Aquel día estaba siendo cada vez peor, una pesadilla de la cual no podía despertar. Y lo peor de todo es que ni siquiera era racional, porque a cada minuto que pasaba, parecía que todo se iba volviendo más y más extraño.
Su vida se había vuelto patas para arriba y no tenía idea de cómo volverla a su lugar. Al menos, aún tenía la certeza de que al llegar a casa, podría abrazar con fuerza a Emma y disfrutar de su cercanía.
O al menos eso creyó.
Apenas llegar, le agradeció a la niñera por haberse quedado más tiempo del normal y se dirigió a la habitación de la niña. Ella misma había decidido como decorarla y, al tratarse de una niña de diez años, no podías entrar sin chocarte con algo que estuviera tirado en el piso. Las paredes eran de un celeste cálido, los muebles de madera oscura y posters colgados por doquier, desde superhéroes hasta gimnastas olímpicas.
―¡Papá! ¡Al fin llegaste! ― al verlo, la chica saltó de la cama y fue a abrazarlo con fuerza. Por primera vez en horas, César sintió su cuerpo relajarse, y tuvo que sentarse para dejar de sentir que terminaría cayendo al suelo. ―¿Y papi?
Por supuesto, aún no había pensado en una buena excusa por la que su otro padre no vendría a casa aquella noche. ―Trabajará hasta tarde, lo siento cariño, pero no vendrá a cenar. ― le dolía en el alma tener que mentirle, pero era mejor eso a tener que decirle que había desaparecido. Acarició con suavidad su cabello, de un fuerte color carmesí, y le sonrió con ternura. ―¿Qué te parece si pedimos piza para cenar hoy, eh?
―¡Suena genial! Pero le tendremos que guardar un poco a papi, o se enojará.
―Por supuesto que le guardaremos, vamos, elijamos los sabores.
Durante las horas que pasaron, casi pudo olvidar todo lo que había ocurrido durante el día, desde el maldito juez que no había aceptado la orden de allanamiento hasta descubrir el hecho de que su marido era mitad extraterrestre. Su enojo con el juez parecía ahora una cuestión insignificante.
Sin embargo, mientras Emma se preparaba para acostarse y él intentaba con todas sus fuerzas mantener los ojos abiertos, algo ocurrió. Algo que completó el día de locos que estaba teniendo.
La niña lanzó un grito tan fuerte que lo hizo saltar de la silla, quitándole al instante el sueño, subiéndole la adrenalina al máximo. Corrió a verla, deteniéndose en la puerta del baño sin poder creer lo que estaba viendo. La puerta no estaba abierta, seguía cerrada, y sin embargo podía ver perfectamente a su hija con el cepillo de dientes en la mano, a través de un hueco enorme que se había formado en la madera.
―Lo siento, lo siento, lo siento. ― la niña estaba completamente asustada, con lágrimas corriendo por sus mejillas. ―¡No sé qué ocurrió papá! Yo solo... Solo estornudé mientras me lavaba los dientes y- y-
El recuerdo de su conversación con Jaime apareció en su mente al instante. ―¿Una bola de fuego quemó la puerta?
La chica asintió con la cabeza, aun temblando. César entró en el baño y la abrazó con fuerza, para poder calmarla.
―No te preocupes cariño, todo está bien.
―Pe-Pero...
―Termina de lavar tus dientes y te contaré una historia para dormir, ¿quieres? ― ella asintió con la cabeza y César le dio un pequeño beso en la frente, secándole las lágrimas con el dorso de la mano. Sería una larga noche, estaba seguro.
***
Los ojos grises de Emma estaban abiertos como dos platos mientras César contaba las increíbles aventuras de un joven extraterrestre. Seguramente ya se había percatado de quién era el protagonista de la historia y de lo que eso significaba para ambos; aquella niña siempre había sido más inteligente que sus dos padres combinados.
―Entonces... ¿papi es un marciano? ― César asintió con la cabeza. Luego del shock inicial por haber quemado la puerta, Emma parecía mucho más calmada que él mismo al enterarse. ―Él tiene poderes y... yo también.
Se miró las manos, quedando en silencio por varios minutos. ―¿Pero sabes qué? Eso no detuvo a tu padre de tener una vida normal con nosotros, y tampoco te detendrá a ti. ― aunque a decir verdad, no estaba demasiado seguro de cómo podría hacerlo si Duncan no regresaba.
―¿No se quedó trabajando hasta tarde, verdad? Volvió a Marte, ¿no? Él...
―No lo sé. Emma, escucha, tu padre jamás nos abandonaría. ― la interrumpió antes de que continuara con esa línea de pensamiento. ―Lo vi con mis propios ojos, algo se lo llevó, no fue su decisión.