Cronicas de una guerra: sombras del tiempo

CAPITULO XXIII

El cuartel general del clan del agua estaba, como era de esperarse, en la misma ciudad que la cede de su poder político. En el hemisferio sur, una de las ciudades más australes del planeta. Normalmente una gran metrópolis con mucha vida, grandes fuentes de aguas danzantes y árboles que sobrevivían gracias al cuidado del propio clan, ahora solo era una ciudad más del gran desierto rojizo. Como en todas las demás ciudades, edificios derrumbados y calles vacías dominaban el paisaje.

Entraron al cuartel como si fuera su propia casa, nadie los detuvo ni les hicieron preguntas, simplemente caminaron en busca de Amadahi o alguno de los soldados que se habían ido junto a ella.

―Duncan, Hinto. ― fue finalmente la líder del clan quién los encontró. Se veía sumamente cansada. ―Qué bueno que pudieron venir, uno de mis soldados me ha dicho lo que ha pasado con los espías... Siempre desconfié de ese viejo Dasan, lamento que hayan tenido que enfrentarse a eso.

Hinto se encogió de hombros. ―Es parte de la guerra, no te preocupes. ¿Cómo está Unkas?

―Muy débil. Hicimos todo lo que estuvo en nuestro poder, pero ya había perdido demasiada sangre y energía... Me temo que ni siquiera el fuego mismo podrá salvarlo.

Duncan sintió que se le formaba un nudo en la garganta. ―¿Podemos verlo?

―Por supuesto, por eso los llamé, él quiere verlos.

Los guió hasta una habitación sumamente cálida, equipada con aparatos médicos. En el centro, en una camilla y muy arropado, se encontraba el viejo sacerdote. Su respiración era lenta y suave, y tenía los ojos cerrados, como si estuviera durmiendo. Amadahi los dejó solos, por lo que ambos jóvenes se le acercaron y se sentaron uno a cada lado de la cama.

―No sean llorones, ya era hora de que me fuera. ― el anciano los sobresaltó con su voz, que aunque débil, tenía el mismo tono gruñón de siempre.

―¿No vas a dejarnos en paz ni siquiera en tu lecho de muerte, viejo? ― lo regañó, diversión mezclada con tristeza, Hinto.

―Por supuesto que no, soy su maestro después de todo. El último que les queda. ― los miró a ambos por turnos. ―Saben lo que eso significa, ¿verdad?

―¿Qué al fin terminamos nuestro entrenamiento? ― susurró Duncan, recordando que él siempre les decía que jamás dejarían de aprender mientras él respirara.

El sacerdote rió levemente, tosiendo un poco al final. ―Eso, y que ahora ustedes son los maestros. Les toca entrenar a una nueva generación.

―Ojalá estuviéramos los seis para hacerlo. ― Hinto bajó la mirada, probablemente recordando a sus amigos, Dyami y Makawee que habían muerto en su adolescencia, Izusa y Tallulah que había muerto en aquella guerra. ―Pero supongo que esa nunca fue una opción, ¿verdad?

―Nunca lo es, niño. ― hubo un pequeño silencio. ―Pero escúchenme bien, los dos. No dejen que Marte muera, protéjanlo. Y a Kanda, esa mocosa será nuestro futuro.

―Lo haré. ― se apresuró a decir el guerrero de la oscuridad, mirando de reojo a Duncan, el cual sintió como el nudo en su garganta se intensificaba. ―Los protegeré con mi vida, maestro.

―Y yo. También los protegeré a como dé lugar.― agregó el otro, sorprendiéndose a sí mismo.

Unkas les sonrió a ambos. ―Así se habla. ― clavó entonces sus ojos en los de Duncan. ―Espero que puedas regresar a tu hogar, muchacho, y con tu familia. ― el aludido le sonrió en respuesta y luego desvió su mirada a Hinto. ―Este planeta necesitará un buen líder para su reconstrucción, creo que tú serás perfecto para esa tarea.

―¿En verdad lo dices? Siempre estuviste en contra de que yo...

―Lideraras la resistencia, sí. Pero me has demostrado lo equivocado que estaba. Y sabes que odio admitir que estoy equivocado. Puedes hacer esto, Hinto, eres el líder que Marte necesita ahora mismo.

El joven, que de la nada parecía haber adquirido nuevamente el semblante inseguro y algo indeciso de su adolescencia, asintió con la cabeza. ―No lo defraudaré, lo prometo.

―Niño tonto, no es a mí a quién no tienes que defraudar. Yo estaré muerto, asegúrate de no defraudar a este planeta, a los marcianos. ― una vez más, él asintió con la cabeza. No había demasiadas palabras que pudieran salir de sus bocas en aquel momento. ―Hasta en mi lecho de muerto tengo que seguir explicándote cosas, nunca aprenderás.

Eso provocó una pequeña risa en ambos jóvenes y un nuevo silencio volvió a reinar en la habitación. Pudieron sentir como la respiración de Unkas se hacía cada vez más débil, pero de todas formas, parecía que el anciano no había terminado de hablar aún.



#19773 en Fantasía

En el texto hay: amor gay, aliens, poderes elementales

Editado: 09.10.2019

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