La puerta se abrió para revelar a un hombre de setenta años, alto y de cabello blancuzco. Sus ojos, grises, mostraban una amabilidad que muy pocas personas poseían. El hombre sonrió por un momento al verlo, pero al notar la desesperación en sus ojos dejó de sonreír y se hizo a un lado para dejarlo pasar.
―César, ¿ocurrió algo? ¿Estás bien?
El aludido entró en la casa de su suegro y se dirigió directamente al sofá, dejándose caer en él y escondiendo el rostro entre sus manos. La desesperación que sentía se había vuelto diminuta en comparación al resto de emociones que lo inundaban en aquel momento.
―Duncan desapareció.
El hombre, de marcado acento inglés, se sentó frente a él y lo observó por un momento en completo silencio. ―¿A qué te refieres con que desapareció? ¿Se fue? Él nunca...
―No, me refiero a que literalmente desapareció. Frente a mis ojos, se esfumó en el aire.
―Oh. ― por alguna razón, aquella noticia no parecía estar afectándolo tanto como esperaba. ―Entiendo.
―¿Entiendes? ¿De qué estás hablando? ¡Jaime, necesito saber qué rayos está pasando!
―César, debes calmarte.
―¡No voy a calmarme! Mi marido acaba de desaparecer y he descubierto que... que...
El inglés frunció el ceño. ―¿Qué has descubierto?
―La vida de Duncan parece empezar en sus veinte, no encontré ningún registro anterior. Es como si... Como si él no existiera antes de tener veinte años, ¿qué rayos está pasando?
―Lamento que ser yo quién te diga esto, César, pero si no te calmas, no podré hacerlo.
―¡Pero necesito una explicación! ― su cerebro estaba vagando por las más locas explicaciones posibles, ¿un refugiado? ¿Criminal de guerra? ¿Protección de testigos? Cualquier cosa podía ser real a estas alturas, de eso estaba seguro. Lo que más lo inquietaba era que, a pesar de haber buscado en todos los registros que conocía, incluso con su autorización de fiscal, no había podido encontrar absolutamente nada sobre la infancia o adolescencia de Duncan. ―Sé que a veces, cuando cambias tu nombre o género, estas cosas pasan, los registros pueden perderse, mis propios registros estuvieron perdidos por años por esa razón, ¡pero no es el caso de Duncan!
―Lo sé, lo sé...― el anciano se pasó una mano por el cabello, acomodándolo suavemente. ―¿Quieres un té? Te ayudará a relajarte.
―No quiero un maldito té, quiero una explicación. ― jodidos ingleses y su obsesión con el té.
―Okey, okey...― lanzó un suspiro. ―La razón por la que no hay registros de Duncan es porque él no siempre vivió aquí.
¿Acaso aquel anciano lo creía idiota? ―Sé que no ha vivido siempre aquí, Jaime, pero he buscado en registros internacionales también...
―Por aquí no refiero a Estados Unidos, César. ― lo interrumpió, y aquella frase hizo que se le helara la sangre. ―Por aquí me refiero al planeta Tierra.
Definitivamente su suegro lo consideraba idiota. Y todos estos años creyendo que le agradaba. El más joven lanzó una risa. ―¿Estás bromeando, verdad?
―No. ― y por alguna razón, supo que estaba diciendo la verdad, por más absurdo que sonara. ―¿Recuerdas que hace unos años la NASA emitió un comunicado diciendo que cerrarían todos sus proyectos de búsqueda de vida inteligente extraterrestre?
―Sí, fue luego de que la misión a Marte fallara...
―Fue luego de esa misión, sí, pero no porque fallara, sino porque tuvo éxito. ― otra risa incrédula por parte de César, pero al no escuchar comentario alguno, siguió con su historia. ―Cuando esos astronautas aterrizaron en Marte, se dieron cuenta de la verdad, y tuvieron que firmar un acuerdo de confidencialidad con los marcianos que se extendió a toda la NASA. Ellos les proveyeron combustible suficiente para regresar a la Tierra, pero con la condición de que jamás revelaran su existencia.
César se puso de pie, por alguna razón, no podía evitar reír ante aquellas palabras. El mundo se había vuelto más loco de lo que él imaginaba. ―Tienes que estar bromeando.
―No lo hago, César.
―Si esa locura es cierta, ¿cómo rayos sabes tú de eso? Por lo que recuerdo no trabajas para la NASA, eres bibliotecario.
―Lo soy, sí. Pero se sobre ese evento porque Duncan me lo contó.