Corazones En Juego

Capitulo 6

Diego

Clara me mira con esos ojos que siempre han tenido el poder de desarmarme. Veo la confusión en su rostro, el enojo contenido, y sé que lo que acaba de descubrir la ha sacudido más de lo que quiere admitir.

Miro la foto. Esa maldita foto que me ha acompañado todos estos años. No debería sorprenderme que verla la afecte, pero no puedo evitar preguntarme qué es lo que realmente siente en este momento.

Sus palabras me golpean de lleno.

—¿Por qué tienes esto?

Su tono es frío, distante. Me recuerda que la Clara que amaba ya no es la misma mujer que tengo enfrente. Pero yo tampoco soy el mismo hombre.

Suspiro y paso una mano por mi cabello, tratando de ordenar mis pensamientos. No quiero mentirle. No después de todo lo que ha pasado.

—Porque nunca pude olvidarte.

No se inmuta. Solo me observa, como si buscara la verdad en mis ojos.

—Eso no cambia nada, Diego —dice con firmeza.

—Lo sé —respondo con sinceridad—. Pero tenía que decírtelo.

El silencio que se forma entre nosotros es denso, pero no incómodo. Siento que hay tantas cosas que ambos queremos decir, pero el pasado pesa demasiado.

Entonces, la voz de Mateo nos saca de nuestra burbuja.

—¿Mami? ¿Papi Diego? ¿Puedo ver mi cuarto?

Parpadeo y lo miro. Él nos observa con inocencia, ajeno a la tensión que hay entre nosotros. Sonrío con suavidad y le revuelvo el cabello.

—Claro, campeón. Ven, te lo enseñaré.

Antes de guiarlo, miro a Clara una vez más. Su expresión es indescifrable. No sé qué está pensando, pero sé que esta conversación aún no ha terminado.

Llevo a Mateo de la mano hasta su habitación. Es un cuarto que mandé a preparar hace días, apenas supe que tenía un hijo. No sé qué esperaba al ver su reacción, pero cuando su rostro se ilumina de emoción al ver la cama con sábanas de autos, los juguetes nuevos y el mural pintado con superhéroes, siento algo indescriptible en el pecho.

—¡Mami, mira! —exclama emocionado, corriendo de un lado a otro—. ¡Papi Diego tiene muchos juguetes aquí!

Clara se queda en la puerta, observándolo en silencio. Su mirada es un mar de sentimientos encontrados.

—¿Te gusta, campeón? —pregunto, agachándome a su altura.

—¡Sí! —responde sin dudar—. ¿Puedo venir siempre?

Su pregunta me toma por sorpresa. Miro a Clara, esperando su reacción. Ella cruza los brazos y suspira.

—Veremos, Mateo.

Mateo hace un puchero, pero no insiste. Se trepa a la cama y empieza a jugar con un muñeco de acción.

Aprovecho el momento para acercarme a Clara.

—No quiero que pienses que quiero quitarte a Mateo —le digo en voz baja—. Solo quiero ser parte de su vida.

Ella baja la mirada, como si sus pensamientos estuvieran en guerra.

—No es tan fácil, Diego —susurra.

Sé que tiene razón, pero también sé que no pienso rendirme.

—Déjame demostrarte que puedo ser un buen padre para él —insisto—. No te pido que confíes en mí de inmediato, solo dame la oportunidad de ganarme su cariño… y tal vez, algún día, el tuyo también.

Clara levanta la vista y nuestros ojos se encuentran. Hay algo en su expresión que me hace creer que, aunque no lo diga en voz alta, una parte de ella aún siente algo por mí.

No sé cuánto tiempo pasamos así, mirándonos, pero el sonido de la risa de Mateo nos devuelve a la realidad.

Aún queda un largo camino por recorrer, pero por primera vez en mucho tiempo, tengo esperanza.

Mateo sigue jugando en su cama, completamente ajeno a la tensión que hay entre su madre y yo. Clara desvía la mirada y se cruza de brazos, como si intentara protegerse de algo.

—No quiero que le hagas daño —dice finalmente, con la voz baja pero firme—. Mateo te quiere, pero si en algún momento decides alejarte, si lo decepcionas…

—No lo haré —la interrumpo con seguridad—. No cometeré el mismo error dos veces, Clara.

Ella suspira y pasa una mano por su cabello. Parece agotada.

—Voy por un vaso de agua —murmura antes de salir de la habitación.

Observo a Mateo mientras juega, preguntándome cuántos momentos como este me he perdido. Me duele pensar en todo lo que no estuve para ver.

—Mateo —lo llamo con suavidad.

El niño levanta la vista con una sonrisa.

—¿Sí, papi Diego?

Aún no me acostumbro a que me llame así, pero me encanta escucharlo.

—¿Quieres hacer algo especial mañana?

Su cara se ilumina.

—¡Sí! Quiero ir al zoológico.

—Hecho —le digo, revolviendo su cabello.

En ese momento, Clara regresa con el vaso de agua en la mano. Me mira con desconfianza.




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