Corazones en deuda

8. Errores y firma

Clara se despertó furiosa. No solo por la resaca que apenas le permitía abrir los ojos, sino también furiosa consigo misma por actuar como una adolescente impulsiva y cachonda. ¡Y con un cliente! Como si su desgracia pudiera ser peor.

Se suponía que era una mujer de lógica, de razonar antes de actuar. Entonces, ¿qué fue todo eso? ¿Hablando con clientes? Ella no hablaba, solo cortaba cabezas y ya. Ese era su maldito trabajo: firmar el acuerdo y quitarle todo al maldito deudor.

Como parte de su rutina, se encerró en el cuarto de baño y se hizo dos pruebas de embarazo. Resultado: negativo. Como siempre.

Eso la hizo explotar. En esa mañana de arrebato, no estaba pensando con claridad y cometió el error más grande de todos: llamó a su mejor amiga y le relató los hechos, dejando entrever que estaba avergonzada y muy arrepentida por haberse emborrachado y besado a un cliente.

Sabía que Olimpia no la juzgaría. Lo que no sabía era que Olimpia usaría su historia a su favor para perjudicarla.

—Necesito salir cuanto antes de este maldito infierno o voy a volverme loca —dijo Clara, escondida en el vestíbulo del hotel.

Su teléfono no funcionaba y tuvo que pedirle el teléfono a Serena para hacer una llamada.

—Creo que ya te está afectando —susurró Olimpia, riéndose sarcástica—. Eso de besar a un cliente y borracha… deja mucho que desear.

Clara suspiró, avergonzada de que se lo recordara.

—¿En qué estabas pensando, por el amor de Dios?

—¡En nada! —defendió Clara, tratando de aclarar la verdad—. Jamás había hecho algo así.

—¿Acaso Mark te ha descuidado? —La pregunta de Olimpia la hizo sentir incómoda.

Pero Clara estaba tan acostumbrada a pintar su vida como perfecta que no dudó en mentir. Trabajo perfecto. Prometido perfecto. Vida perfecta.

Por supuesto, ¿qué más iba a hacer? Confesar que Mark era pésimo en la cama, que apenas la besaba y que jamás le decía "te amo" al empezar o terminar el día, no estaba entre sus planes.

No iba a humillarse como las babosas de su oficina, que siempre lloraban por un mal de amores. No, ella era la maldita Clara Rove. Era un puto ejemplo para todos.

Eso creía. Eso se obligaba a pensar para que su vida no se sintiera tan miserable al despertar.

—No, para nada —susurró afligida—. Nuestra vida sexual y romántica es muy activa, es solo que...

No supo cómo excusar sus acciones con Henrie, porque de la nada, recordó al atacante. Sus manos firmes en su cuello, su voz atiborrada de odio. Conocía su nombre y el de Ethan. El recuerdo fue como un chispazo vivaz que la atiborró de miedo.

—Ya sé —rio Olimpia—. Estás ovulando...

Clara rio falsamente, tratando de seguirle el juego. Como Olimpia continuaba haciéndola sentir incómoda por su beso con Henrie y Clara no tuvo valor para hablar del ataque —pues, como la gente de ese pueblo, quiso proteger a Ethan Henrie— decidió desviar la conversación a algo más... delicado, sin ser consciente del daño que causaría.

Ella confiaba en Olimpia. Nunca la vio como su enemiga.

—Descubrí que Luisa mintió —dijo, y la conversación se puso tensa—. Es amiga de la hermana de Henrie. Claramente vino con otros intereses y desvió toda la atención para que Henrie tuviera más tiempo.

—¿Luisa? Ayudó a Henrie y perjudicó a la compañía —pensó Olimpia en voz alta, con un tono furioso.

—No sabemos qué información pudo brindarle o...

—¡Maldita traidora! —jadeó Olimpia, furiosa.

Clara suspiró aliviada cuando la atención dejó de estar sobre ella, su beso de borracha con un campesino sudoroso, y el ataque misterioso que ahora daba vueltas en su cabeza.

—Tengo que dejarte. Ahora que besaste al cliente y tienes su confianza, intenta conseguir el acuerdo y regresar a casa de una buena vez. Ya son tres días.

La llamada terminó y Clara se quedó perpleja cuando el peso de los días le cayó encima.

Tres días llevaba en Mirador del Valle. Los peores tres días de su vida.

Cuando aceptó que la llamada había terminado, Serena se acercó para quitarle el teléfono.

—Necesito llamar a alguien más... —musitó con una jaqueca terrible.

También la culpa la golpeaba con crueldad en esa mañana calurosa. Clara podía apostar que era la más calurosa de todas.

Serena la miró con fastidio.

—Adelante, su majestad —dijo sarcástica y se marchó sin quitarle los ojos de encima.

La miró por encima de su hombro, haciéndola sentir incómoda. Clara se preguntó si Ethan le había contado de su beso. Quiso enterrarse viva al especular que sí. Qué vergüenza.

Trató de llamar a Mark, pero su teléfono estaba apagado, así que le dejó un mensaje en el buzón, un mensaje que dejaba entrever la culpa que la sometía:

—Amor, traté de llamarte, pero aquí no hay señal. Te amo y te extraño, lamento estar lejos. Cuando regrese, te prometo que lo compensaré.

¿Compensar qué? se preguntó cuando terminó la llamada. ¿Buscar atención masculina porque en casa no la tenía? ¿Sentir deseo porque en casa nadie se lo provocaba?




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