Corazones En Juego

Epilogo

Clara– Un año después

El sonido de las olas rompiendo suavemente contra la orilla era lo único que se escuchaba, junto con la risa de Mateo corriendo por la arena, dejando huellas que el agua pronto se encargaba de borrar. El sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados que parecían sacados de una pintura. Y allí, en medio de aquel paraíso, estaba yo. Cumpliendo un año más de vida. Viviendo el mejor cumpleaños de todos.

Apoyé una mano sobre mi vientre, apenas redondeado, apenas notorio. Dos meses… y ya lo sentía tan mío, tan parte de nosotros. Una vida creciendo dentro de mí, la segunda bendición que Diego y yo habíamos creado desde el amor. No pude evitar sonreír.

—Estás pensando en el bebé, ¿verdad? —susurró Diego a mi lado, abrazándome por detrás y dejando un beso cálido en mi cuello.

Asentí, recostándome sobre él mientras mis dedos acariciaban los suyos entrelazados con los míos.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté con una sonrisa cómplice.

—Porque tienes esa mirada. La misma que tienes cuando estás feliz.

—Lo estoy —dije, cerrando los ojos un instante para grabar ese momento en mi memoria—. Estoy muy feliz.

Mateo vino corriendo hacia nosotros con la camisa llena de arena y los rizos revueltos por el viento.

—¡Mamáaaa! ¡Papáaaa! ¡Ya se va a esconder el sol! ¡Vamos a hacer la foto del atardecer! —gritó mientras tomaba nuestras manos y tiraba de nosotros con su energía infinita.

Diego me ayudó a ponerme de pie con delicadeza. Ahora era más protector que nunca, y yo no me quejaba. Me encantaba verlo en ese rol de esposo, de padre amoroso, de hombre comprometido con cada rincón de nuestra historia.

—Ven, amor. Que esa foto va a ser nuestra postal favorita —me dijo él, guiñándome un ojo mientras caminábamos hacia la orilla.

El viento jugaba con mi vestido blanco suelto, y sentí cómo el pequeño latido que crecía dentro de mí parecía sincronizarse con los pasos que dábamos juntos.

Porque sí… la vida nos había dado una segunda oportunidad. Y ahora, más que nunca, sabía que la felicidad se encontraba en las cosas simples: un beso bajo el atardecer, una risa de Mateo, un abrazo de Diego, y el milagro de una nueva vida por venir.

Hoy, más que celebrar un cumpleaños, celebraba el amor, la familia y ese presente que jamás imaginé que sería tan perfecto.

Diego envolvió mi cintura con sus brazos, y yo me recosté suavemente contra su pecho mientras Mateo sostenía la cámara como todo un profesional en miniatura, aunque aún le costaba enfocar.

—¡Listos! ¡Pero no se muevan! —ordenó con voz mandona—. ¡Uno, dos… y tres!

El clic del temporizador sonó y capturó ese instante perfecto: los tres con el sol justo detrás, los pies descalzos sobre la arena tibia, y una felicidad que se reflejaba en cada gesto.

—¡Ahora una dándose un beso! —gritó Mateo entusiasmado—. ¡Que se vea el amor, por favor! —añadió, imitando a su tío Marcos y haciéndonos reír.

—¿Te parece bien, señora fotógrafa embarazada? —preguntó Diego mientras giraba mi rostro hacia el suyo.

—Solo si tú prometes besarme como la primera vez —susurré con una sonrisa pícara.

Y sin esperar más, nuestros labios se encontraron en un beso tierno, profundo, de esos que llevan una historia detrás. Mateo aplaudió desde atrás mientras la cámara hacía clic una vez más.

—¡Y ahora una con mi futuro hermanito! —dijo corriendo hacia nosotros y abrazando mi pancita apenas redondeada—. ¡Sonrían todos!

Nos agachamos a su nivel, Diego se arrodilló a mi lado y me abrazó por la cintura mientras Mateo apoyaba ambas manitas en mi vientre y decía:

—¡Sonríe, bebé! Porque ya tienes a la mejor familia del mundo.

La cámara capturó esa imagen justo cuando las risas nos ganaban a los tres.

Y en ese momento, con la brisa marina jugando con nuestros cabellos, el sol despidiéndose con una caricia dorada, y la promesa de un futuro lleno de amor, supe con certeza que la felicidad no era un destino… era esto.

Nosotros.

Ahora.

Juntos.

El restaurante frente al mar estaba iluminado con luces cálidas, pequeñas bombillas colgantes que bailaban con la brisa nocturna. Todo tenía un aire romántico y familiar a la vez, como si ese lugar nos hubiera estado esperando.

Al llegar, vi a Marcos de pie, saludándonos con una gran sonrisa, mientras Victoria estaba sentada con su bebé de tres meses en brazos. La imagen me enterneció al instante.

—¡Feliz cumpleaños, hermosa! —exclamó Marcos, dándome un beso en la mejilla y abrazándome con cariño.

—Gracias, Marcos. —Le devolví el abrazo y luego me incliné hacia Victoria, que me regaló una sonrisa suave.

—Mira quién vino a desearte feliz cumpleaños —dijo ella, levantando al pequeño para que lo viera bien.

—Hola, mi amorcito —susurré, acariciando la manita diminuta del bebé—. ¿Ya sabes que hoy es un día muy especial?

Mateo ya estaba sentado a la mesa, hojeando el menú como si fuera un experto en gastronomía. Diego se acercó por detrás y me abrazó por la cintura, dándome un beso en el cuello que me hizo cerrar los ojos por un instante.




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