Crónicas de la barbarie

Crónicas de la barbarie

Cada día se hace más difícil conseguir comida, un trozo de pan, una lata de conserva vencida y hasta la comida para perros está agotada. El trueque es casi la única forma de subsistencia. La mayoría, dedica sus días a la recolección de objetos, para luego intercambiarlos por comida en los centros de canje instalados en distintas partes de la ciudad. Hoy en día, además de la comida y el agua, lo más valioso son el combustible y los repuestos para autos. Gran parte de la población nos dedicamos a la búsqueda de estos tesoros cada vez más escasos. Los centros de canje son manejados por grupos de mafiosos que se adueñaron de los grandes almacenes, cargamentos de alimentos y casi todos los vehículos. Ahora ellos imponen las reglas y dan órdenes, se convirtieron en los nuevos dueños del mundo. La recolección es la ocupación ejercida por la mayor cantidad de gente, pero no la única. Hay otras personas, sin distinción de sexo o edad, que venden sus cuerpos a cambio de una comida caliente, un par de zapatos en buen estado o un abrigo para el invierno. Algunos, se dedican a quitar, sin contemplación, lo que el otro consiguió con esfuerzo. Por mi parte, trato de sobrevivir sin llegar a esos extremos. Me dedico, como la mayoría, a sobrevivir.

En mi vida anterior era periodista, trabajaba en un diario muy importante de Buenos Aires, me iba muy bien y hasta fantaseaba con publicar mi primer libro, un policial. Ahora, con papel y lápiz en mano, me dedico a escribir una crónica de lo que veo a mi alrededor, la injusticia, el abandono, la muerte… ¿A quienes va dirigido lo que escribo? Yo quiero creer que a las personas que habiten en un futuro mejor. Pero la verdadera respuesta es que simplemente lo hago para mí, para no volverme loco. Escribo para mantener la cordura.

Ha pasado sólo un año y medio desde que la tormenta solar paralizó nuestro planeta. Ese día, todos salimos a las calles para contemplar el espectáculo. En la oscuridad de la noche, una luz muy brillante iluminó el cielo como un relámpago. Pensamos que era el fin del mundo y no estábamos demasiado equivocados. Primero, hubo cortocircuitos en las redes eléctricas que causaron incendios en varios sectores de la ciudad, el humo nos impidió respirar con normalidad por días. Luego llegó el apagón, la electricidad dejó de funcionar, las fábricas detuvieron sus máquinas de golpe, las pantallas de los televisores se oscurecieron, los ascensores dejaron de subir y bajar. La oscuridad fue absoluta. A continuación, todas las comunicaciones cayeron, hecho que en un mundo hiperconectado como el nuestro, significó una catástrofe. De un segundo para el otro, tuvimos que despedirnos de todo tipo de tecnología. Adiós teléfonos móviles, adiós internet, adiós redes sociales, adiós televisión, adiós heladera, adiós aire acondicionado. Los satélites también se vieron afectados, dejándonos incomunicados con el mundo entero. Todo era caos. Los vándalos aprovecharon el momento para robar los comercios, se llevaron computadoras, televisiones y teléfonos que jamás podrían usar. Los religiosos organizaron cadenas de oraciones tomados de la mano en medio de las calles, decían que había llegado el día del juicio final. Pasaron semanas y no había información oficial, pero tampoco un modo de transmitir un mensaje a todo el país en forma simultánea. Corrían rumores como que el presidente se había refugiado en un bunker super secreto con su familia o que se había ido del país. Los más pesimistas decían que la catástrofe se extendía al globo entero ¿pero cómo saberlo? Los saqueos en los supermercados solo fueron cuestión de tiempo, la gente se dió cuenta que pronto escasearía la comida en buen estado. En los techos de los supermercados, guardias apostados con armas de fuego, apuntaban a todo aquel que se acercara sin demostrar que tenía efectivo para comprar, y no dudaron en dispararles a aquellos que creían que iban a robar. Esto generó malestar entre la población y cientos de persona se organizaron con palos, piedras y armas para saquearlos. Muy pronto los supermercados quedaron desiertos.

El tiempo de la barbarie no tardó en llegar, unos meses más tarde, el asesinato, la violación y la coerción eran moneda corriente. Los robos en las casas y edificios eran comunes, todo aquel que tenía algo de comida corría peligro. En grupos de tres o cuatro, ingresaban a la fuerza y no paraban hasta averiguar dónde se encontraba escondida la comida, muchas veces torturaban a sus habitantes para conseguir las respuestas más rápido. Es increíble como el humano se degenera en tan poco tiempo, sólo hace falta una pequeña chispa para encender fuego del salvajismo. Ya lo decía Thomas Hobbes «el hombre es el lobo del hombre». ¿Cómo no perder las esperanzas en un mundo así? Si alguna vez, como humanidad, llegáramos a recuperar todo lo que perdimos, ¿podríamos vivir con nuestra conciencia limpia luego de las cosas que tuvimos que hacer para sobrevivir?, ¿podríamos despertar cada día sin pensar en lo que nuestros ojos tuvieron que ver?, ¿podríamos volver a nuestra vida normalmente?



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En el texto hay: postapocaliptica

Editado: 06.04.2019

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