El guerrero del fuego se apareció en casa de su padre, y su rostro debía de ser terrible, porque el hombre se le acercó preocupado y apoyó una mano en su hombro.
―¿Te encuentras bien, hijo?
Deseó volver a ser un niño, uno pequeño, para que su padre lo tomara en brazos y llevara a la cama, que se acostara junto a él hasta que pudiera conciliar el sueño. El nudo en su garganta seguía presente, por lo que tuvo que tomar varias bocanadas de aire hasta poder hablar apropiadamente.
―No he dormido ni comido, y ya me había desacostumbrado a los días de veinticinco horas. ― su padre, que lo conocía mejor que nadie en el universo, se lo quedó mirando, como esperando a que dijera algo más. Por supuesto, sabía que su estado no se debía únicamente al hambre y falta de sueño. ―Unkas acaba de morir. La guerra fue causada por híbridos y… Maté a uno de ellos. Hacía más de veinte años que no… Que no…
Jaime no lo dejó terminar, simplemente lo abrazó con fuerza, y él se permitió relajarse entre sus brazos, bajar el rostro, esconderlo en su hombro, y llorar. No recordaba la última vez que había llorado de aquella forma y a decir verdad, tampoco la última vez que había abrazado a su padre. Eran gestos que se tenían demasiado por sentado, pero procuró hacer una nota mental de recordar abrazarlo más seguido. Ver morir a Unkas le acababa de recordar que no eran más que simples mortales, sin importar de qué especie fueran.
―Deberías descansar, hijo. ― le susurró, al notar que sus lágrimas habían cesado levemente.
Duncan se separó un poco, secándose las mejillas con el dorso de la mano y negando con la cabeza. ―No puedo, no ahora. He venido a por Kanda, los líderes de los clanes no firmarán la paz sin ella presente.
El hombre asintió con la cabeza, aunque con cierto pesar. ―Está jugando en tu antigua habitación, le han encantado algunos de tus viejos juguetes. Ya sabes, los que aún sobreviven.
El arqueólogo rió levemente, recordando como solía terminar con una pila de juguetes rotos demasiado seguido. Nunca le duraban más de un par de meses, y lo peor era que su padre seguía comprándole cosas… En más de una ocasión había dicho que de otra forma, no tendría en qué gastar el dinero.
Se dirigió a su vieja habitación. No había cambiado desde que vivía en aquella casa, y tampoco cambiaría en muchos años, ya que en su presente seguía siendo exactamente igual.
―Hola, Kanda.
―¡Duncan! ― la niña dejó el rompecabezas con el que estaba jugando y dio un salto, sonriente. ―¿Y Hinto? ― sus adorables ojos claros lo miraron con cierto temor.
―No te preocupes, él está bien. Está muy ocupado organizando una reunión, y me mandó a buscarte. La guerra terminó Kanda, te necesitamos.
No podía imaginarse la carga que aquella niña debía sentir cada día de su vida, pero se sorprendió al ver que ella se tomaba muy bien aquello, poniéndose seria y asintiendo con la cabeza. Crecer en los cuarteles de la resistencia no debía de haber sido fácil, con todos diciéndole lo importante que era, con todos protegiéndola, pero era evidente que también le habían enseñado muy bien sus deberes. No hubo ningún capricho, ninguna queja, simplemente saludó a Jaime con un fuerte abrazo y tomó la mano de Duncan, esperando a por el viaje.
―Nos vemos, papá. Cuídate.
―Tú también, Duncan. Y en cuanto todo esto termine, duerme un poco. ― le mostró unas barras de cereales, instándolo a que las tomara. Y, si conocía lo suficiente a su padre, sabía que no lo dejaría ir sin ellas. ―Te ayudarán a recuperar energías.
―Lo haré, lo haré. ― el arqueólogo le sonrió al mayor, tomó las barras, y luego miró a la niña. ―¿Lista?
Ella asintió con la cabeza y en un parpadeo, desaparecieron de la casa de Jaime Leblanc para aparecer nuevamente en Marte, en los restos del palacio real.
Los líderes de los clanes ya se encontraban allí, con excepción de Dasan, que había sido apresado. Shappa y Hinto se encontraban junto a los líderes, hablando entre ellos. Kanda, al ver a Hinto, corrió hacia él con entusiasmo y el joven la tomó en brazos.
―¿Cómo estás pequeña? ¿Qué tal estuvo la Tierra?
―¡Genial! El papá de Duncan es divertido― bajó la voz, hablando en un susurro. ―, y me mostró fotos de Duncan de pequeño. ― lanzó una pequeña risa, a la cuál Hinto se unió.
―Me alegro mucho, Kan. ― la bajó al piso, y la niña se paró frente a los líderes, mirándolos con seriedad, como si de repente hubiera crecido veinte años y ya fuera la reina de aquel planeta. ―El clan del aire ha decidido que Tadan sea su representante hasta encontrar un nuevo líder, por lo que ya podemos empezar. ― señaló al hombre que se encontraba junto a los demás líderes, uno de los guerreros que había estado junto a Dasan pero había ayudado a detenerlo al momento de su arrebato.