Clara
El aire en la sala de juntas se volvió denso en el instante en que lo vi.
Diego.
Su nombre recorrió mi mente como un veneno antiguo, uno que creí haber desterrado hace años. Pero ahí estaba, de pie frente a mí, con esos mismos ojos que alguna vez me hicieron soñar con un futuro juntos.
Por un momento, pensé que mi mente me jugaba una broma cruel. Pero no. Era él. Más maduro, más imponente… pero seguía siendo el mismo hombre que me rompió en mil pedazos.
Pude ver el impacto en su rostro cuando me reconoció. Cómo sus ojos se abrieron apenas un poco, cómo su respiración pareció quedar atrapada en su pecho.
Lo único que hice fue sonreír con cortesía y actuar como si él fuera un desconocido más.
Pero por dentro…
Por dentro ardía en rabia.
Me tomó años reconstruirme, años volver a confiar en mí misma después de lo que él me hizo. Me tomó años borrar su recuerdo, su voz, sus promesas vacías.
Y ahora el destino jugaba conmigo, poniéndolo en mi camino de nuevo.
Pero esta vez, yo tenía el control.
Esta vez, el que iba a sufrir sería él.
Porque no había olvidado.
Ni su traición.
Ni el dolor.
Ni la humillación.
Diego Arce iba a pagar por cada lágrima, por cada noche en la que me hizo sentir que no era suficiente.
Si el destino quería ponerlo en mi camino otra vez, entonces iba a aprovechar la oportunidad.
Porque esta vez… el juego lo iba a ganar yo.
Salgo de la oficina con paso firme, sintiendo la mirada de algunos empleados sobre mí. No me detengo. No puedo permitirme flaquear.
Diego está aquí. En el mismo espacio, en el mismo aire. Pero ya no tiene poder sobre mí.
Tomo mi bolso y salgo del edificio rumbo a mi auto. Mientras manejo por las amplias avenidas de la ciudad, mi mente sigue atrapada en lo que acaba de ocurrir.
Verlo de nuevo fue un golpe inesperado, pero no me derrumbó. No como antes.
La Clara de hoy es una mujer diferente. Fuerte, imponente, intocable.
Y esta vez, Diego será quien sufra.
Me detengo frente a la imponente villa que ahora llamo hogar. Es una construcción moderna, rodeada de jardines bien cuidados. Un lugar que me transmite paz… la paz que me costó tanto encontrar.
Apenas abro la puerta, un torbellino de energía choca contra mis piernas.
—¡Mamá! —Mateo se aferra a mí con su pequeño cuerpo. Sus brazos me envuelven y su calor me llena el alma.
Me agacho para abrazarlo con fuerza y besar su cabello.
—Hola, mi amor. ¿Te portaste bien?
—¡Sí! Papá y yo jugamos fútbol en el jardín, y me enseñó un nuevo truco.
Sonrío y miro hacia la sala, donde Sebastián nos observa con una expresión tranquila.
Sebastián.
Mi esposo.
El hombre que, contra todo pronóstico, se quedó a mi lado cuando yo creí que nadie más lo haría.
Alguien que me ama sin condiciones.
Camino hacia él con Mateo aún aferrado a mí. Sebastián se acerca, pasando un brazo por mi cintura y besando suavemente mi frente.
—Bienvenida a casa —susurra, con esa calidez que siempre tiene para mí.
Apoyo la cabeza en su pecho un momento, respirando hondo.
Este es mi hogar.
Este es mi refugio.
Y nada, ni siquiera Diego Arce, podrá cambiarlo.
Me quedo en los brazos de Sebastián unos segundos más, disfrutando de su calidez, de la seguridad que siempre me transmite. Luego, me separo lentamente y le dedico una sonrisa.
—Voy a cambiarme y luego cenamos, ¿sí?
—Te esperamos —responde él con suavidad, dejando un beso en mi frente antes de soltarme.
Tomo la mano de Mateo y subimos juntos las escaleras. Mi hijo no para de hablar sobre su día, sobre cómo Sebastián le enseñó un nuevo truco con el balón y cómo casi le gana en el partido.
—¡Pero papá es muy rápido! Aunque la próxima vez yo voy a ganar —dice con una determinación que me hace sonreír.
—No lo dudo, amor —le revuelvo el cabello cuando llegamos a su habitación—. Ahora ve a lavarte las manos para la cena, ¿de acuerdo?
—¡Sí, mamá!
Lo observo correr al baño y suelto un suspiro antes de dirigirme a mi habitación.
Cierro la puerta detrás de mí y me apoyo en ella, cerrando los ojos por un momento.
Diego.
Su imagen vuelve a mi mente como un fantasma que se niega a desaparecer.
Por más fuerte que me haga sentir saber que ya no tiene poder sobre mí, no puedo negar que su presencia me afectó.
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Editado: 13.04.2025