Clara
Despertar con las risas y los gritos de Mateo es mi mayor alegría. Así han sido los últimos cinco años de mi vida, aprendiendo cada día a ser mejor para él.
A veces pregunta por su padre biológico. Sabe que Sebastián es su padre de corazón, pero hay momentos en los que su curiosidad lo lleva a cuestionar. Y yo… yo me pregunto si alguna vez debí llamar a Diego para decirle la verdad, para confesarle que tenemos un hijo.
Pero dejo de lado esos pensamientos cuando veo a mi pequeño correr hacia el comedor con su energía habitual.
—¡Buenos días, mami! —exclama con una sonrisa radiante.
—Buenos días, mi príncipe hermoso —respondo, inclinándome para besar su cabeza.
Él sonríe con la dulzura que ilumina mis días.
—Mami, ¿dónde está papá Sebastián?
—Aquí estoy, campeón —responde Sebastián, entrando en la habitación con su presencia serena.
—¡Papi Sebastián! —Mateo corre hacia él y se lanza a sus brazos.
Siento un nudo en el estómago. No puedo evitar pensar si Diego lo amaría con la misma intensidad, si lo abrazaría con la misma devoción con la que Sebastián lo hace. Pero sacudo esos pensamientos de mi mente cuando siento la mano cálida de Sebastián en mi brazo.
—Buenos días —me dice en un tono suave—. ¿Te pasa algo, Clara?
Lo miro y le dedico una pequeña sonrisa.
—Nada, solo pensaba en algo sin importancia.
Sebastián me observa por un momento, como si pudiera ver más allá de mis palabras, pero no insiste.
—Después del desayuno regresaré a Italia. Tengo que atender unos asuntos en la empresa.
Su anuncio me toma por sorpresa, pero asiento con calma.
—Está bien.
Él acaricia la cabeza de Mateo con ternura, y yo me quedo en silencio, observándolos. No sé por qué, pero su partida esta vez me deja una sensación extraña en el pecho.
El desayuno transcurre en un ambiente tranquilo. Mateo habla con entusiasmo sobre su día en el kínder, sobre los amigos que ha hecho y los juegos que aprendió. Sebastián lo escucha con paciencia, sonriendo de vez en cuando ante su emoción.
Yo, en cambio, estoy distraída. Mi mente sigue atrapada en pensamientos que no deberían estar ahí. Cada vez que miro a Sebastián y a Mateo juntos, siento una punzada en el pecho. He aprendido a vivir con ella, pero hay días en los que pesa más que otros.
—Mami, ¿puedo ir al parque después del kínder? —pregunta Mateo, sacándome de mis pensamientos.
—Claro, amor. Podemos ir después de que termine mi trabajo —le sonrío, acariciando su mejilla.
—¡Sí! —exclama con alegría, y luego mira a Sebastián—. ¿Papi Sebastián, tú también vendrás?
Sebastián le revuelve el cabello con cariño.
—Me encantaría, campeón, pero hoy tengo que viajar.
Mateo frunce los labios en una mueca de tristeza.
—¿Otra vez?
—Lo sé, pero prometo que cuando regrese iremos juntos al parque y haremos todo lo que quieras.
Mateo asiente, aunque su emoción ha disminuido un poco.
Yo observo a Sebastián con atención. Siempre ha sido así, siempre cumpliendo con sus responsabilidades, equilibrando su trabajo con la vida que hemos construido juntos. Nunca se ha quejado, nunca ha dudado en estar para nosotros cuando más lo necesitamos.
—Te acompañaremos al aeropuerto —digo de pronto.
Sebastián me mira, un poco sorprendido, pero asiente con una sonrisa.
—Me encantaría.
Después del desayuno, mientras Sebastián se prepara para su viaje, yo me pierdo en mis pensamientos. Me pregunto por qué, esta vez, su partida me deja una sensación extraña en el pecho. Como si algo estuviera a punto de cambiar.
Después del desayuno, ayudo a Mateo a prepararse para el kínder. Él, como siempre, está lleno de energía, saltando de un lado a otro mientras intenta decidir qué juguete llevar consigo. Mientras tanto, Sebastián termina de empacar su maleta en nuestra habitación.
Una parte de mí no quiere que se vaya. No porque no confíe en él o porque tema estar sola, sino porque su presencia siempre ha sido mi ancla. Pero sé que tiene responsabilidades, y no puedo pedirle que las deje de lado.
Cuando terminamos de alistarnos, subimos al auto. Mateo va en su asiento trasero, hablando sin parar sobre sus amigos, mientras Sebastián maneja con tranquilidad. De vez en cuando, lanza miradas rápidas en mi dirección, como si intentara descifrar lo que estoy pensando.
—¿Seguro que estás bien? —pregunta en un momento de silencio.
—Sí, Sebastián, solo tengo muchas cosas en la cabeza —respondo sin dar más detalles.
Él asiente, pero sé que no está del todo convencido.
Al llegar al aeropuerto, Sebastián se agacha para abrazar a Mateo con fuerza.
—Pórtate bien, campeón —le dice, besándole la frente.
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Editado: 23.06.2025