Amadahi había logrado detener la hemorragia del viejo sacerdote, pero este respiraba con dificultad y seguía inconsciente. Podían ver, además, que no solo había perdido sangre, sino también energía. Si sobrevivía quizás no fuera capaz de volver a usar sus poderes de la misma forma y para un marciano eso era casi como morir.
―Será mejor que lo lleve a nuestra base, ahí podremos atenderlo mejor. ― les comunicó la líder del clan del agua cuando ambos guerreros se le acercaron. Un par de soldados de su clan se le acercaron también y se ofrecieron a ayudar, por lo que pronto lo cargaron entre los tres. ―Espero que encuentren a los espías, les avisaré de cualquier cosa que ocurra.
Hinto asintió con la cabeza. ―Gracias, señora.
Pronto, ella y sus dos soldados se fueron con Unkas a cuestas. Duncan apretó levemente la mano de Hinto, viendo como su mirada se perdía en el cielo mientras las figuras se iban desvaneciendo en el mismo.
―Él estará bien. El viejo es duro.
―Eso espero. ― lanzó un suspiro profundo y se dirigió a los demás líderes. ―Ya sabemos quiénes son los espías, necesitamos encontrarlos, formar grupos de búsquedas. Solo Duncan y yo los hemos visto, así que deberíamos ser los líderes de dichos grupos.
―¿Solo dos grupos? ¿Seguro que podremos encontrarlos a todos?
―No seremos solo nosotros. Líderes, intentaremos describirles lo más detalladamente posible a los espías y así podremos expandir la búsqueda.
Todos los líderes estuvieron de acuerdo. Era increíble el buen líder en que se había convertido Hinto en aquellos años, cuando antes apenas si podía soportar el tener que tomar decisiones importantes. Cuánto más tiempo pasaba allí, entendía cuánto había madurado su viejo amigo.
―¿Qué haremos con él? ― Skah, líder de la luz, señaló con la cabeza al otro espía que habían capturado y que se encontraba apresado entre las sombras de Hinto.
―Shappa. ― la mujer, a la que Duncan no había visto desde que se habían ido en busca de los líderes, apareció de entre la multitud de soldados y esperó a por sus órdenes. ―Necesito que lo custodies. Si intenta hacer cualquier cosa...
―No verá el atardecer de hoy. Descuida.
Ella les dedicó una sonrisa y se acercó al espía, tomándolo por el cuello de su túnica y arrastrándolo hasta dejarlo contra la pared. Luego simplemente se sentó frente a él, mirándolo casi sin pestañar. Aquella mujer era capaz de infundir un terror tremendo a pesar de su apariencia casi angelical. Muy típico de los miembros del clan de la luz.
Sin muchos más preámbulos, se dividieron en grupos, explicando a los líderes todo lo que podían sobre los rostros que habían visto. Se dividieron por zonas y fueron a la caza de aquellos espías.
A Duncan y la líder del fuego, Misae, les tocaron quienes se encontraban más cerca del polo sur, ya que eran quienes más podían resistir el frío. Los acompañaron soldados de su propio clan y viajaron rápidamente hasta las localizaciones que se les habían asignado.
―Buena suerte. ― le deseó la mujer en cuanto sus caminos se separaron. Ella yendo hacia el este, él hacia el oeste.
―Igualmente.
El arqueólogo y los diez soldados que lo acompañaban volaron por apenas unos minutos más y luego descendieron para no llamar la atención. A quién buscaban era a una joven con poderes de agua, cabello azulado y ojos sumamente oscuros. Por alguna razón, todos los espías que las espadas les habían mostrado eran adolescentes, ninguno de más de diecinueve años, lo cual llevaba uno a preguntarse si los centurianos estaban planeando todo aquello desde hacía dos décadas o simplemente se habían aprovechado de la vulnerabilidad de los adolescentes.
―Esperen aquí, si nos movemos todos juntos será demasiado sospechoso. Sicarú, tu ven conmigo. ― La aludida, una mujer de aproximadamente su edad que, al igual que él, era mitad humana, se adelantó y ubicó a su lado. ¿Qué mejor que dos híbridos para luchar contra uno? Obviamente, si las cosas se ponían feas, enviaría la señal a los demás soldados para que intervinieran, pero suponía que ella sería toda la ayuda que necesitaría. ―Toma mi mano, tendremos que fingir que somos una simple pareja más.
―Si tú lo dices...― la mujer lo miró extrañada, pero tomó su mano de todas formas.
Comenzaron a caminar tranquilamente contra las casas, que en aquella zona aún permanecían intactas. Aquel pueblo no parecía haber sufrido demasiados efectos durante la guerra, al menos no materiales. Ambos se aseguraron de mirar hacia dentro de cada casa, pero pudieron encontrar a su objetivo en plena calle, aunque apenas verlos echó a correr rápidamente. Ellos los siguieron.