Crónicas de lo crónico: El amor mientras tanto...

Capítulo 7: EPOC (Alan)

Tuve una charla con Marco que me dejó algo preocupado por él...
¿Qué habrá querido decirme? De todas formas, lo entiendo. Somos amigos, pero hace poco tiempo nos conocemos... sabemos solo lo necesario del otro.

Hablando de amigos, la semana pasada conocí a Ricky Blanco. Es un chico del equipo de básquetbol. Estuve hablando con él y me comentó que les hace falta un pívot y sugirió que mi altura puede ayudar.

Le conté que formaba parte del equipo "Le Aquile" en mi país...

—Solía ser muy buen jugador, pero tuve que abandonar por cuestiones de salud.

—¿Qué te pasó en aquel entonces? —pregunta Ricky.

—Oh.

La pregunta me tomó desprevenido. No sabía que decir.
—Eh, yo solo me lesioné durante un partido, y bueno, no pude volver a jugar.

—¿Estás recuperado ahora?

—Ah yo, em, bueno, sí-

—¡Deberías volver al juego! Hoy entrenaremos desde las cuatro hasta las cinco y media de la tarde aquí en la escuela. ¡Puedes venir a probarte en el equipo! Te espero allí amigo..

—Sí, yo... está bien.

No tendría que mentir si no padeciera EPOC... baje la mirada para que Ricky no note que mis ojos se quebraban. Ese molesto nudo de siempre volvió a formarse en mi garganta.
Ya es hora de almorzar, 13:34 p.m. Todos ya deben estar en la cafetería.

Caminando por los pasillos, tratando de tragar sin que el nudo se desate y salga por mis ojos, escucho sollozos que provienen del área de casilleros.

Me acerco en silencio, el dejo de voz al final de los sollozos y al comienzo de los suspiros se me hacía un poco familiar...
Muy familiar, de hecho.

—¿Ferrer?

De repente el ambiente quedó mudo, ya no había pista alguna de que alguien esté allí.

—Samantha, ¿estás ahí?

Nadie responde.

—¿Samantha? ¿Quieres hablar?
Al escuchar mis pasos acercarse a ella me responde:

—No, déjame sola.

Me asomé desde el pasillo tomando el marco de la puerta, aprovechando que el frío del metal me hacía volver un poco a mí y calmar esas ganas de llorar.

—Oye...

Ella estaba sentada entre el costado del último casillero y la pared, oculta, abrazada a sus piernas.
Caminé hasta ahí y me senté a su lado.

—Sami...

—¿Sami? —levanta su cabeza de entre sus rodillas —¿Acabas de llamarme "Sami"?

Samantha seca sus lágrimas y suelta una carcajada que no esperaba.

—Ferrer, eso quise decir. Ferrer.

Siento que mis mejillas están un poco más que ardientes ahora.

—¡Claro que no! ¡Me llamaste Sami! —continúa riendo.

—¡No es verdad! Olvídalo...

—¡Jamás Napoli!
Esa risa, inevitablemente cesó al llanto. La observé serio mientras lloraba.
No se cual es el momento de interrumpirla.

—Ferrer —le susurro despejando su cabello suavemente de su rostro, como si fuera de porcelana y pudiera romperse —¿Qué ocurre?

—Yo- Alan... yo no lo sé —responde.

—Tranquila, entiendo, solo di lo que fluya.

—Es que...Ian, temo tanto que pueda... que pueda no lo sé, que le pueda pasar algo muy malo o...

—¿O que pueda morir? —la interrumpo.

Su expresión cambió. Levantó la cabeza exageradamente y fijó sus ojos en mí, desconcertada por lo que dije pero con una expresión de comprensión, como si fuera exactamente lo que ella iba a decir.

—S-sí.

El nudo de su garganta sí se desarmó, mientras yo trataba de contener fuertemente el mío.
Me acerqué a ella buscando mostrale empatía, pero con temor de abrazarla.

Se dejó caer sobre mi hombro y las lágrimas comenzaron a brotar desesperadamente de sus ojos.

—Alan- s-siento tanto miedo... Siento que todos los días que ese puede ser el último.
Su voz está entrecortada, apenas le salen las palabras.

—Entiendo más que nadie lo que sientes ahora, Ferrer. Lo vivo día a día desde niño.

Me miró extrañada.

—¿Por qué dices eso? ¿Tienes a alguien enfermo también?

La tomo de las manos, contrastando las mías frias y las suyas cálidas y húmedas de lágrimas.
Suspiro y la miro a los ojos, cada respirar mueve un poco más la cuerda hasta que el nudo se desarma.

—Bueno, escuchas seguido a mis abuelos decir que estoy enfermo.

—S-sí.

—Yo... yo padezco una enfermedad...

Me mira con una notable desesperación de que yo acelere mi voz.
—Una enfermedad que se llama "EPOC" Ferrer. Son las siglas de "Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica".

No dice nada.

—Sé el miedo que tienes. Todos los días tengo miedo de no despertar más o de morir asfixiado, no lo sé. Me paraliza pensar en esto, te entiendo perfectamente, es vivir parado sobre la incertidumbre.

Samantha se queda atónita. Puedo ver como el horror se le impregna en el rostro mientras le cuento todo.

—A- ahj- —deja salir un quejido de confusión, sin saber que decir al respecto.
Para romper esa tensión, no tuve mejor idea que tomarla y ponerla contra mi pecho en un movimiento decisivo.

—Yo no quiero perderlos, Alan.

Tengo la mirada perdida en los casilleros, como si acabase de confesar un asesinato. Solo siento agua caer de mis ojos, pero todo es vacío.

—Alan... ¿No vas a morir verdad? No te puedo perder, por favor, dilo...

La abrazo como si fuera la última vez que la voy a ver, y tan fuerte como puedo.

—No puedo afirmar que no voy a morir Sami.

—Pero...

—El simple pasar de los días es una ruleta rusa para mí, y me mantiene muy asustado. Sin embargo, te prometo que no te voy a dejar sola, Sami.
«Voy a estar aquí contigo mientras la vida me lo permita.

El abrazo se siente como si estuviera donde tengo que estar, es donde correspondo, donde solo puedo sentir paz mientras sus cálidos brazos se aferran a mí y siento su corazón latir fuerte, muy fuerte.

Fuerte es mi sensación de no dejarla ir, de querer tenerla para siempre...
Ahora sabe mi "secreto" y mi dolor. Me alivia cada segundo que pasa...
Me estoy perdiendo en ella y no me importa.




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