Mis abuelos acaban de irse a Argentina, hace apenas dos días. Me envían diariamente fotografías de lo que va a ser mi nuevo hogar.
Intento mostrarme feliz y optimista en las llamadas telefónicas, digo las palabras que ellos quieren escuchar: "—Sí, me encuentro muy bien abuela...", sueno tan animado como puedo, pero la realidad es muy distinta a eso. La realidad, es que, al verme al espejo cada día noto mis ojeras más marcadas, mi cara más pálida y débil. Pierdo más y más de algo que ni siquiera sé explicar que es. Cada día siento menos ganas de que una enfermera venga y me diga que poco a poco me estoy recuperando; no quiero escuchar esas palabras tan vacías. No estoy preparado para aceptar la dureza del EPOC...
EPOC o Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica, ¡sí! crónica... toda mi vida debo cargar con esto. Sufrí de bronquitis en mi infancia y esa es la causa. No es tan común a mi corta edad de diecisiete años... es irónico cargar con esta enfermedad que suena probable para ancianos de mas de 70 años. No me gusta hablar sobre el tema, aunque si me preguntan, quizá les cuente... claro, sí la abuela no lo hace antes de mí.
—¡Alan! ¿Cómo has estado mi pequeñín? —preguntó la Sra. Mery.
Ella es una amable enfermera de avanzada edad que me ha cuidado en todos mis ingresos a este hospital; es como una madre para mí.
—Mejor que ayer, Mery.
—¡Oh! ¡No sabes cuanto me alegra escuchar eso! —dice y me toma de las mejillas.
—Aunque te ves un poco aletargado, ¿No quieres descansar?
—No, estaré bien así.
—Está bien pequeñín, sé que no te gusta que te lo diga, pero deberías hacerlo —me sugiere y se va de la habitación.
Me recuerda un poco a mi abuela, Estela. Ella es, digamos que un poco sobreprotectora, me prohibió el basquetbol desde que tengo 10 años, no me permite salir muy a menudo, se despierta a las 5 a.m. a controlar que mi inhalador esté en orden para el día siguiente, cuida mas de mi vida que de la suya... me cría desde los 3 años. Mi abuelo, por otra parte, es un poco menos afectuoso. Yo sé que detrás de la coraza de piedra de Pietro Napoli hay un corazón tan dulce como las primeras flores que salen después del invierno, solo no lo demuestra. Creo que heredé algunas de sus actitudes, suelo ser frío con las personas. Más aún con las nuevas, me cuesta abrirme a quien no conozco. Hablando un poco más de mí... me apasiona el básquetbol. Mi estúpido padecimiento me limita en cuanto al deporte y otros aspectos. Eso me frustra, o más bien, todo lo hace últimamente. Me siento tan vulnerable... o al menos eso me hacen sentir. Mery ha intentado convencerme de que no es así. No obstante, no puedo evitar pensarlo; debo ir de aquí para allá con mi inhalador, y si fuera necesario, también con oxígeno. Me pone de muy mal humor.
Luego de una semana y media ya casi es tiempo de ir a Argentina. Voy a extrañar a la señora Mery, pero más extraño a mis abuelos.
Ellos están pasando una buena adaptación al nuevo ambiente. Me envían fotografías y hablamos mientras limpian bien la casa para recibirme. La exposición al polvo, los ácaros u otros alérgenos podría afectarme bastante.
También me cuentan sobre sus cenas con la familia Ferrer. Los conocí en una reunión de viajes. Antonio y Georgia Ferrer son personas muy carismáticas. Tienen tres hijos, Samantha, Marco e Ian, aunque solo vi a Samantha, el resto de hermanos no fue aquella vez.
Hoy desperté a las 08:00 a.m. Es mi último día aquí y a las 19:30 p.m. sale mi vuelo. Mejoré significativamente esta semana y eso indica que puedo irme. Apenas despierto, entre todo el ruido de los monitores y el olor a desinfectante de los pisos, escucho que tocan mi puerta.
— ¿Sí? Adelante.
—Hola pequeñín — dice la Sra. Mery hablando con un tono más apagado de lo normal. Se sienta a un lado de mi camilla, toma mi mano y pregunta —¿Cómo estás hoy? Contento, supongo. Ya es tu último día de ingreso y podrás ir con tus abuelos, ¡Tu nueva vida te espera allí!
—Si Mery, estoy feliz de irme. Aunque...
La miro e instantáneamente me recuerda a todas las veces que ella estuvo sentada en mi camilla, sosteniendo mi mano y diciendo que todo iba a estar bien.
—Aunque, voy a extrañarte mucho, eres como una madre para mí...
Mis ojos comienzan a humedecerse de a poco.
—Mi pequeñín, Alan. Tenías solo 7 años cuando fue tu primer ingreso. Eras tan pequeño... Ahora eres un joven fuerte que tiene que salir a descubrir la vida. Me alegra tanto que te estés recuperando.
—Si. Me alegra estar bien Mery, solo que me siento raro.
—Lo sé mi niño, lo sé. Todo será raro ahora... ten esto.
Mery se quita la fina pulsera con un trébol que llevó durante estos diez años. Toma mi mano y la coloca en mi muñeca mientras terminaba de quitar mi catéter.
—Te la doy para que siempre me lleves contigo pequeñín, te la doy porque te quiero mucho. Recuerda que puedes lograr todo lo que te propongas.
Un trébol y el abrazo más profundo fueron parte de nuestra despedida...
cada vez se acerca más la hora de partir. Mis abuelos dejaron mi maleta de viaje en la recepción del hospital. Me alisto, tomo todo lo que necesito, me despido del personal y tomo un taxi hasta el aeropuerto de Milán. Es un largo viaje desde Alessandria, así que tengo un buen tiempo para reflexionar. Un poco de ansiedad no planificada agitó mi respiración, el aire empieza a faltarme de a poco, así que rápidamente busco mi inhalador, pero a pesar de desarmar desesperadamente todo mi bolso de mano, no estaba ahí...