La última semana del fin de mes, llegaba a mi bar una de las mejores representaciones artísticas que alguna vez alguien ha podido presenciar, siempre he sido fan del arte, eso no lo niego, ero no soy más que un simple aficionado deseoso de conocer cuanto pueda, tenía la fortuna de tener mi bar cerca de una librería de aquellas que ofrecen firmas, de las que traen a los escritores para que respondan preguntas y de aquellas que hacen dinámicas estúpidas para los literatos de los que la moda actual había plagado el mundo. Yo ciertamente sabía poco, había leído a Cortázar, a Fuentes, a Hemingway, pero nada más, aquellos eran todos los referentes que tenía, si una obra me era similar, la consideraba buena, si no, para mi era pésima. Defendía entonces mi punto hasta donde podía, buscaba cada vez palabras más rebuscadas para reforzar mis argumentos, así, terminaba las discusiones con clientes del bar coronándome como un lector apasionado de amplio criterio, era sumamente fácil, tomando en cuenta que cada uno de aquellos ebrios era precisamente eso, un ebrio.
Pocas veces me topé con algún conocedor real, y estos estaban tan abrumados por sus vidas que simplemente se limitaban a no discutir conmigo, importaba tan poco mi opinión que les era irrelevante que tuviera una, así pues, cada noche de fin de mes, haciendo uso de mi poco criterio sobre la literatura, hacía uno o dos comentarios sobre la excelente lectura que llegaba a mis oídos gracias a una dulce voz femenina proveniente de la librería, utilizaba mis mejores frases sacadas de internet e impresionaba a uno que otro de los borrachos, infería que la joven estaba comenzando con su carrera, porque la podía oír constantemente ahí, cosa que cualquier buen escritor reconocido no haría, mi comentario de aquella noche fue para un hombre que rondaba en los treinta, lucía tan inexperto que yo habría asegurado que sabía de literatura lo que yo sobre cualquier tema, así que haciendo uso de una nueva palabra que había escuchado en una crítica de YouTube, le dije:
—La forma en que la joven aborda el realismo mágico es tan sutil e interesante que ha logrado captar mi atención apenas ha pronunciado la primera frase. —Estaba satisfecho, mis palabras habían tenido en aquel hombre el efecto deseado, una pronta admiración cargada de una ligera incredulidad, suficiente.
Un hombre de unos sesenta estaba escribiendo en una pequeña libreta a la orilla de la barra, este soltó un bufido cuando hice aquel comentario, pero nada más.
—Debo suponer que le encanta la poesía ¿Verdad?
Mi interlocutor estaba entusiasmado, quizás presa del alcohol.
—Si la poesía es buena, claro que si, la de la joven que lee esta noche es fantástica.
—Yo también escribo algo de poesía ¿Qué opina? —El hombre de la libreta me la extendió, y se convirtió en partícipe de la conversación.
Para mí fue fácil juzgarlo, tenía la barba bien cuidada, emanaba un olor agrable, su ropa no era especialmente mala, y había bebido simplemente unas margaritas, cualquiera que como yo tuviera una ligera noción de literatura, sabría que los grandes escritores beben wisky con hielo, visten como vagabundos, huelen mal, así que, tomé con desdén la libreta entre mis manos.
El poema se titulaba "Canto de ave" era todo, no era un título llamativo o algo por el estilo, podía decirle que aquello era bueno, pero ciertamente ni yo lo sabía, así que atiné a leer y decirle que a mi parecer su escrito era horrible.
Apostaría que su risa fue en burla hacia mí, pero no perdí mi postura.
—¿No es obvio que tal trabajo es un asco? Solo léelo. —La acerqué la libretilla al treintañero esperando que me apoyara.
—En efecto, es pésimo ¿No lo ves? —Él le extendió la libreta al viejo, y se tiró a reír.
El viejo también reía después de un rato, yo supuse que era porque estaba ebrio.
—Me parece, que usted no sabe ni una pizca de literatura, de verdad se lo digo yo, pero descuide, la ignorancia es a veces mejor que el conocimiento, si usted lo tuviera, nunca volvería a apreciar su propia poesía. —El hombre volvió a su silla, yo me sentía triunfando, el treintañero me veía aun con mayor devoción.
La velada conversando con el pasó en calma, supe que se llama Andrés, y que su esposa estaba molesta porque no había recogido a los niños en la escuela, seguimos hablando de literatura, me escuchaba con determinación y aquello era agradable al menos para mí, durante la noche no se me volvió a interrumpir, los borrachos respetaban mi conocimiento, respetaban mi forma de ver la vida, mi trabajo, e incluso bebí una copa con mi nuevo amigo, que era tan ignorante como yo sin saberlo.
En el viejo no me fijé el resto de la noche, más que para servirle lo que estaba consumiendo, pero ciertamente me fue imposible sacarme su poema de la cabeza.
Cerca de las once una atractiva joven llegó por él, tenía un aire bohemio, era bajita con gruesas piernas, vestía de negro con motes en vino y fue entonces cuando acepté mi derrota ante el viejo, puesto que aún con su edad tenía un bombón con él, y yo continuaba atendiendo ebrios en un bar.