Diego
— ¿Por qué no lo merecías?
Maldita sea, sus palabras me atraviesan como una daga, un dolor que se clava en mi pecho. Es insoportable. Cada palabra que Clara pronuncia me destroza más que la anterior.
— Merecía saberlo, Clara.
— No, Diego. Tú arruinaste lo que pudo haber sido nuestra vida.
Su voz se quiebra, pero ella sigue hablando, y cada palabra pesa como una losa.
— Al lado de ese niño, cuando me enteré del embarazo… fue poco antes de descubrir la apuesta. Ese día, Diego, el día que descubrí todo, te lo iba a decir.
— Clara…
— No, Diego. Ese día rompiste mi corazón. Y me fui para hacer feliz a Mateo. Quizás Sebastián no sea su padre biológico, pero ha estado allí para él.
Mis palabras se entrelazan en un dolor que se hace cada vez más grande. Lo único que quiero es detener el tiempo y hacer que todo lo que ocurrió se borre. Pero las palabras de Clara me hacen darme cuenta de lo que he perdido. La mujer que amaba, y a la que destruí por una estúpida apuesta.
— Solo dime algo, Clara. ¿Mateo sabe que Sebastián no es su padre biológico?
— Sí, lo sabe. Sabe que tiene otro papá, pero jamás le he dicho tu nombre.
Una ola de rabia y dolor se mezcla en mi pecho. Hay demasiadas emociones agolpándose en mi mente, y ninguna de ellas es fácil de procesar. Mirarla ahora, saber que ella ha vivido con nuestro hijo durante cinco años sin que yo supiera nada… me destroza.
— Perdóname, Clara. Perdóname… joder, no quise hacerte daño.
— Ya es demasiado tarde, Diego. Aprendí a vivir con el dolor.
¿Y qué más podría decir? Mi culpa me consume, me ahoga. Sé que no merezco su perdón, que no lo merezco ni un poco.
— Quizás he sido el peor hijo de puta de esta tierra, pero merezco y deseo conocer y convivir con mi hijo.
— Diego…
— No, Clara. Yo te jodí de la peor manera, jugué contigo. Lo acepto. Pero tú...
Mi garganta se seca mientras la miro a los ojos, y siento el peso de mis propios errores.
— Tú has disfrutado cinco años con nuestro hijo, y yo me entero de que él existe cinco años después.
Esas palabras me queman la lengua, me llenan de un odio hacia mí mismo que no puedo evitar. He destruido tantas cosas por mi propia estupidez, y ahora todo lo que quiero es revertirlo, pero sé que eso es imposible.
La desesperación me consume. Es un sentimiento crudo, incontrolable, que me carcome desde dentro. El peso de mis errores me aplasta y me deja sin aire. He perdido tanto… pero esto, perder la oportunidad de conocer a mi hijo, es un castigo que no puedo aceptar.
Mi cuerpo se mueve antes de que mi mente lo procese. Mis rodillas golpean el suelo con un sonido seco, pero no me importa. Nada me importa más que esto.
— Por favor, Clara… —Mi voz se quiebra, y apenas reconozco el sonido que sale de mi garganta—. Déjame estar cerca de Mateo. Te lo ruego. No me quites la oportunidad de conocer a nuestro hijo.
La observo con el corazón en la mano, sin máscaras, sin orgullo. Solo un hombre roto suplicando lo único que ahora tiene sentido para él.
Y entonces, la veo parpadear rápidamente, como si intentara contener algo. Pero es inútil. Una lágrima se desliza por su mejilla, y esa simple gota de dolor me golpea como un puñetazo en el estómago.
Sin pensarlo, siento la calidez de una lágrima escapando de mis propios ojos. No puedo evitarlo. La impotencia me atraviesa, la culpa me ahoga.
Clara extiende una mano con suavidad, su dedo rozando mi mejilla mientras limpia la lágrima que acaba de caer. Su toque es cálido, familiar… y al mismo tiempo, tan distante.
— Levántate, Diego. —Su voz es suave, pero firme.
Niego con la cabeza.
— No lo haré hasta que me permitas estar cerca de Mateo. Nuestro hijo.
La miro con determinación, con el corazón latiéndome en la garganta. He cometido muchos errores, pero este es uno que no pienso permitir que se prolongue más.
Porque aunque haya llegado tarde, aunque haya destrozado todo lo que alguna vez hubo entre nosotros… Mateo es mi hijo. Y voy a luchar por él.
Mi corazón late desbocado, mi respiración se entrecorta mientras Clara se agacha a mi altura. La veo, su rostro marcado por las huellas de un sufrimiento que nunca imaginé que le causaría. Hay un brillo en sus ojos, uno que ni siquiera el dolor puede apagar, y eso me mata por dentro.
— Diego… —su voz sale baja, pero clara. Cada palabra que dice me perfora el alma—. Me causaste mucho daño, más de lo que te imaginas. Durante meses, pensé en llamarte, en contarte sobre Mateo. Pero no pude. Sabía que, al hacerlo, todo el dolor de esos años vendría de nuevo.
Sus palabras me atraviesan. El peso de lo que le hice, de todo lo que le hice vivir, es más grande de lo que podía entender. Me duele, me ahoga, y no sé si soy capaz de perdonarme. Pero también siento un leve destello de esperanza cuando ella continúa.
— Pero… está bien, Diego. —Hace una pausa, su mirada se suaviza un poco, aunque el dolor sigue allí—. Ya no te quitaré más el derecho de ser su padre.
#280 en Novela contemporánea
#255 en Otros
#22 en Relatos cortos
romancecontemporaneo, enemigos enamorados primer amor, romance corazn roto
Editado: 23.06.2025