En la calidez de su hogar, Ethan cuidó de Clara con una ternura que desmentía su apariencia ruda. La ayudó a sentarse en un sofá acogedor y se marchó sin decir ni una sola palabra, algo que confundió a Clara.
Las niñas no tardaron en unírsele y hacerle compañía. Sol le puso una manta sobre las piernas para abrigarla y, pese a que Luna se había mostrado reacia a su cercanía, le ofreció un vaso con agua.
Clara quiso echarse a llorar en ese segundo, cuando se vio contenida por dos pequeñitas que, poco a poco, le robaban el corazón.
Ethan no tardó en regresar. Traía toallas limpias y un batín que, claramente, le pertenecía.
—Pensé que podría tomar una ducha —susurró Ethan, ofreciéndole comodidad—. Una real, con agua tibia —añadió sin poder fijar sus ojos en ella.
Clara contuvo una sonrisa, porque pudo ver que sentía culpa por haberla tratado como a uno de sus animales.
—Me encantaría —dijo temblando y se levantó del sofá para recibir las toallas.
Después del beso que ella le robó, eso fue lo más cerca que pudieron estar. Clara no desperdició esa cercanía para mirarlo mejor, de cerca. No tuvo que sostenerle la mirada para saber lo que ya sabía, lo que su cuerpo le decía.
La volvía loca. Punto final.
Ethan tampoco podía ser ciego a las señales que Clara le enviaba, pero escogió actuar con frialdad, porque, como había dicho antes: él no podía vivir de ilusiones.
La acompañó hasta el cuarto de baño, le explicó algunas cosas y, cuando la quiso dejar a solas para que se pusiera cómoda, descubrió que sus hijas estaban metidas dentro del cuarto de baño.
—Niñas, tienen que salir —ordenó.
Clara se rio cuando las niñas se rieron traviesas y se escondieron detrás de sus piernas, pidiéndole con su estilo juguetón que las protegiera.
Aunque Clara nunca había compartido con niños y no tenía ni la más mínima idea de cómo tratarlos, no tuvo corazón para pedirles que se fueran.
—Déjalas conmigo —susurró sonriente. Ethan pudo apostar que esa era la primera vez que la veía sonreír y, maldita sea, le resultó hermosa—. Me ayudarán a secarme el cabello, ¿verdad?
—¡Sí! —gritaron las dos al unísono, encantadas por participar—. Podemos pintarle las uñas o ayudarla a maquillarse —hablaron las niñas, emocionadas de tener a otra mujer en casa que no fuese su tía Serena.
Ethan se rio nervioso, pero la melancolía lo golpeó más fuerte y Clara pudo verla. Pudo ver cuánto le afectaba aquello.
Él no quería que Clara pensara que sus hijas carecían, con urgencia, del amor de una madre, pero la verdad bailaba ante sus ojos.
—¿No le molesta? —preguntó directo y con agudeza la miró a los ojos.
Él no quería la falsa lástima de nadie, menos la de ella.
Clara le ofreció una sonrisa torcida y con un gesto le dijo que no.
A Ethan no le quedó de otra que marcharse, cerrar la puerta y asumir que, lo que sucediera en ese cuarto de baño, marcaría un antes y un después en sus niñas.
Quiso marcharse y mantener la mente ocupada, pero no pudo separarse de esa puerta ni una sola vez. Clara era peligrosa para sus niñas, sobre todo para Luna, quien usaba su severidad para protegerse. Era como él, porque estaba asustada.
Por unos segundos, quiso abrir la puerta y sacar a sus niñas de allí, porque sabía que si se ilusionaban con Clara, terminarían como él y no quería verlas sufrir.
—Maldita sea —reclamó y se quedó allí de pie, haciéndole la guardia.
En el interior, Clara se desvistió dentro de la ducha para no incomodar a las pequeñas. Fue cuidadosa con lo que les mostró y con lo que les dijo.
Las niñas la ayudaron pasándole los productos de aseo y cantaron para ella canciones infantiles que, tras unos minutos, Clara terminó entonando con ellas. No pudo resistirse y cantó y bailó bajo el chorro de agua tibia.
Al terminar, Luna le pasó la toalla y Sol preparó el batín para que se abrigara. Clara no quiso que las niñas la vieran actuando extraño, pero tuvo grandes deseos de oler la tela del batín, porque se imaginaba que olía a Henrie, pero tuvo que resistirse a ese deseo que latía dentro suyo.
Montada en el váter, Luna la ayudó a secarse el cabello y se turnaron para que Sol pudiera cepillarla.
—Eres muy hermosa —dijo Sol, acariciándole las mejillas con sus manos pequeñas—. ¿Puedo trenzarte el cabello?
Clara se rio y se fijó en Luna. Parecía triste.
—Claro, me encantaría —dijo y se puso a su altura para que Sol le trenzara el cabello—. Luna, ¿quieres que te trence el cabello? —preguntó y Luna la miró con grandes ojos.
Ojos chispeantes y colmados de ilusiones infantiles.
—¿Sabes trenzar? —preguntó con el ceño arrugado.
—Claro que sí —rio Clara y la tomó por los hombros para acercarla a ella.
Luna se mostró un tanto reacia, pero no pudo negar que le gustó estar cerca, sentir lo que Sol sentía.
—¿Tienes hijos? —preguntó Sol, cepillándola con suavidad—. Apuesto que eres una mami genial.