Corazones En Juego

Capitulo 7

Clara

La casa se siente completamente vacía sin las risas de Mateo. Todo parece extraño, demasiado silencioso. Nunca nos hemos separado tanto tiempo; siempre estamos juntos.

Aunque al principio no me agradó la idea de que se quedara con Diego, tengo que aprender a aceptar que él también es su padre. Mateo está creciendo, y con el tiempo querrá compartir más momentos con él.

Camino hacia la cocina para preparar un sándwich. No tengo mucho apetito, el estómago me duele y, desde hace unas horas, no me he sentido del todo bien. Aun así, no quiero preocupar a nadie.

Mientras unto el pan con algo de mantequilla, escucho la puerta principal abrirse y una voz familiar llenando el pasillo:

—Clara, ¿estás en casa? —es Sebastián.

Dejo el cuchillo sobre el plato y respiro hondo. Me limpio las manos con un paño de cocina antes de girarme hacia la entrada con una leve sonrisa, tratando de parecer tranquila, aunque por dentro hay un pequeño nudo que no sé si es físico… o emocional.

—Estoy en la cocina —respondo, intentando que mi voz suene firme.

Sebastián apareció en la entrada de la cocina con su acostumbrado porte sereno, aunque sus ojos se posaron de inmediato en los míos, como si intentara leer más allá de la sonrisa que me esforzaba por mantener.

—¿Estás bien? —preguntó acercándose—. Te ves un poco pálida.

Negué con suavidad y desvié la mirada, llevándome las manos al abdomen con discreción.

—Solo un poco cansada. Ha sido un día largo.

Sebastián frunció el ceño, preocupado.

—¿Comiste algo?

—Estoy preparando un sándwich —respondí, volviendo a mirar el pan casi por inercia—. No tengo mucho apetito.

Él se acercó más, tomó un vaso y sirvió agua mientras me observaba en silencio. Luego me lo tendió.

—¿Tiene algo que ver con que Mateo se quedara con Diego?

Me quedé en silencio por un instante, bajando la mirada al vaso entre mis manos. No quería mentirle, pero tampoco sabía cómo explicarle este nudo en el pecho.

—No lo sé… Tal vez. Es extraño tener la casa tan callada, sin sus risas, sin su energía. Me hace pensar demasiado.

—¿Pensar en Diego?

Lo miré entonces, notando la tensión que se había instalado en su rostro. No era celos, no exactamente, pero sí una mezcla de inseguridad y algo más profundo que no supe identificar de inmediato.

—Pensar en todo —respondí con sinceridad—. En cómo ha cambiado nuestra vida, en lo rápido que Mateo crece… en si estoy tomando las decisiones correctas.

Sebastián dio un paso hacia mí, su voz más suave.

—Clara, si algo te está haciendo dudar de nosotros, quiero que me lo digas. Lo que sea.

Inspiré profundamente. Estaba a punto de decir algo, pero una punzada repentina en el estómago me obligó a apoyarme en la encimera. Sebastián se alarmó de inmediato y me sostuvo del brazo.

—¡Clara!

—Estoy bien —susurré, aunque claramente no lo estaba.

—No —dijo con firmeza—. No lo estás. Vamos al médico.

Negué, aún respirando con algo de dificultad.

—Solo necesito recostarme un poco… Por favor.

Sebastián dudó, pero al ver la insistencia en mis ojos, asintió.

—Está bien. Pero si no mejoras en una hora, te llevo al hospital, Clara. No pienso quedarme de brazos cruzados.

Asentí, agradecida. Mientras me ayudaba a llegar al sofá, sentí que algo dentro de mí se removía… una mezcla de temor, nostalgia y una certeza que no quería enfrentar todavía.

Porque, aunque mi presente era con Sebastián, una parte de mi alma seguía temblando cada vez que escuchaba el nombre de Diego.

Me recosté en el sofá con cuidado, sintiendo el frío del vaso de agua aún entre mis manos. Sebastián se sentó junto a mí, sin despegar los ojos de mi rostro. No dijo nada de inmediato, solo me observaba, como si tratara de desarmar cada silencio con su mirada.

—Clara… —dijo al fin, en voz baja—. ¿Qué te pasa exactamente?

Cerré los ojos por un segundo, inhalando con lentitud. No sabía cómo poner en palabras este desorden que llevaba dentro. No era solo físico, era emocional… profundo.

—No lo sé —confesé, mirándolo—. No estoy segura. Me duele el estómago, pero también estoy… confundida. Cansada.

—¿Confundida por qué?

Quise apartar la mirada, pero no pude. Se merecía una respuesta, incluso si era una que no quería escuchar.

—Desde que Diego volvió, todo se ha desordenado aquí dentro —me llevé una mano al pecho—. No porque yo quiera, no porque lo esté buscando… simplemente pasa.

Sebastián asintió, sin apartarse. No se enojó, no se levantó, solo me escuchó.

—No te estoy diciendo que lo amo ni que quiero volver con él —aclaré rápido—. Solo que… me remueve recuerdos, sentimientos que creí enterrados. Y ahora, con Mateo en medio, es más difícil mantener la mente clara.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.