Corazones en deuda

5. Injusticias y bar

Encerrada en una celda estrecha de la estación de policía del pueblo, Clara se cuestionó qué había hecho mal.

Desde que llegó al pueblo para hacer su trabajo, no dejó de sufrir sabotajes injustos.

Se cuestionó en la oscuridad, preguntándose qué tan bueno era Ethan Henrie que tenía a todo un pueblo defendiéndolo.

—Maldición, yo también lo defendería —pensó Clara en voz alta, con los puños apretados.

Se detestaba por hallar atractivo al campesino maleducado que la envió a prisión. Ningún hombre le había hecho algo así en su vida, ni siquiera en sus más locos años universitarios.

Podía apostar que no estaba allí por su arrebato, sino porque Henrie orquestó todo para hacerla parecer una acosadora de niños y una invasora de casas.

Cuando se descubrió sudorosa y apestosa, se levantó del piso polvoroso, se agarró de los barrotes de su celda y gritó:

—¡Exijo mi llamada! ¡Quiero hablar con mi abogado!

Nadie respondió a sus gritos de ayuda. Por unos instantes creyó que la habían olvidado en ese lugar húmedo y maloliente, pero, un par de minutos después, un policía apareció para responder a sus exigencias.

—Oiga, exijo mi llamada. Tengo derecho a una llamada —reclamó furiosa.

El policía caminó frente a ella con actitud calmada y, de la nada, abrió su celda para ofrecerle libertad.

—Es libre de irse —dijo el uniformado.

Clara titubeó, no sabía si salir de su encierro o no.

Con el ceño fruncido estudió la calma del policía y no le tomó mucho tiempo darse cuenta de que todo ese rollo era también parte del sabotaje del maldito de Henrie.

¡Por supuesto!

—Maldito hijo de… —maldijo entre dientes y pronto fijó sus ojos furiosos en el policía que la miraba con impaciencia.

Solo quería que se fuera de una buena vez. Ojalá del pueblo. De la maldita ciudad. No quería volver a verla en su vida.

—Dije que es libre de irse, señorita… —repitió.

—Ya sé lo que dijo —respondió ella con tono sarcástico—. Y también sé lo que hizo…

—¿Lo que hice? —El policía parecía fastidiado.

Clara se rio. El calor la estaba volviendo loca. Y los juegos crueles de todos los habitantes de ese pueblo también.

—Me encerró aquí sin pruebas, para darle un día más a ese desgraciado… —Clara se guardó sus insultos para sí misma.

No quería que la encerraran con motivos. No quería pasar la noche allí.

El policía nada dijo. Se limitó a acompañarla a la puerta, aun cuando ella no pudo quedarse con la boca cerrada y reclamó todo eso que creía saber.

El resto de los policías, los que ocupaban sus escritorios en la calurosa comisaría, la ignoraron en todo momento. Poco les importaba lo que pensaba una loca de la ciudad.

Cuando el policía la dejó en las afueras de la comisaría y se preparó para regresar, Clara no pudo evitarlo. Tuvo que volver a enfrentarlo.

—¿Eso es todo? —cuestionó con arrogancia—. Supongo que él gana…

El policía suspiró y regresó con ella.

—Mire, señorita, él no ha ganado nada, muy por el contrario… desde mi punto de vista, él lo ha perdido todo… —defendió el uniformado.

Clara soltó una carcajada.

—Ay, por favor, pobrecito —dijo irónica.

El policía notó su soberbia.

—Escúcheme bien, conozco a Henrie desde que era un niño —respondió el policía y ella le miró con orgullo—. No quiero que siga sufriendo…

—¿Sufriendo? —Clara rio con sarcasmo.

—Su esposa lo dejó por un ejecutivo del banco en el que usted trabaja y le robó todo el dinero, lo dejó solo con las niñas recién nacidas y se llevó todo… no es un mal hombre, solo ha tomado decisiones equivocadas —reveló y Clara se quedó paralizada por unos instantes—. No le quite su hogar —rogó amable—. Es lo único que le queda, junto con sus niñas y su hermana…

Clara pudo percibir la angustia del hombre. Parecía tenerle mucho cariño y, por primera vez, sintió remordimiento por hacer bien su trabajo.

Clara se lamió los labios y con la voz destrozada le respondió.

—Alguien más vendrá… Nunca se detendrán… —susurró dolorida—. Y si no acepta el trato, lo desalojarán y terminará en prisión… y eso no depende de mí. Yo solo estoy haciendo mi trabajo. —Esa última frase le dolió muchísimo.

El policía asintió al entender que era un ciclo sinfín y con un gesto cordial se despidió.

Clara lo vio partir y se quedó allí unos instantes, tratando de entender qué demonios había sucedido.

No pudo explicárselo del todo en ese momento. Estaba muy cansada como para prestar atención a sus sentimientos, pero, después mucho tiempo, sintió algo.

Algo doloroso, incómodo, de mal sabor.

Se le quedó allí incluso después de intentar comer, porque apenas pudo probar la cena del hotel y, como no consiguió dormir, se levantó en la mitad de la noche desesperada por conseguir algo con lo que calmar esa agonía.




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