Corazones en deuda

1. La propuesta

Cuando Clara llegó a su oficina esa mañana, su jefa la estaba esperando. Olimpia tenía los pies sobre el escritorio y una actitud seria que la preocupó.

Clara siempre recibía visitas inesperadas de Olimpia. Desde que Clara empezó a trabajar en el banco, su jefa había sido una parte importante de su crecimiento, tanto laboral como personal. Eran mejores amigas y le encantaba alardear de su amistad con Olimpia.

Clara sonrió al verla y se apresuró a dejar su bolso sobre su escritorio.

—Espero que no sean malas noticias —dijo Clara con una sonrisa divertida.

Olimpia se relajó y bajó los pies del escritorio. Con una sonrisa falsa, cogió la foto de Clara con su prometido, Mark, un corredor de bolsa guapísimo, y la contempló con recelo por breves instantes, sin darle tiempo a Clara de interpretar su mirada.

—Son excelentes noticias, Clara —respondió Olimpia, levantándose de la silla para dejarla posicionarse en su escritorio.

Rodeó el escritorio, esperando a que Clara terminara de acomodarse y, cuando volvieron a mirarse a los ojos, Olimpia le dijo:

—Luisa no logró su misión, así que regresó a su puesto en el fondo oscuro y dejó el camino libre... —La miró divertida—. Te dejó el camino libre.

Clara celebró con emoción.

—Como tú eras la siguiente en la lista, hablaron de ascenderte —dijo Olimpia, dejando que Clara se emocionara otra vez y chillara feliz—. Nos has acompañado durante seis años y han sido maravillosos, sin duda —aduló con cinismo. Clara estaba tan emocionada que no pudo verlo—. Pero...

Clara se paralizó al escuchar el “pero”. Podía significar cualquier cosa, pero la mente de Clara se adelantó a los hechos. La junta era una tropa de ancianos anticuados y tradicionalistas que siempre elegía a las esposas de familia y madres de hijos perfectos antes que, a una mujer independiente, sin esposo y sin hijos.

Ser soltera era pecado y ella lo sabía. Aunque se decía que se comprometió porque amaba a Mark, en el fondo, Clara sabía que el amor no fue su prioridad.

—¿Es porque no estoy casada ni embarazada? —preguntó timorata.

—Sí, pero no —rio Olimpia. Clara no supo cómo interpretar aquello—. Les informé que estabas comprometida y que en un par de meses estarías casada… y que estabas buscando un bebé. —Sonrió.

Clara se impacientó más.

—¿Entonces cuál es el bendito problema? —preguntó alterada.

Necesitaba saber qué sucedería con su lugar en el banco.

—Debes terminar la misión que Luisa no pudo —comunicó Olimpia, con una expresión impasible.

Clara ni siquiera sabía de qué misión le hablaba Olimpia.

—Ellos esperan que en dos meses soluciones todo. Que mates dos pájaros de un tiro.

—¿Cuáles pájaros? —preguntó Clara.

Olimpia se rio.

—Que termines con éxito la misión de Luisa y que digas el maldito sí y te unas al club de esposas preñadas y felices —dijo Olimpia.

Clara sonrió aliviada y quiso celebrar, pero todo motivo de alegría se le acabó cuando recordó la primera parte: la misión pendiente y la presión del embarazo.

Casarse no le quitaba el sueño, pero embarazarse sí. Llevaba seis meses intentándolo. Seis malditos meses de intentos y nada.

Por otra parte, pudo sentir el peso del fracaso de Luisa. Aunque no estaba muy enterada del asunto, no era ajena a ese cliente del que muchos hablaban. Era un dolor de cabeza y no sabía si estaba lista para enfrentarse a una migraña y un fracaso que siempre recordarían.

Se esforzó porque la presión no la sobrepasara y trató de mantenerse fuerte frente a Olimpia. No quería darle una imagen incorrecta, ni mucho menos mostrarle sus miedos o debilidades. Y, Dios, tenía un miedo al fracaso terrible.

Era un asunto de familia que su terapeuta aún no lograba resolver y Clara tampoco estaba muy segura de si quería resolverlo. Se decía a sí misma que era mejor así: su familia por un lado y ella por otro, todos felices, comiendo perdices.

Sin embargo, en el fondo, una parte de ella anhelaba la reconciliación y la aceptación que nunca tuvo. Sus pensamientos la perseguían durante sus noches de insomnio, balanceándose entre el fracaso y la incertidumbre de su pasado.

Clara sabía que enfrentarse a sus miedos era inevitable, pero posponerlo un día más le daba la falsa tranquilidad que necesitaba para seguir adelante. Y, además, no le hacía mal a nadie.

—Voy a aceptar —dijo, no muy segura de sí misma.

Incluso se oyó más como una niña haciendo una pregunta de la que no estaba convencida del todo.

—¡Por supuesto que aceptarás! —gritó Olimpia, feliz de verla entrar al juego—. Créeme, Clara, esta será tu única oportunidad en años para salir de aquí... —Miró la oficina estrecha y oscura de Clara con una mueca repulsiva—. No tendrás otra oportunidad así... te arriesgas o te arriesgas.

Clara asintió, aún no muy convencida.

—Valdrá la pena, supongo —dijo en voz alta, con tono pensativo.

Trataba de convencerse, de aceptar un nuevo camino al que le temía. Tendría un puesto más importante, un sueldo más alto, podría acceder a otros beneficios. ¿Por qué no arriesgarse? ¿Por qué estaba tan asustada si eso era todo lo que ella quería?




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