Corazones en deuda

13. Mentiras, pasado y dolor

Apenas Olimpia terminó la llamada con Clara, salió hecha una furia de su oficina en búsqueda de Luisa.

Se ofuscó al saber que no estaba en su despacho como debía, así que tuvo que salir a buscarla por toda la oficina. Para su sorpresa, la encontró en la cafetería, bebiendo café y conversando con sus colegas como si no hubiese ocurrido nada, como si no fuera una sucia jugadora.

Con seriedad, le pidió que se reunieran en su oficina porque necesitaban hablar en privado y de forma urgente.

Luisa supo de inmediato lo que estaba ocurriendo, puesto que, al fin y al cabo, sabía que había arriesgado demasiado por sus viejos amigos. Pero todo había valido la pena: el viaje, el riesgo, el miedo, perder ese maldito empleo. El futuro de sus amigos pendía de un hilo por culpa de personas egoístas como Olimpia y, si ella podía evitar que ese hilo se cortara, estaba dispuesta a cooperar.

—Estás despedida —dijo Olimpia apenas estuvieron a solas.

Estaba furiosa, pero muy gustosa de pronunciar esas palabras. Llevaba mucho anhelándolas. Llevaba mucho soñando con la partida de Luisa. Era su último obstáculo para lograr su cometido.

Luisa sabía que a Olimpia le costaba controlar sus emociones, así que ni siquiera se atrevió a preguntar el motivo de su despido. Lo conocía bien.

Sin darle muchas vueltas al asunto, se levantó de la silla, asintió con la cabeza y, antes de partir, le dijo:

—Muchas gracias.

Olimpia se quedó perpleja al percibirla tan… desinteresada. Por supuesto, detestó ver a Luisa ceder tan fácilmente. Ella quería que suplicara, que llorara y le implorara por una segunda oportunidad.

Oportunidad que aprovecharía para manipularla a su antojo y terminar de arruinar a Ethan.

Sabía que era una pueblerina y que no le había sido fácil dejar todo atrás como para rendirse tan rápido y regresar con el rabo entre las piernas, saboreando el fracaso.

No la dejó ir tan fácil, porque quería saber la verdad, quería saber qué planeaba Ethan Henrie, y antes de que Luisa saliera por la puerta la enfrentó:

—¿No quieres conocer el motivo de tu despido? Supongo que tendrás curiosidad…

Luisa sonrió y, con una mueca traviesa, volteó para enfrentarse a Olimpia. Llevaba años esperando ese momento y, si Olimpia quería que así fuera, ¿quién era ella para negárselo?

Había sido paciente, sí, tal vez demasiado para su gusto y, aunque se moría de ganas de arrastrarla por el cabello frente a todos, la condenada no valía la pena ni un poquito.

—No necesitas inventar ninguna excusa y yo no quiero escuchar tus mentiras —dijo Luisa, segura de su verdad.

Olimpia rio burlesca.

—Intenté advertirle a la junta que serías una decepción, por tu pasado con los Henrie, ya sabes, pero no quisieron escucharme —dijo Olimpia con tono despectivo.

Luisa enarcó una ceja y no vaciló en enfrentarla:

—¿Mi pasado? —rio—. ¿Y qué hay de tu pasado? —La encaró sin temor a represalias, total, acababa de despedirla—. ¿Le hablaste de tu pasado a la junta?

Olimpia se mantuvo tensa, pero no dudó en responderle:

—Mi pasado no existe. Me encargué de borrarlo cuando salí de ese maldito pueblo. —Sonrió victoriosa.

Luisa sonrió al recordar a las gemelas.

—Sí tú lo dices —susurró Luisa y no tardó en añadir—: Sabes que despedirme es lo único que quieres hacer desde que llegaste aquí y no tienes que negarlo, sé que este momento te provoca mucha felicidad…

Olimpia se carcajeó más fuerte. Su mirada irradiaba confianza, pero también aborrecimiento.

—Qué poco me conoces. Y no te despido sin motivos. Por supuesto que Clara me informó lo que hiciste con Henrie y no me gusta trabajar con traidoras —dijo Olimpia, protegiéndose. Al final, Clara le había dado lo que tanto quería y más—. Sé lo que hiciste, beneficiaste a un cliente y conoces muy bien nuestras políticas…

Luisa rio y no la dejó continuar.

—¿Vas a hablarme de políticas? —preguntó burlesca—. Por favor, primero ten la decencia de admitir lo que hiciste antes de darme un discurso de políticas. —La miró severa—. Y te conozco mejor de lo que crees, convivimos muchos años juntas, ¿o todo ese tinte ya te dañó las neuronas y te olvidaste de mí? —indagó con violencia—. Porque yo no me he olvidado de ti ni de lo que dejaste en ese pueblo. —Sonrió victoriosa—. Porque ese pasado no lo puedes borrar.

Luisa no podía creer que Olimpia tuviera el descaro de actuar como si no se conocieran. No podía creer que tuviera el descaro de actuar como si no fuera la perra más grande de todas. Pronto se dio cuenta de que, por mucho que se desgastara encarándola, Olimpia jamás reconocería el daño que había causado.

—No sé de qué me hablas —Olimpia se hizo la desentendida.

Luisa rio con evidente sarcasmo. Estaba furiosa, por supuesto, aborrecía la actitud de Olimpia. Le parecía una burla cómo jugaba con todos y se beneficiaba de la miseria de los demás.

—Puedes hacerle creer a todas estas personas que eres alguien importante, pero para mí sigues siendo la misma miserable de siempre. Manipulando todo a su antojo para beneficiarte y…




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