Cuando volvieron a abrir los ojos la luz se había apagado. Se miraron entre ellos. Emma seguía con la figurita en la mano, mientras que Kanda se encontraba a su lado con expresión confundida. Jaime se había sentado en el sofá y César estaba estático en medio de la sala, mirando a su hija.
— No funcionó.— su voz salió quebrada. Tenía un nudo en la garganta y las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos.— No funcionó.— repitió, escondiendo el rostro entre sus manos y permitiéndose a llorar.
— Sí lo hizo.
La voz a su espalda hizo que la respiración se detuviese por un segundo. Levantó la mirada y vio los rostros atónitos de Emma, Kanda y Jaime. El abogado se giró, encontrándose con el rostro de Duncan detrás, sonriéndole suavemente. Como si el alma le hubiera vuelto al cuerpo, sintió un alivio increíble y se lanzó a sus brazos.
Duncan lo abrazó con fuerza, escondiendo su rostro en su cuello, como cientos de veces antes. Pero César pudo sentir que algo no estaba bien, algo había salido terriblemente mal. No sabia por qué, pero lo sabía.
Se separó del abrazo y miró a su marido a los ojos. Le tomó el rostro entre las manos y entonces lo notó. Aquellos ojos habían visto miles de cosas más que los ojos de su Duncan, nuevas arrugas surcaban su rostro y pudo ver como su barba desprolija había empezado a tornarse blanca. Además, sus brazos se notaban mucho más musculosos de lo normal, como si hubiera estado haciendo ejercicio continuo durante mucho tiempo. Por si fuera poco, sus anteojos eran diferentes. El marco era de un color más oscuro.
— No funcionó.— volvió a repetir, como si las otras dos veces no hubieran sido reales.— No regresaste, ¿verdad? Pasaste veinte años…— el tan solo pensar en lo que el arqueólogo había pasado le impedía seguir hablando.
— No tienes idea lo mucho que los extrañé.— Duncan volvió a abrazarlo y luego depositó un suave beso en su frente.— Emma, cariño…— el hombre se separó apenas, estirando el brazo hacia su hija. La niña corrió hacia él y se abrazaron con fuerza.
César tuvo que sentarse, ya que de lo contrario sentía que terminaría en el suelo. Las piernas le temblaban y sentía como si su cerebro estuviera rodeado de algodón. Al parecer, tanto Kanda como Jaime se sentían de forma similar.
— No lo entiendo.— Kanda habló con suavidad.— Desapareciste, no te he visto por veinte años, Hinto dijo…
— Tuvimos que borrarles la memoria, Kanda.— Duncan acarició el cabello de su hija mientras alzaba la mirada para mirar a la marciana. Luego, depositó un beso en el cabello de la niña y se puso de pie.— Lo siento, pero teníamos que conservar la línea temporal.
Todos los miraron extrañados. El arqueólogo se pasó una mano por el cabello, se acomodó los anteojos y se sentó en una de las sillas justo a César. Era increíble como era a la vez tan diferente y exactamente igual que antes. Aquel Duncan tenía más de sesenta años, pero seguía teniendo los mismos gestos y expresiones que el Duncan de cuarenta. Incluso hablaba igual. Todos aquellos años no lo habían cambiado, no al menos en esos aspectos.
— Lo que acaban de hacer funcionó solo en parte. No me trajo de regreso, pero me mostró lo que ocurría en el presente. Supe que me estaban buscando, que mi padre no recordaba a Kanda, que Shappa no seguía sin saber quién podría haber activado la figurita, que ambas creían que yo había desaparecido luego del tratado de paz.— hizo una pausa.— Pero la verdad es que continué en Marte, en el pasado. Luché contra Alfa Centauri mientras seguía buscando la forma de regresar y, en el proceso…
— Provocaste tu propia desaparición.— completó César, sacando la conclusión él mismo. Duncan asintió con la cabeza.— Es un bucle temporal.
— Exacto.
César sintió como si el mundo comenzara a girar en la dirección contraria, como si todo se hubiera vuelto aún más patas arriba que antes. No podía creer que hubieran pasado por aquello, que Duncan hubiera pasado por aquello. No quería siquiera imaginar como se sentiría si tuviera que pasar veinte años lejos de su hija y del hombre que amaba. Él, gracias al destino, solo había tenido que pasar tres días sin Duncan incluso aunque ahora aquel no fuera el mismo Duncan al que había amado por más de diez años.
— Si me permiten, todos… Quisiera hablar con César a solas.— la voz lo sorprendió, sacándolo de sus pensamientos. Miró a su marido -¿aún podía llamarlo así, verdad?- y asintió con la cabeza. Los demás también asintieron y se fueron hacia otra habitación, dejándolos solos.
El mayor se acercó aun más, tomando la mano de su pareja con fuerza y mirándolo a los ojos. Sus manos estaban rasposas y calidas, exactamente como las recordaba, pero también pudo notar que tenía nuevas sicatrices, marcas de cortes e incluso manchas en la piel más claras que su color marrón-rijozo normal. César acarició con suavidad el dorso de sus manos con su pulgar para reconfortarlo y reconfortare.