Henrie sostuvo a Clara con firmeza mientras caminaban hacia el hotel. Clara deseó fuertemente que su orgullo se hiciera presente y su cuerpo repudiara la cercanía de la piel de Ethan Henrie, pero, por más que lo odiaba, su cuerpo más lo deseaba.
A cada paso, Clara sentía el calor del cuerpo de Henrie apoderándose de cada fibra y terminación nerviosa, y no podía evitar sentir una mezcla de gratitud y rabia. Gratitud por haberla salvado, pero rabia por la confusión que él provocaba en su corazón.
No podía permitirse tener esos sentimientos.
Toda su vida estaba planeada. Ella la planeó desde que su padre la abandonó para tener otra familia.
No iba a permitir otra decepción en su vida, mucho menos causada por un hombre, y podía apostar que Ethan Henrie apestaba a decepción. Pero Clara no sabía que la vida funcionaba de otra forma, una más misteriosa, y que Mark no era y nunca sería su destino.
Al llegar al hotel, Henrie ayudó a Clara a subir las escaleras, una a una, con una paciencia que Clara no pudo pasar por alto; para ella, era un bruto brusco que no sabía tratar a las mujeres. ¡Cuántos prejuicios!
Le fue sorprendente ver que la llevó hasta su habitación a salvo, abrió la puerta con suavidad y la guio hacia la cama. Clara se dejó caer, sintiéndose agotada y mareada, pero también muy avergonzada. El alcohol y el miedo le demostraron que no eran una buena mezcla, más el cúmulo de años de tensión y frustración sexual.
Se forzó a dejar de pensar en eso y fijó sus ojos en Ethan. El condenado esperaba tranquilo de pie junto a la cama. Clara tuvo que aceptar que era muy tentador.
Pero no podía caer en tentaciones tan peligrosas. Un hombre como Ethan podía hacerla perder todo: su trabajo, su relación estable, su dignidad, sus bragas. Y su corazón.
—Gracias, señor Henrie —murmuró, tratando de mantener la compostura.
Rápido recordó el beso que le robó y las mejillas se le pusieron calientes. Su mano impulsiva subió hasta sus labios queriendo recordar ese beso apasionado, pero se controló y se volvió de piedra.
Fría, dura.
—Gracias por traerme —dijo tajante—, ya puede retirarse.
Henrie la observó por un momento, sus ojos reflejaban una mezcla de emociones. Se acercó a la mesita de noche y le abrió una botella con agua.
—Con un poco de agua se sentirá mejor —dijo él, con su voz más suave de lo habitual.
Clara recibió la botella y bebió agua sin chistar. Por supuesto que se sintió agradecida por la preocupación de Henrie, aunque no podía evitar sentirse incómoda por la cercanía.
Todo era tan confuso. Lo quería cerca, pero a la vez no. No quería que sus pensamientos se vieran ocupados por todo él, pero no podía dejar de pensar en él.
Cuando Henrie la vio bien, a salvo y lista para descansar, se acercó a la puerta para marcharse. De reojo vio el archivador del banco que llevaba su nombre y, rendido, aceptó la verdad. Ya no podía luchar con algo así, se le estaba saliendo de las manos, además, algo más interesante llamó su atención: las pruebas de embarazo.
Desde su lugar no pudo ver si estaban usadas, pero sintió una curiosidad terrible.
—Descanse —dijo desde la puerta, listo para marcharse.
Clara no podía dejar las cosas a medias, no después de ese beso.
—¿Por qué me ayudó? —preguntó Clara, mirándolo con ojos llenos de curiosidad y desconfianza.
Henrie suspiró y dudó si regresar o no, pero se atrevió a romper la distancia fría que los dividía y se sentó en el borde de la cama, manteniendo cierta distancia.
—Sé que no somos amigos, pero no podría permitir que la lastimaran —respondió Henrie, con sinceridad en su voz.
Clara frunció el ceño, tratando de entender sus palabras.
—Pero estamos de lados opuestos —refutó y siguió sintiendo más desconfianza—. Estoy aquí como su última opción y fácilmente podría haber dejado que ese hombre me hiciera pedazos y ganar muchas semanas a su favor.
Henrie sonrió melancólico.
—Mire, deje el orgullo y acepte mi ayuda y punto —respondió él de forma firme. Clara era una mujer difícil de disuadir, incluso borracha—. No tiene que agradecerme y tampoco tiene que disculparse.
Clara enarcó una ceja.
—¿Disculparme? —preguntó riéndose.
Ni siquiera entendía de qué estaba hablando.
Henrie se rascó la nariz, mostrando que estaba nervioso. Ella no pudo leerlo del todo en ese momento, pero, mierda, le resultó adorable, como un niño atrapado.
—Sí, ya sabe, por el beso —dijo y con agudeza fijó sus ojos en ella.
Clara pudo sentir la cara poniéndosele roja y caliente de golpe. Fue terriblemente vergonzoso recordar lo ocurrido y más al saber que ella fue la atrevida de ir más lejos. Se moría de vergüenza, porque ella era una dama decorosa que jamás se atrevería a algo así con alguien, mucho menos con alguien como Ethan Henrie.
Intentó encontrar ideas en su cabeza que pudieran culparlo a él, pero no encontró ni una sola pista como para incriminarlo. Ella era la única culpable.