Clara
Bajé los escalones con calma, deslizándome por la baranda de madera mientras me recogía el cabello en una coleta rápida. Aún tenía en el pecho la emoción del proyecto, la manera en que todo había salido mejor de lo que imaginé… pero algo, un presentimiento extraño, me hizo detenerme antes de llegar al último escalón.
Y entonces lo vi.
—¡Sebastián! —susurré con un hilo de voz, apenas creyendo lo que mis ojos veían.
Estaba frente a la isla de la cocina, inclinado hacia adelante, una de sus manos aferrada con fuerza a su pecho. El color de su piel… no era el de siempre. Estaba pálido, demasiado pálido, como si toda la sangre hubiese huido de su rostro. Su respiración era corta, entrecortada… desesperada.
—¡Sebastián! —corrí hacia él, el corazón se me desbocó—. ¿Qué pasa? ¡Respóndeme!
Él trató de alzar la mirada hacia mí, pero sus labios apenas lograron murmurar:
—El pecho… Clara… duele...
—¡Dios mío! —Mi voz tembló—. ¡Sebastián, siéntate! ¡Voy a llamar a emergencias!
Busqué el teléfono con manos temblorosas, el miedo atenazándome el cuerpo. Todo se sentía irreal, como si el mundo se hubiera vuelto de cristal y estuviera a punto de romperse en mil pedazos.
—Resiste… por favor… —susurré, apretando el teléfono contra mi oído mientras él intentaba sentarse, el sudor resbalándole por la frente.
—Sí, emergencias… es mi esposo, tiene dolor fuerte en el pecho, está muy pálido… por favor, ¡vengan rápido!
El reloj parecía no avanzar mientras me arrodillaba a su lado, tomándole la mano. Sentía que apenas podía respirar, pero me obligué a mantenerme fuerte por él… por Mateo… por todo lo que hemos vivido.
—Estoy contigo, Sebastián. No me sueltes.
El sonido de la ambulancia se escuchaba a lo lejos, cada vez más cerca, como un rugido que me arrancaba el alma pedazo a pedazo. Seguía junto a Sebastián, apretando su mano mientras él intentaba mantenerse consciente.
—Ya vienen, cariño… ya vienen —susurraba, aunque yo misma no podía contener el temblor en mi voz.
De pronto, escuché pasos corriendo. Era Mateo. Venía descalzo, en pijama, con los rizos revueltos y el rostro confundido.
—¿Mami? ¿Qué está pasando? ¿Qué le pasa a papá?
Me levanté de golpe y corrí hacia él. Me agaché a su altura, tomándolo de los hombros con suavidad.
—Mi amor, papá se siente mal, pero ya vienen los doctores a ayudarlo. ¿Sí? Vamos a ir con él al hospital.
Sus ojitos se llenaron de lágrimas, y solo asintió con la cabeza. Lo abracé fuerte, tratando de protegerlo de todo lo que estaba pasando.
Los paramédicos entraron en la casa con rapidez, preguntándome datos mientras revisaban a Sebastián. Todo fue tan rápido y tan borroso. Apenas logré ponerle un abrigo ligero a Mateo y agarrar mi bolso mientras lo cargaba en brazos, como cuando era más pequeño.
—Vamos con papá —le dije en voz baja, apretando su manita contra mi pecho.
Subimos a la ambulancia juntos. Mateo se sentó en mis piernas, abrazado a mí con fuerza mientras los paramédicos estabilizaban a Sebastián.
—Mami… —susurró—. ¿Se va a morir?
Mi corazón se rompió un poco más.
—No, mi amor. Papá va a estar bien. Solo necesita ayuda… y nosotros estamos aquí con él.
Mientras las sirenas gritaban y las luces parpadeaban a través de la ventana, cerré los ojos y apreté a Mateo contra mí, orando en silencio por que Sebastián resistiera.
La ambulancia se detuvo frente al hospital con un chirrido suave, y en cuestión de segundos las puertas traseras se abrieron. El frío de la noche nos golpeó de lleno, pero lo que helaba mi piel era el miedo.
—Déjanos pasar, urgencia cardíaca —gritó uno de los paramédicos mientras bajaban la camilla con Sebastián inconsciente.
Mateo seguía en mis brazos, aferrado a mí como si temiera que todo desapareciera. Entramos corriendo al hospital tras ellos, y una enfermera me interceptó en cuanto vio que venía con el paciente.
—¿Es usted la esposa?
—Sí —dije con la voz quebrada—. ¿Va a estar bien?
—Necesitamos saber algo importante —dijo rápidamente mientras caminábamos por el pasillo—. ¿Él ha tenido algún trasplante, algún historial médico que debamos saber?
Me detuve en seco, sintiendo un nudo en el estómago.
—Sí… sí, Sebastián tuvo un trasplante de corazón hace tres años —respondí.
La enfermera frunció el ceño y asintió con seriedad.
—Entonces eso cambia el protocolo. Puede tratarse de un rechazo o una complicación asociada. Vamos a hacer todo lo posible.
Mateo alzó la vista hacia mí, su carita confundida y llena de temor.
—¿Qué es eso, mami? ¿Qué es un trasplan...?
—Es algo que le ayudó a que su corazón pudiera seguir latiendo, amor —le expliqué, acariciándole el cabello—. Pero ahora tenemos que confiar en los médicos, ¿sí?
#553 en Novela contemporánea
#1960 en Novela romántica
#684 en Chick lit
romancecontemporaneo, enemigos enamorados primer amor, romance corazn roto
Editado: 29.04.2025