Cronicas de una guerra: sombras del tiempo

CAPÍTULO XI

La mañana llegó más rápido de lo que César hubiera deseado. Los rayos de sol entrando tímidamente por las persianas de la habitación y golpeando su rostro, haciendo que sus ojos se quejaran al abrirse. Se giró en la cama, para encontrar a Emma a su lado, graciosamente estirada en su lado de la cama.

Si la razón por la que su hija estuviera allí fuera simplemente otro de los viajes de campaña de Duncan, hubiera hecho sumamente feliz al fiscal. Pero no lo era y el recordarlo hizo que su corazón se estremeciera.

Con cuidado de no despertarla, se levantó y se dispuso a empezar aquel día, que sería seguramente aún más extraño que el anterior. Era un día laborable, pero llamaría a la fiscalía diciendo que estaba enfermo, o que Emma lo estaba... O que Duncan lo estaba. O quizás podía decir que todos habían caído enfermos y se ahorraría muchas más explicaciones, además debería avisar al colegio de la niña diciendo que tampoco iría. No le gustaba decidir ese tipo de cosas por su hija, pero si el incidente con la bola de fuego se repetía en el colegio, las cosas empeorarían.

Luego de hacer las llamadas pertinentes, se dispuso a hacer el desayuno. Tendría que llamar a Jaime también, explicarle que su hija había casi explotado la puerta del baño la noche anterior y chamuscado las cortinas de su habitación. Solo esperaba que el anciano supiera qué hacer. Suponía que sí, ya que por lo que le había contado, él había criado a Duncan solo y por lo tanto había vivido el momento en el que esos extraños poderes comenzaban a aparecer.

En aquel último año, dada la edad de Emma, él y Duncan habían hablado bastante sobre cómo afrontar su adolescencia, como explicar todas las cosas que seguramente pediría que le explicaran, y habían decidido que lo harían juntos. Los temas femeninos no eran para nada la especialidad de su marido, pero a él le causaban un malestar similar al que le provocaban los espacios oscuros al arqueólogo. Quién hubiera imaginado que el mayor problema de su hija no serían los cambios hormonales, sino la aparición de poderes que podían quemar la casa entera.

En cuanto estaba terminando de preparar los huevos revueltos, Emma apareció aún en pijamas en la puerta de la cocina.

―Buenos días.

―Hey, buenos días. ― le revolvió levemente el cabello. ―Tengo una noticia que seguro te alegrará, no irás al colegio hoy, iremos a visitar a tu abuelo.

Sus palabras hicieron lo que una taza de café harían por cualquier adulto y la chica sonrió alegre. ―¡Genial!

―Le dije a tu directora que estamos enfermos, todos.

―¿Y a tu jefe también?

―Yep. ― Respondió alegre, colocando los huevos revueltos en dos platos y alcanzándole uno a su hija. ―Ten.

―Gracias. ― Emma tomó el plato y su taza y se sentó en la mesa. Pronto, él se le unió con su propia taza de café. ―¿El abuelo podrá ayudarme con... los poderes?

―Eso espero. Él crió a Duncan solo, así que...

Ella asintió con la cabeza y desayunó en silencio. Mientras tanto, César tomó su teléfono y envió un mensaje a su suegro para hacerle saber lo que había pasado. Pronto, estuvieron camino a su casa.

Jaime los recibió con una sonrisa, abrazando a Emma al verla. ―¿Cómo estás, cariño?

―Bien, supongo. ― Ella lo miró preocupada, demasiado para una niña de diez años. ―Estuve quemando cosas, abuelo, ¿tu podrás ayudarme?

―Eso espero. ― El hombre le revolvió levemente el cabello y miró a César. ―No dormiste mucho, ¿verdad? ― El aludido negó con la cabeza. ―Vamos al patio, será un mejor lugar que aquí dentro.

La casa de Jaime Leblanc era una de las pocas que aún conservaba un patio trasero verde. A pesar de que estaban a las afueras de Washington D.C., era prácticamente imposible encontrar terrenos tan grandes en aquellos momentos. La mayoría de las casas debían conformarse con un pequeño patio completamente cubierto de baldosas, pero Jaime había comprado aquella casa hacía veinte años y eso le daba una ventaja que nadie más tenía en el barrio. Afortunadamente, además, no había edificios cerca y nadie los vería.

―Cuando los poderes de Duncan aparecieron por primera vez, casi quema la casa entera, así que tu incidente con la puerta y las cortinas no fue nada, Emma, créeme. ― El mayor comentó divertido, aunque con cierto dejo de nostalgia en su voz. ―Dime, ¿qué fue lo que estabas haciendo cuando pasó?

―Primero estornudé, después estaba teniendo una pesadilla.



#19761 en Fantasía

En el texto hay: amor gay, aliens, poderes elementales

Editado: 09.10.2019

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