Cronicas de una guerra: sombras del tiempo

Prologo

El cielo rojizo se oscurecía poco a poco, el viento helado soplaba fuertemente, calando en los huesos, levantando grandes cantidades de polvo y ceniza. El suelo estaba cubierto de cadáveres calcinados, decapitados, cortados a la mitad. Aquello había sido una masacre.

La tierra roja se mezclaba con la sangre y las cenizas, convirtiéndola en una tierra oscura, casi negra, con aún más olor a hierro del que normalmente tenía. Algunos cuerpos aún humeaban, y ese humo se elevaba en el cielo dando piruetas como si de una fogata de campamento se tratase.

Y en el centro, justo en medio de aquel mar de cuerpos sin vida, se encontraba el responsable. La espada humeante en su mano, llamas rodeándolo, apagándose de a poco; mirada perdida, respiración agitada. Un solo hombre había ganado la batalla. Un solo hombre había dado el paso final para ganar la guerra.

¿Pero había valido la pena? Tal victoria bélica era una derrota personal; había costado su alma. Alguien llamó su nombre a lo lejos, lo cual hizo que soltara la espada. Automáticamente, las llamas se apagaron tanto en la hoja de metal como en sus propias manos. Miró hacia la voz: su mejor amiga corría hacia él, con la preocupación pintada en su rostro, sangre brotando de una herida en su cabeza y empapando su ropa.

Se miró las manos que no tenían ni un solo rasguño, solo estaban sucias. Negras por la combustión, cubiertas de hollín, ceniza y sangre de sus enemigos.

—¡Duncan! — volvió a gritar ella, llegando a su lado, tomándolo por los hombros y sacándolo de su ensimismamiento. —¿Estás bien?

No respondió, solo la miró a los ojos. Ojos celestes, claros como el agua de un manantial, que contrastaban terriblemente con el campo de batalla a su alrededor. Algo hizo click en su mente entonces, algo que debería haber ocurrido hacía tiempo, pero que había estado demasiado ciego como para ver. Ciego por una crianza en el campo de batalla.

— No.— respondió por fin, perdiéndose en esos ojos cristalinos, con las lágrimas aflorando de los propios sin demasiado control.— No lo creo.

Si no quería caer por el espiral de violencia y locura que amenazaba con destruirlo todo, no solo a sus enemigos, debía abandonar aquella vida, debía irse de allí inmediatamente si no quería convertirse en un monstruo. Aquel mar de cadáveres debía ser el último.

— ¿Qué ocurre? — Tallulah sabía leer muy bien las emociones ajenas, sabia lo que estaba ocurriendo por su cabeza, estaba seguro de ello. Pero aun así se preocupaba en preguntar, en dejar que cada uno pudiera expresar las cosas a su ritmo y manera.

— Está muerto.— uno de sus mejores amigos y compañero de batalla había muerto frente a sus ojos. No era la primera vez que Duncan veía morir a alguien, ni siquiera la primera vez que veía morir a alguien que quería, pero había sido la que lo había destrozado. Al ver la vida escaparse de los ojos grises de Dyami la ira y el dolor lo habían cegado de tal forma que el resultado estaba ahora a su alrededor.— Ya no quiero ver a nadie más morir.

La chica le tomó el rostro con ambas manos, secándole levemente las lágrimas con sus pulgares.— No lo harás. La guerra va a terminar hoy mismo, me aseguraré de ello.

— No le digas a Hinto.— sollozó, abrazándola. Ella correspondió al abrazo, aunque no entendiera realmente a qué se refería.— Ya no puedo hacer esto, Tall.

— No te preocupes, no se lo diré. Pero sabes que él entenderá, ¿verdad?

— No, no lo hará. Pero ya no puedo hacerlo, no volveré a matar, no volveré a la guerra.— podía sentir las caricias de su amiga, suaves, tratando de calmarlo. Y por supuesto, estaba lográndolo. La princesa de Marte tenía ese efecto.— Creo que volveré a la Tierra, con mi padre.

En ese momento, ella rompió el abrazo, pero no para regañarlo, sino para volver a mirarlo a los ojos. Le dedicó una sonrisa suave, sincera.— Creo que es una idea estupenda.

Él no pudo más que devolverle la sonrisa. Su mente trabaja a mil por hora, su corazón aun estaba acelerado por la adrenalina, pero ahora al menos sabia que tenía el apoyo de su mejor amiga. Y en ese momento, eso era todo lo que necesitaba para continuar.

Regresaría a la Tierra, volvería con su padre, tendría una vida normal. Ya no más muerte, no más guerras ni sufrimiento. Dejaría de ser Duncan el guerrero del fuego. Seria simplemente...

 

—Duncan. — se sobresaltó levemente al escuchar una vez más su nombre, dándose cuenta de en donde estaba. —Tu alarma sonó hace unos quince minutos, amor. — Lanzó un pequeño quejido, estirándose en la cama lo más que podía. Había tenido otra pesadilla. —¿Te asusté?



#17410 en Fantasía

En el texto hay: amor gay, aliens, poderes elementales

Editado: 09.10.2019

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