Diego
Pasar tiempo con Mateo se ha convertido en lo mejor de mis días. Nunca imaginé que alguien tan pequeño pudiera llenar tanto espacio en mi vida, que con solo una risa suya se me olvidaran los años de vacío, de distancia, de errores. Lo miro y aún me cuesta creerlo: es mi hijo. Mi hijo.
Cuando jugamos, cuando me cuenta sus historias sin sentido, cuando me mira con esos ojos llenos de curiosidad y ternura… me siento completo. Él no me juzga por el tiempo perdido, no guarda rencor. Solo quiere estar conmigo. Y yo quiero estar ahí, para todo.
Verlo dormir en mi cama después de una tarde de películas, abrazando su peluche favorito, fue uno de los momentos más intensos que he vivido. Me acerqué, le acaricié el cabello con cuidado y sentí que algo dentro de mí se quebraba... pero no de tristeza, sino de amor. De ese amor que nunca había experimentado, tan puro, tan genuino.
No voy a mentir, hay miedo. Miedo de fallarle, de no estar a la altura, de no merecerlo. Pero cada vez que él me llama "papá Diego", cada vez que me sonríe o corre a mis brazos, siento que puedo. Que vale la pena intentar. Que, aunque no pueda cambiar el pasado, puedo construir algo real desde hoy.
Solo quiero ser digno de él.
Y luego está ella… Clara.
Por más que intente evitarlo, mi mente siempre termina en ella. En su voz. En su manera de mirar a Mateo como si fuera su universo. En la forma en la que aún me afecta cada vez que la veo.
Ha pasado tanto y, sin embargo, cuando está cerca, mi pecho se agita como si nada hubiera cambiado. Aunque me mire con esa distancia, aunque su tono sea frío a veces, sé que todavía hay algo ahí. O quizás soy solo yo aferrándome a una ilusión.
La amo. Lo supe desde el primer momento y lo confirmé en cada discusión, en cada silencio, en cada lágrima. La sigo amando aunque ya no me pertenezca. Aunque ahora esté con Sebastián. Él es todo lo que yo no supe ser: constante, presente, protector. Y, aunque me cueste admitirlo, lo respeto. Porque sé que ha estado ahí cuando yo no lo estuve. Porque sé que Mateo lo quiere.
Pero me duele. Me duele verla con él. Me duele pensar que ese lugar que alguna vez fue mío ahora le pertenece a otro. Y aún así, no puedo odiarlo. Ni a él… ni a ella.
Solo me queda ser el mejor padre que pueda ser. Demostrarle a Mateo que siempre estaré para él. Y si algún día, solo si llega ese momento, que Clara pueda verme con otros ojos. No con rencor ni con duda, sino con la certeza de que cambié. Por ella. Por Mateo. Por mí.
Al llegar a la oficina, todo vuelve a su ritmo habitual. El sonido de los teclados, las llamadas, los saludos formales de los empleados… pero nada de eso logra distraerme del torbellino que tengo en la cabeza.
Saludo brevemente a la recepcionista, me dirijo a mi oficina y cierro la puerta detrás de mí. Me quedo unos segundos en silencio, observando el ventanal que da hacia la ciudad. Desde aquí, todo parece estar en calma, en orden… pero por dentro, yo no lo estoy.
Me dejo caer en la silla y enciendo la computadora, pero ni siquiera recuerdo qué era lo primero que debía hacer hoy. Lo único que me viene a la mente es Mateo riendo, corriendo por el parque, abrazándome con fuerza… y Clara. Siempre Clara.
Ella siempre fue mi calma en medio del caos, y también mi tormenta cuando la herí. Ahora no sé si tenga derecho a querer recuperarla, pero lo que sí sé… es que no voy a rendirme tan fácilmente.
Un mensaje de mi asistente aparece en la pantalla: “Tienes reunión con los socios en una hora. ¿Deseas que te lleve café?”
Respondo con un simple "sí", aunque lo que necesito no es café… sino un respiro. Un momento para ordenar mis emociones antes de que el mundo de los negocios reclame mi atención.
Pero incluso en eso, mi mente vuelve a ella. A Clara. Y me pregunto si pensará en mí tanto como yo en ella.
No podía concentrarme. Así que decidí levantarme y caminar hacia el despacho de Marco. Tal vez hablar con él me ayudaría a calmar esta ansiedad que me está consumiendo desde que empezó el día.
—Marco —dije al entrar—, ¿sabes algo de Clara?
Él levantó la vista de unos papeles y me miró con una sonrisa ladina, como si supiera exactamente lo que me pasaba.
—Allí viene —me dijo señalando con la cabeza hacia el pasillo.
Me giré de inmediato… y entonces la vi.
Ella.
Clara.
Malditamente hermosa, como siempre, pero esta vez con una luz especial. Su cabello suelto caía como una cascada sobre sus hombros, su vestido sencillo la hacía ver aún más perfecta, y su sonrisa… esa sonrisa me desarmó. Venía caminando tranquilamente, de la mano con Mateo, quien no dejaba de hablar emocionado mientras ella lo miraba con adoración.
Mi corazón dio un vuelco.
Era la escena más hermosa que había visto en días. O tal vez en años.
Mi hijo… y la mujer que aún me quitaba el aliento sin siquiera intentarlo.
Me quedé quieto, sin poder apartar los ojos de ellos.
Clara levantó la vista y me encontró. Nuestros ojos se cruzaron.
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Editado: 29.04.2025