Mientras los chicos se quedaron en la cafetería, Melissa decidió apurarme, y no porque "llegaremos tarde", sino, porque quería saber que pasó con Alan.
—¡Samantha! ¿Qué sucedió con el chico Napoli? ¡Me dices en este momento!
Río ante su desesperación por saber
—Solo le conté sobre Ian y me puse algo emocional...
—Ajá, sí sí, claro... Y él, ¿Por qué lloraba?
—Oh... porque- porque ya sabes Mel, él también está triste por esto. Nuestras familias se ven bastante seguido.
—No sabía que sus familias se llevaban tan bien —dice Mel.
—Yo tampoco, para ser honesta...
Entre conversación y conversación sobre Alan y Keenan, la última clase del día llegó a su fin, y Mel se fue con él.
Yo, mientras tanto, fui a buscar al “chico Napoli” (como Mel le llama a Alan) y a mi hermano, para que volviéramos juntos a casa.
Pero para mi sorpresa, solo Marco estaba allí.
—¿Pero no lo has visto?
—No, Sami, él no regreso a clases. Tuvo una pequeña discusión con Keenan en la cafetería luego de que te fuiste con Melissa.
—¿Qué? ¿Y dónde puede estar? ¿Me ayudas a buscarlo?
—Me encantaría hermanita, pero tengo unos compromisos urgentes que atender, debo irme. Por favor ten cuidado al volver a casa.
Yo, en cambio, decidí quedarme con la esperanza de encontrarlo vagando por ahí.
Habiendo recorrido todos los pasillos, me pareció ver a lo lejos una figura que se me hacía bastante familiar... ahí estaba: sentado fuera del departamento de deportes.
Miraba por el ventanal de la gran cancha de básquetbol.
Allí, transcurría un entrenamiento de su amigo Ricky y el equipo escolar.
Mantenía su mirada en el suelo como si no encontrara un buen punto. Se veía agotado... como exhausto de cargar un peso invisible.
Un poco indecisa, pero con ganas de animarlo, me acerco a él.
—¡Te encontré!
Al escuchar mi grito, se sobresaltó un poco, pero instantáneamente me reconoció y una sonrisa de oreja a oreja se formó en su rostro.
—¡Ayy, pero si yo estaba tan bien solo! Tuvo que llegar Ferrer... —dijo con un poco de humor.
—Eso no es verdad, ni siquiera estabas bien.
—¿No te enseñaron a interpretar chistes? O... ¿A ser sarcástica? —pregunta Alan.
—No aún —le respondo.
—Eso es notable.
Por unos momentos el silencio invadió el lugar.
Nos distrajimos viendo el entrenamiento...
Tratando de mostrarle compasión, puse una mano en su hombro:
—Y dime... ¿Qué pasa contigo?
—¿Por qué lo dices?
—Ja, pocas veces vi esa cara de ilusión en ti... ¿Te gusta el básquetbol?
Sus ojos se iluminaron ante mi pregunta.
—Sí. De hecho, me encanta.
—¿Y juegas? —le pregunto.
—Emm, hoy Ricky me invitó a probar un entrenamiento con ellos... yo era un excelente jugador allí en Italia.
—Pero que raro tu, tan soberbio —digo para molestarlo.
Noté que evadió mi pregunta acerca de si jugaba actualmente.
—¡No es verdad! no estoy siendo soberbio, solo te cuento.
—¿Por qué no juegas más? —dije directamente.
—Lo mismo me pregunto. Tal vez la charla que tuvimos hace solo unas horas pueda responder a tu pregunta... al menos que lo hayas olvidado —responde burlándose.
—¿No puedes jugar por el EPOC?
—Bueno, como poder, puedo. Pero no debo. Tengo muchas limitaciones y riesgos al hacerlo.
La abuela Estela no me lo permitiría... ya sabes, ella y su manía de sobreprotegerme —se queja él.
—Entiendo. ¿Qué tan peligroso es para tí?
—Bueno... a decir verdad, no tanto. Pero no hay posibilidad con la abuela.
—Pero ella no tiene por qué saberlo... digo, si no es un riesgo significativo para ti.
—Em, ¿Qué quieres decir con eso?
—¿Tú quieres entrenar básquetbol?
—Sí.
—¿Y no vas a morir por eso?
—Bueno... ¿No?
—Entonces... ven conmigo.
Lo tomo del brazo y entramos al salón de deportes.
—¿Qué haces? ¿Y si la abuela Estela se entera? —pregunta con temor.
—Yo me encargaré de eso, tú no te preocupes.
Un chico se voltea cuando entramos, y comienza a acercarse a nosotros dos.
—¡Alan! ¡Sí viniste amigo!
—¡Como no iba a venir! Mira, te presento a Samantha, mi... amiga.
—¡Un gusto Samantha! Yo soy Ricky.
Extiendo mi mano y lo saludo.
—Un gusto Ricky...
—Bueno Alan, ¿Qué esperas? ¡Vamos a entrenar!
—Ah, sí. Espera un momento. Tú ve, yo solo- solo iré al baño —dice Alan.
—Claro, el entrenamiento se reanuda en cinco minutos.
Ricky volvió a jugar. Alan salió del lugar y me pidió que lo acompañe…
—¿Qué pasa? —pregunto.
—No sé... no sé si estoy listo para esto Ferrer. Será mi primer entrenamiento después de dos años.
—Puedes no hacerlo hoy.
—No, estoy emocionado, pero temo que algo pase.
—Tranquilo, yo estaré aquí para cualquier cosa. Nada va a ocurrir, te lo prometo.
—Está bien... confío en ti.
Alan abre su mochila y saca el inhalador que se le había caído aquella vez.
—Mira, ¿Recuerdas este? —me pregunta.
—Sí, perfectamente.
—Recuerdo lo nervioso que me puse por miedo a que descubras mi enfermedad cuando se me cayó y tu lo tomaste...
—¿Y para que lo usas?
—Bueno, esto es un broncodilatador. Sirve para ayudar a abrir y relajar mis vías respiratorias y me garantiza no morir asfixiado durante el partido...
Bueno, en verdad no lo garantiza —Alan se ríe nervioso.
—¡No digas eso! no sucederá nada. ¡Tu entrenamiento comienza en un minutooo!
—Oh, lo había olvidado.
Él toma su inhalador, lo utiliza y me lo entrega junto a su teléfono y su mochila.
—En caso de que pase algo, solo dámelo.
—Ya te lo dije, nada va a pasar.
—Vamos, ya estoy listo.
Entramos nuevamente.
Yo, subí a las gradas y me senté en la cima de las mismas.
Alan, entró en calor y Ricky lo presentó al equipo.
Estuve observándolo y él es mejor de lo que esperaba, se desempeña demasiado bien en el campo de juego.
Se lo puede ver un poco agitado, pero se nota más su sonrisa enorme en el rostro al volver a hacer lo que tanto echaba de menos.