Los túneles en los que se metieron eran más intrincados y parecían más en desuso que los anteriores. Duncan no conocía la historia de aquellos pasajes subterráneos, solo los había escuchado nombrar en su adolescencia, y no había sido hasta aquel momento que había estado en ellos, pero suponía que su diseño tenía una razón de ser.
Quizás los primeros habitantes de Marte, los constructores originales, los habían diseñado así en aquella zona para despistar a sus enemigos. Después de todo, se accedía a aquel trayecto desde el templo, el lugar más sagrado de todo el planeta, que poseía los grandes secretos de su especie. Era información que debía permanecer siempre alejada de las manos de cualquier enemigo. Incluso si, como en aquel momento, el enemigo eran los propios marcianos.
Caminó casi pegado a Hinto, llevando en sus manos una antorcha encendida con sus propios poderes que apenas iluminaba el camino, alcanzando para saber en dónde estaban pisando. Algunas paredes tenían signos de derrumbe, pero eso no los detuvo.
―Ya estamos por llegar. ― comentó el joven, quizás sintiendo lo incómodo que se sentía en aquel lugar. ―Y no te preocupes por los derrumbes, ahora están estabilizados.
―No estoy preocupado por eso, descuida.
―¿Entonces por qué estás preocupado?
―Por lo que ocurrió en la base de la resistencia. Si los hemisferios supieron su ubicación, ¿cómo estás tan seguro que las espadas siguen estando aquí abajo?
―Porque están protegidas por más que los túneles. Unkas y los demás sacerdotes les hicieron algo, no sé qué, pero solo quienes las hayan empuñado antes podrán tocarlas.
―Oh, okey. ― eso lo tranquilizó un poco, pero su mente rápidamente recayó en más problemas.
Por supuesto, en aquel tipo de situaciones, su ansiedad le impedía relajarse simplemente. No podía dejar de pensar en todo lo que podía llegar a salir mal cuando encontraran las espadas, incluso sabiendo que solo ellos podrían usarlas. ¿Qué pasaría si los soldados de los dos hemisferios rompían la protección y se las arrebataban? ¿Qué pasaría si los atacaban en medio de los túneles y quedaban encerrados ahí? Una vez que consiguieran las espadas, ¿podrían en verdad usarlas? ¿Valdría la pena?
Intentó mantenerse tranquilo, pero los escenarios alternos seguían invadiéndolo. Afortunadamente, no pasó mucho hasta que Hinto se detuvo, y él chocó contra su espalda.
―Aquí están. ― anunció el guerrero de la oscuridad.
Y así era. En medio del túnel, en un pequeño hueco apenas más bajo que el nivel por el que caminaban, se encontraban las seis espadas más poderosas de toda la galaxia. Si Alfa Centauri en verdad estaba planeando una invasión en Marte, ¿podrían esas espadas salvarlos? Esperaba que así fuera.
Cada una de las espadas tenía un mango finamente tallado, con gravados en el dialecto antiguo de cada clan, con una perla representando su poder en el centro. El metal seguía siendo tan resplandeciente como lo recordaba, como si no hubieran pasado tanto tiempo allí abajo.
Hinto se agachó para tomar la suya, que automáticamente se rodeó con su aura color violeta. El guerrero sonrió y le susurró algo a la espada en el dialecto de su clan que Duncan no entendió.
Él observó la suya, aún tendida allí junto a las demás. La última vez que la había empuñado, había provocado una masacre. Pasaron al menos un par de minutos hasta que se decidió a tomarla, pero cuando lo hizo, sintió como si recuperase una parte de sí mismo. La espada, al igual que la de su amigo, resplandeció con su aura rojiza por unos segundos y luego volvió a la normalidad, pero la sensación de tenerla nuevamente entre sus manos no se fue.
Sentía como si acabara de salir de un lugar asfixiante, como entrar a un lugar con aire acondicionado en pleno verano, o el abrazo de un ser amado. Su corazón dio un salto y por primera vez desde que había regresado a Marte, se sintió como haber regresado a casa.
―Se siente bien, ¿verdad?
―Mejor de lo que recordaba. ― Hinto le dedicó una sonrisa, apenas visible en la luz provista por la antorcha. ―Aun así, ¿crees que será necesario usarlas?
El guerrero de la oscuridad se encogió de hombros. ―Esperemos que con tan solo verlas detengan esta locura y nos escuchen.
Duncan asintió con la cabeza y volvió a mirar las demás espadas, que habían sido empuñadas por sus amigos hacía tanto tiempo, al menos desde su perspectiva. Ahora todos estaban muertos, la mayoría de los que las habían usado lo estaban, ¿qué sería de ellas? Otadan siempre le había dicho que las espadas estaban vivas, y el pensar en que estarían solas y olvidadas allí quién sabía por cuánto tiempo lo hizo sentir mal por ellas.