Corazones en deuda

3. Taxi y abandono

A Clara le tomó unos instantes salir de su desconcierto. Tal vez fue el sol de la tarde lo que la tenía absorta, pero no podía negar que el comportamiento de los pueblerinos la había dejado un tanto... sorprendida.

No tenía ánimos ni tiempo para pensar en algo tan complicado, así que pidió indicaciones para encontrar un hotel.

Necesitaba quitarse los tacones, tomar una ducha fría, recostarse en la cama y disfrutar del aire acondicionado.

Le fue fácil dar con el único hotel del pueblo, según le explicaron, aunque no era exactamente el lugar más acogedor. Era un edificio de pocos pisos, con muros agrietados y un color tan desteñido que Clara pudo apostar que no recibía mantenimiento desde hacía muchísimos años. La pintura estaba descascarada y las ventanas necesitaban una limpieza urgente.

Aun así, no tenía otra opción.

Entró al vestíbulo, donde una joven de cabello dorado y belleza natural la recibió desde detrás del mostrador. La placa en su uniforme decía "Serena".

—Buenas tardes —saludó Clara, tratando de sonar más animada de lo que se sentía—. Necesito una habitación, por favor.

Serena asintió y comenzó a revisar los registros en un viejo libro de reservas. Por supuesto que estaba vacío. Nadie jamás los visitaba en Mirador del Valle. Aun así, fingió que buscaba una habitación disponible.

En muchos años, era su primer huésped real. Claro, de vez en cuando recibían a otros vecinos que celebraban aniversarios o encuentros románticos furtivos, pero nunca a una forastera como Clara.

—Claro, tenemos habitaciones disponibles. ¿Por cuánto tiempo piensa quedarse? —preguntó Serena sin levantar la mirada, visiblemente nerviosa.

—Un par de días, tal vez tres —respondió Clara, admirando su entorno con curiosidad.

Mientras Serena tomaba los datos de Clara Rove, algo en su actitud llamó su atención. No se quedaba quieta. Parecía muy intranquila e insegura, revisando una y otra vez un archivador grueso.

Cuando por fin se cansó de registrar los documentos en su interior, Serena vio el logo del banco.

Todo fue claridad para ella y no se guardó la única pregunta que le surgió en ese momento:

—¿Viene usted del banco?

Clara asintió, un poco atónita por la pregunta. La descolocó y respondió lo único que podía decir:

—Sí, estoy aquí por trabajo.

Serena le sonrió fingidamente, pero Clara no le dio mucha importancia; estaba demasiado cansada para preocuparse por sutilezas.

—Gracias. —Clara tomó la llave y se dirigió al ascensor.

No había un asistente que la ayudara con su equipaje o a estacionar su coche, así que tuvo que hacerlo todo sola.

Como el hotel tampoco tenía un estacionamiento privado, tuvo que dejar el coche aparcado en la calle, frente a la ventana de su habitación. No le quedó otra opción.

Una vez sola en su habitación, Clara se dejó caer en la cama, exhausta. Pensó en darse una ducha y quizás explorar un poco el pueblo, pero el calor no ayudaba en nada. Sentía los pies hinchados y sin fuerzas para caminar.

Mientras tanto, en la recepción, Serena tomó su teléfono y marcó el número de su casa. Miró alrededor para asegurarse de que nadie estuviera prestando atención.

—Ethan, soy Serena. La inspectora del banco ha llegado. Se está quedando en el hotel. —Su voz era apenas un susurro.

—¿Tan pronto? —Ethan se mostró preocupado.

Pudo sentir la sangre helándosele.

—Sí, acaba de llegar. —Serena estaba impaciente—. Dijo que se quedarían por un par de días.

Ethan suspiró.

—Pensé que pasarían algunas semanas antes de que enviaran a alguien otra vez —especuló tenso—. Supongo que están desesperados. En unas horas iré a conocerla.

Serena supo que no significaba algo bueno.

—Ethan… —Él no la dejó continuar.

Finalizó la llamada antes de que le dijera lo que se negaba a aceptar: iba a perderlo todo.

En la granja, Ethan sintió el peso de su advertencia y no dudó en conducir hasta el hotel para ver a su adversario.

Necesitaba saber a qué se enfrentaba para prepararse antes de la gran guerra.

Algunas horas después, Clara se despertó de golpe. Se había quedado dormida en la mitad de la cama, vestida, hinchada y con la ropa empapada en sudor.

Apenas reaccionó, se vio agobiada por el calor en su habitación. El aire acondicionado no funcionaba y, después del largo viaje, necesitaba descansar cómodamente.

No dudó en bajar a la recepción para pedir ayuda.

—Disculpe, el aire acondicionado en mi habitación no funciona —dijo Clara al llegar al mostrador, donde Serena seguía trabajando.

Serena la miró con una mezcla de simpatía y resignación.

—Lo siento, pero no tenemos aire acondicionado. Tendrá que arreglárselas con el ventilador —dijo, encogiéndose de hombros.

Clara suspiró, sintiendo que la incomodidad del viaje solo aumentaba. Serena vio lo mucho que sufría y con amabilidad le dijo:




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