía que afrontar con dolor.
Mis pasos me dirigían sin titubear hacia la casa y lo único que resonaba dentro de mí, una y otra y otra vez: “Helena”
Francis y Jules salieron del despacho de Eduardo en un imperturbable silencio.
Cuando ingresé, él, se encontraba de pie, esperándome. Apreté mi mandíbula notando que Helena no se contraba con él, anhelaba con locura volver a verla aun en esa dolorosa situación.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que nos vimos? —inquirió Eduardo volteándose hacia mí.
—Siete años, quizá…
Eduardo asintió dejándose abrazar por mí, solo en esos escasos minutos que estuvimos así se permitió llorar, para luego separarse componiendo su postura.
Con un ademán de su mano me pidió que me sentara junto a él , como en el pasado.
—No es natural que los padres enterremos a los hijos, —su mirada desolada me apenaba—una falla en el avión provocó la caída…—un par de lágrimas se atrevieron a salir de sus ojos rápidamente se las quitó del rostro.
—¿Dónde está Helena?
—Subió a cambiarse. No sabe que estás aquí.
Asentí con suavidad.
—Voy a quedarme en la ciudad varios días, puedo ayudarte, sé que es difícil hacer un duelo bajo el ojo de todos los acreedores.
Eduardo se recostó sobre el respaldo de su silla observándome.
—¿Quién diría que tú serías, ese, al que todos ahora admiran? Me han hablado de ti, has logrado expandir la empresa de tus padres a un nivel impensado, inclusive superándome con creces…
—No tenía mucha opciones.
—Tu modestia es cruel conmigo, sí, en estos momentos, incomoda. Estás frente a un perdedor, que por desear más estoy malográndolo todo…
—Puedo darte lo que necesites para que no tengas que depender de nadie.
—Limosna, jamás.
—Hazlo por Helena…
—El día que te pedí que te fueras sabía que lo lograrías, no podía esperarte, el tiempo en los negocios es un arma de doble filo a veces ganas y otras pierdes y a mí esta vez: me tocó perder. Entonces, hice algo, claro que sí,—movió su silla apoyando sus manos sobre le borde de su escritorio para empujarse así obtener más espacio para ponerse de rodillas. Lo retuve levantándolo por los brazos—cambié mi testamento.
—Ni se te ocurra —. Sentencié con firmeza sosteniéndolo no permitiendo que se mueva ni un centímetro más—Modifica la mierda que hayas hecho, de lo contrario juro que todo quedará obsoleto—le advertí sin rodeos y de forma tajante. Muchas veces desee encontrarme con él solo para que sintiese que lo había aplastado, pero, descubrí que verlo acabado con una empresa a punto de hundirse y enfermo no me deleitaba en absoluto,—No te arrodilles, yo ya estuve así ante ti, en este mismo lugar, y créeme no sirvió de nada—le recordé con dureza separándome de forma definitiva predisponiéndome a salir de allí.
—Eres el único que puede cuidar lo poco que me queda— lanzó sin miramientos, voltee hacia Eduardo—Te lo ruego: No permitas que nadie la devore…
***
Subí las extensas escalinatas que me conducían hacia su habitación, me encontré con Yaya, que al verme dejó con rapidez una delicada taza de porcelana con té sobre una de las mesas que decoraban el pasillo, llevó sus manos a su boca, jadeó emocionada, la estreché entre mis brazos.
—Leo…mi Leo…—sollozó emocionada—separándose de mi para observarme, de abajo hacia arriba, —eras un jovencito, y ahora mírate —elevó su mano para acariciar mi rostro, bajé mi cabeza hacia ella.
—Me alegra verte Yaya—respondí con una seriedad que no abandonaba mi rostro mucho menos si me encontraba a unos pasos de ver a Helena, tragué con dificultad, el tiempo no había matado todo, ¡asqueroso amor!, ¿Cuándo morirás también?—Quisiera ver a Helena…—continué articulando aquellas palabras con total indiferencia.
Yaya asintió, yendo a tomar la taza que había dejado.
—Ella está como todos aquí, destruidos por la partida de Maximiliam, ha perdido un poco la voz, ha llorado mucho, le llevaba este té porque en estos días casi no ha probado bocado, voy a avisarle que estás aquí.
—Bien—respondí siguiendo a Yaya para detenerme tras la puerta.
En esos momentos ya no me sentía tan implacable y fuerte como pretendía, comencé a percibir, necesidades, que creía habían perecido, necesitaba verla, escuchar nuevamente su voz, observar su mirada, acariciar su rostro, abrazarla tanto, pero tanto…que menee suavemente mi cabeza dispersando todo lo que deseaba hacer y decir. Mi corazón comenzó a latir nervioso.
#6954 en Novela romántica
#1386 en Novela contemporánea
jefe y asistente, romanace desamor primer amor, romance oculto
Editado: 08.08.2025